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Más de cinco mil esqueletos y alrededor de 300 mil fragmentos óseos de distintas especies de fauna, entre moluscos, aves, anfibios, reptiles, peces y mamíferos que datan desde la prehistoria (35,000 a.C.) hasta la época actual, conforman una de las más importantes colecciones de arqueozoología en el país, que resguarda el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta).
Formado a lo largo de más de 50 años, el acervo está en resguardo del Laboratorio de Arqueozoología de la Coordinación Nacional de Arqueología, en el Centro Histórico de la ciudad de México, donde además de ser conservados son sometidos a diversos estudios, cuyos resultados permiten reconstruir la historia del hombre a partir de su relación con el medio ambiente.
Este acervo reúne piezas óseas con distintos grados de articulación, lo que permite la observación, comparación tridimensional y maniobra completa del hueso para su análisis e identificación. A su vez está dividido en tres colecciones: la llamada de Referencia, que conserva esqueletos de especies actuales, la Arqueozoológica, con huesos hallados en múltiples sitios arqueológicos de México, y la Paleontológica, compuesta por restos de fauna prehistórica.
El biólogo Oscar J. Polaco, de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico del INAH, explicó que "la organización de la colección está hecha filogenéticamente, es decir, de acuerdo a la especie y antigüedad a la que pertenecen: moluscos, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos".
"Además están ordenados con base en una catalogación propia del laboratorio: por familia, género, especie, procedencia, estado o localidad. Todo un esquema de organización que permite saber la posición física que debe tener dentro del espacio que ocupará al interior de la colección", señaló el biólogo.
Todo ejemplar que llega a la colección, ya sea por recolección, donación o hallazgo arqueológico, es medido, pesado y sexado. Además de tomar muestras de pelo, pluma, huevo y escamas, según sea el tipo de especie, a los que se les realizan estudios de ectobiontes y ectoparásitos asociados, "para saber que enfermedades tenían", abundó Polaco.
Los restos de fauna son, de forma primaria, separados en tres grupos: identificable (cuando ya sé conoce la especie), no identificado (que no se ha definido pero hay elementos para ello) y no identificable (para el caso en los que no hay elementos para su posibilidad de reconocimiento). Posteriormente, en caso de su identificación positiva —por el método comparativo— los huesos pasan a formar parte de la colección correspondiente.
En el Laboratorio de Arqueozoología se realiza anualmente la identificación de alrededor mil huesos por año. Un caso que requirió de un mayor esfuerzo de estudio fue la identificación de los cerca de 35 mil huesos de peces hallados en ofrendas del Templo Mayor.
Esta colección, con cerca de dos mil 500 ejemplares ya inventariados, se constituyó a partir de información estrictamente biológica, en la que se integraron muestras estadísticamente significativas de 10 o 12 ejemplares de una misma especie, y que se tienen disponibles para su estudio comparativo.
"Se procura tener representadas distintas especies y contar con ejemplares que evidencien tanto las diferencias en tamaño, fortaleza, sexo, mutaciones de apariencia y desarrollo del organismo. Por ello, esta parte del acervo contiene especímenes adultos, juveniles, semiadultos y viejos, a modo de seguir la transformación de una determinada especie", detalló el especialista del INAH.
Resguarda aproximadamente 200 mil huesos hallados en sitios arqueológicos. Todos los fragmentos han sido estudiados metodológicamente y de éstos además de información vinculada al entorno ambiental, se obtienen a agentes culturales, es decir, a la intervención directa del hombre.
En este espacio se pueden apreciar desde un hueso en condiciones naturales que no fue modificado, hasta la evidencia cultural de su uso. Por ejemplo, los especialistas y arqueólogos han reconocido fragmentos óseos destazados, con evidencias de quemaduras, pulidos y tallados, e incluso la transformación completa del hueso en un artefacto, abundó Oscar Polaco.
Es la de mayor tamaño, por los huesos de fauna pleistocénica que contiene, entre los que destacan fragmentos de proboscidios, como mamutes y mastodontes, y que ha permitido el reconocimiento de diversos sitios relacionados con la presencia del hombre prehistórico.
En términos generales, esta parte de la colección ha contribuido a asegurar y establecer con precisión si los distintos hallazgos se encuentran en un sitio de deposición natural o de orden cultural.