1211 palabras
Por Federico Wilder
3 estrellas
La semana pasada comentábamos G.I. Joe. El origen de Cobra y concluíamos que Hollywood está en un proceso de reciclaje de los años 80. La crisis económica ha derivado en una proliferación de proyectos de visión meramente comercial, a modo de arriesgar el capital lo menos posible. La lucha por mantener a la audiencia en las salas incluso ha provocado el resurgimiento de la tercera dimensión.
El cine franquicia está más vivo que nunca y nuestra era digital ha llegado a la saturación, un buen ejemplo de ello es Transformers. La venganza de los caídos, donde Michael Bay raya en el barroquismo de la parafernalia computarizada. Pero este retroceso de dos décadas no ha sido pernicioso para todos los realizadores. A quien le ha sentado bien el back in time es a Sam Raimi, responsable de las 3 cintas del Hombre Araña.
En 1981, Raimi se dio a conocer con El despertar del diablo (Evil Dead) que formó parte de las peores pesadillas de una generación. La historia es sobre unos adolescentes que despiertan al mismísimo chamuco en medio de un horrible bosque y cuyo único refugio es una tétrica cabaña que fue hogar de una pareja dedica al culto satánico. Una cinta que con la distancia histórica se percibe, ahora, como ingenua, pero que en su momento fue osada; como su censurada escena del árbol atacando sexualmente a una joven. Sus mejores atributos son su atmósfera y su manejo creativo del espacio.
Su segunda parte (Evil Dead II, 1987) quedó más como obra ultra-gore de culto que como acierto fílmico. El mal ya no era una fuerza omnipresente, sino muertos reanimados que salían desde el desván, a veces tratados con comicidad. Inolvidable la escena donde la cabeza del zombi queda atrapada por una puertilla y el ojo salta disparado a la boca de una chica. La tercera parte era plenamente una comedia surrealista donde los zombies forman un ejército que viaja por el tiempo. ¿Qué fumabas Raimi?
En los 90’s, este director se dedicó más a la producción y la actuación. Esta década no fue tan buena para él, pues las películas en las que participó dejan mucho que desear. Quizá sus mejores proyectos estuvieron en la televisión, como productor de las series Hércules y Xena. Pero en el 2002, entró por la puerta grande a la industria de Hollywood como director de Spiderman. La fama le ha sonreído tanto que en la próxima entrega del Hombre Araña, que se estrenará en 2011, además de director será productor, lo que aumentará considerablemente sus ingresos.
Mientras llega Peter Parker, Sam se entretiene dirigiendo Arrástrame al infierno (Drag me to hell), la cinta que hoy nos ocupa y que se estrenó el pasado viernes. Significa un regreso al cine que le interesaba en los 80’s, cuando era un joven subversivo que hacía películas de bajo presupuesto, explotando lo mejor de sus capacidades creativas. Ahora, sin problemas presupuestales, realiza este filme como un acto lúdico meramente personal. Una obra que es simple pero honesta. Fresca más no exenta de errores.
Es la historia de Christine Brown, una joven ejecutiva de banco que tiene una vida normal, un trabajo absorbente y un novio que la adora. Está disputando un ascenso con un compañero de trabajo que parece tener mayores oportunidades que ella. En una conversación con su jefe, este le sugiere demostrar mayor carácter para subir de puesto. La oportunidad de exponer su temple aparece cuando una anciana —bastante siniestra— pide ayuda para que el banco no le quite su casa y solicita una prórroga. Christine decide no otorgarle el aplazamiento y para su infortunio, la anciana resulta ser una bruja gitana que le realiza una poderosa maldición en venganza. Christine se ve inmersa en una perturbadora pesadilla que amenaza con llevársela al infierno.
La cinta está totalmente apegada al estilo de los primeros filmes de su autor. Personajes grotescos, ciertas dosis de humor negro, momentos ultra-gore y situaciones escatológicas —a veces innecesarias. Lo malo es que también arrastra los errores que cometía en los 80’s. Escenas sobradas y un descuido argumental que deriva en soluciones tontas e ingenuas. Verbigracia, la solución al conflicto es demasiado boba, creo que debieron trabajarla mejor o darle una integración más lógica.
Arrástrame al infierno está plagada de autohomenajes, unos muy atinados como el pedazo de pastel que nos recuerda al libro de los muertos de “Evil Dead”. Otros muy forzados y sin sentido como el ojo que entra a la boca de Christine cuando un yunque le aplasta la cabeza a un espectro. ¿Qué hace un yunque colgado de una cuerda en el desván de una joven? Creo que sus mejores momentos son cuando el terror se vuelve sugerente y no evidente, ejemplo, cuando las sombras persiguen a Christine y aparecen en las ventanas o los vitrales. Debo confesar que esos instantes fueron aterradores.
Qué pena que el filme termina cayendo en clichés de viejas películas de horror, reduciendo a cero cualquier indicio de propuesta. Es como asistir a la proyección de una película ochentera que fue enlatada durante años. No niego que puede ser una buena opción para pasar el rato, siempre y cuando le guste el género y no haya cenado antes de ir al cine, pues hay partes que pueden invitarle a devolver los alimentos. Finalmente, la cartelera actual es tan mala que esta es una de las cintas más recomendables. Bien dice el dicho “en tierra de ciegos, Sam Raimi es el rey”.
Arrástrame al infierno
La película que acabamos de analizar se estrenó el pasado viernes y es una de nuestras recomendaciones para estos últimos días de vacaciones.
El misterio de Deauville
Sophie Marceau dirige este interesante filme sobre una actriz muerta que comienza a aparecérsele a un policía mientras investiga una desaparición en un hotel de lujo en Normandía.