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Finalmente la hora llegó, la hora de llamarles por su nombre a las cosas, la hora de dejarse de rodeos políticos para evitar "roces" entre partidarios de diferentes facciones. Calderón decidió ponerle un "hasta aquí" a declarar que deberíamos regocijarnos cada vez que se aprobaban las "reformas posibles". En esta hora Calderón ha declarado que ya es momento para las "reformas imposibles", y no es una opción, sino una obligación.
Permea en el congreso una idea bastante obsoleta y posiblemente estúpida: que unos están a favor del bienestar de México y los mexicanos y otros no. Que los primeros deben cuidar y proteger a la masa de mexicanos de los segundos. Concretamente, la llamada "izquierda" o el "centro tricolor" venden en su discurso la idea de que ellos están allá para proteger a los mexicanos de las acciones que podrían llevarse a cabo en su contra. Los que quedan clasificados en la "derecha" normalmente se callan o apagan el diálogo porque se les agota muy rápido.
La tendencia política en el mundo entero es a la liberación, la democracia y la transparencia. Aún China, con su régimen autoritario omnipotente, cuenta con reglas y mecanismos para que las cosas se decidan a niveles de comités pequeños totalmente democráticos. La única orden central es ser productivos, es ser éticos, creativos y obedientes absolutos de los lineamientos dados por el partido comunista chino. Se promueve el ahorro y la educación: hay objetivos claros, sin dudas, con respecto a la definición fina de los mismos. Y el castigo a los transgresores no se hace esperar: no existe la impunidad.
Todo lo contrario se promueve en nuestra América Latina. Los extremos políticos oscilan entre la promoción de un socialismo obsoleto y la de una dictadura militar para hacer que la gente trabaje, le guste o no. Esta última actitud es equivalente a lo que finalmente se decidió hacer en China, sin derecho a réplica.
En nuestro país reina la desconfianza entre los que se piensan a sí mismos como defensores perfectos de los intereses de los "más débiles" y los que no se refieren a la gente en general como los débiles o los fuertes, sino sencillamente, como gente a secas —como supuestamente somos todos los que pertenecemos a la misma especie, no importa la raza o la cultura.
La defensa del débil parece ser contraproducente por varios factores. Uno de ellos, el más grave de todos, es la promoción intrínseca a la proliferación de la "debilidad" en el modelo proteccionista. No hay débiles y fuertes, sino personas que están ya participando del proceso productivo y personas que aún no lo están. Eso no hace a unos fuertes y a otros débiles, sino sencillamente los ubica en diferentes puntos del espacio social.
Sí hay ricos, no tan ricos, regulares, pobres, muy pobres y paupérrimos. En la escala ninguno necesita "protección" sino promoción de una sociedad que tenga disponibles para todos exactamente las mismas oportunidades. México no ha sido esa sociedad. Se hicieron esfuerzos para generalizar la educación y la salud. Un país con salud generalizada —en donde una enfermedad no acaba con la economía de la persona— y con educación generalizada —que no depende del potencial económico de la familia del individuo— es un país más igualitario que un país en el que enfermarse es quebrar económicamente y educarse es asunto de privilegiados.
El tercer factor es la vivienda. Se decretó, con la creación del Infonavit un modelo que permitiría, además de salud y educación generalizadas, vivienda para todos. El modelo que termina en el año 2000 no fue eficiente para ninguno de los 3 aspectos: el sector salud tiene una estructura de quiebra, la educación es rehén del sindicalismo —o corporativismo electorero— y los fondos para la vivienda fueron usados para cubrir las ineficiencias de los gobiernos "de la Revolución".
El sexenio de Fox sólo aplicó la ley tal cual debería haberse hecho antes con respecto al Infonavit y de pronto, en 6 años, se construyeron más casas que en 35 años anteriores. Era una labor que no requería de la aprobación del congreso, sino únicamente el apego estricto a la ley.
Fox instauró el "seguro popular", para que los chagarreros pudieran pagar sus propias cuotas anuales al IMSS y así entrar a contar con el beneficio de la atención médica igual a la de los asalariados. Calderón ahora busca generalizar el derecho a la salud para todos. Algunos economistas piensan que no es posible.
Todo parece indicar que lo que Fox y Calderón no han podido hacer es aquello que requiere aprobación de los diputados y senadores. Y muchos indicadores nos muestran que la falta de aprobación sólo responde al partidismo, que, básicamente, consiste en impedir a toda costa que el ejecutivo del partido diferente "se luzca" con resultados que lo harían popular —a él y a su partido— en las boletas electorales.
Ésas son las reformas imposibles a las que se refiere Calderón. El combate frontal a la delincuencia y la promoción del castigo según la ley no son acciones que requerían el permiso de las cámaras. Por eso Calderón pudo emprenderlas y por eso, también, son acciones que han sido denostadas, criticadas en forma rebuscada y machacadora para desprestigiar los esfuerzos a como dé lugar —porque muchos "periodistas" creen ingenuamente que se ven muy "valientes" si critican la figura presidencial, cuando, hoy, hacerlo, es sólo presumir de un valor que realmente no existe. El valor es, quizás, todo lo contrario. ¡Pero, qué miedo les da!
Realmente, no tienen nada de imposibles, pero requieren voluntad que va más allá del partidismo. Si el electorado mexicano tuviera una verdadera cultura electoral, le habría entregado a ambos presidentes —Calderón y Fox— congresos capaces de apoyarlos en las reformas necesarias. Eso no fue así. Hoy vivimos las consecuencias de pérdida de tiempo —de años de oro que se han ido— desprendidos del error electoral mexicano. ¿Novatada en el sufragio efectivo?