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Los mensajes provienen de innumberables orígenes y contienen muy variados objetivos. Los mensajes que desean sólo comunicar son pocos. Los hay, cierto. Pero son la minoría.
El mensaje transporta palabras e imágenes que tienen un objetivo: hacer que quien los ve, piense algo previamente planeado o definido. Lo logran. Es un hecho. El mensaje llega y hace su misión. Provoca un cambio en la visión de las cosas o una reafirmación en la que ya se tenía.
Pero, ¿contiene cada mensaje todo lo justo? ¿Son equilibrados los mensajes? ¿Puede un individuo por sí mismo lograr objetividad como consecuencia de su constante exposición a los mensajes?
Se es objetivo cuando se describe la realidad. Se es subjetivo cuando se describe la percepción personal de la realidad. Ser objetivo es describir la realidad de tal manera que otros observadores de los mismos elementos, también verán lo mismo, idéntico a lo que está viendo quien es objetivo.
Es muy difícil repetir una descripción subjetiva de la realidad coincidente con otra. Cada descripción subjetiva de la realidad tiene un acervo cultural, un conjunto de datos biográficos que están transformando lo que se ve en lo que el filtro de la historia personal provoca que se vea.
La ciencia está desprestigiada entre círculos numerosos. Algunos la ven como una promesa que no se cumplió. Otros la ven como una actitud arrogante.
Es necesario ver la ciencia como el resultado de un método de estudio, un método de conocimiento. Precisamente es el método científico el que define que es necesario estudiar la realidad de tal manera que dada la definición de los métodos para llegar a algún resultado, otros puedan repetir tanto el camino como el resultado.
Los descubrimientos que hace el científico A deben poder ser hechos, por su cuenta, el científico B. Para llegar a los resultados, el científico A describirá los pasos que dio. Todo esos pasos deben ser compatibles con el método científico. Entonces el científico B, revisando los pasos explicados o documentados por el científico A, deberá llegar exactamente al mismo resultado. Cuando se logra, se puede presumir que un nuevo descubrimiento científico se ha hecho.
Aunque parezca excesivamente sencilla, ésa es la definición que tanto revuelo causa entre participantes de discusiones que no definen, desde el inicio, cuál es realmente el tema central de sus diferencias.
Algunas personas —generalmente con algún conocimiento académico de la definición del método científico— abogan incansablemente a favor de lo que tiene que ver con la ciencia o está fundado en ella. Otras personas, en forma muy apasionada —como la contraparte natural de los amigos de la academia— al contrario, se oponen a todo lo que tiene que ver con "científico" o "ciencia" o "método científico".
Otras personas están esperando con muy buena intención que las definiciones de los libros religiosos —biblia, corán, kábala, etc.— coincidan con la ciencia, momento en el cual se podrá hablar de una "unión" entre la religión y la ciencia.
En los Estados Unidos, cuando el presidente fue un fundamentalista —George Bush— la tendencia fue diseminar por todo el país la idea de que la teoría de la evolución (de las especies) debe ser estudiada en las escuelas en contraposición a la teoría de la creación o diseño inteligente.
Los anti evolucionistas argumentan que la evolución es una teoría que borra la necesidad de una inteligencia superior al principio de todo (un dios, o el dios de los judíos o el de los cristianos). Ellos están convencidos de que si a los jóvenes —o niños— se les enseña que todo lo que existe podría existir por sí mismo, es decir, sin necesidad de un creador, entonces van a evolucionar como personas sin la idea de un ser superior que los puede observar en todo momento y que sabrá cuándo obran bien y cuándo mal.
El argumento se extiende a la necesidad de basar la existencia de lo que hoy vemos en el resultado de un acto inteligente, producto de un creador muy superior a todo el universo. Se trata de un ente con un grado tal de perfección que sabe lo que hay en el interior de la consciencia de todos los seres que tienen una. Un ser que sabe todo y que tiene poder sobre todo el universo ¡debería dar pánico a los que cometen delitos! Por alguna extraña razón, no sucede así: ¡las cárceles están llenas!
Sin embargo, la Iglesia Católica Romana tiene la particularidad de aceptar cómodamente todo lo que queda científicamente demostrado o suficientemente sustentado entre la comunidad científica. Fue la primera institución religiosa en aceptar la teoría de la evolución como una forma libremente escogida por el creador para lanzar su obra. Y, ¿por qué no?
La Iglesia Romana se opone al uso de los anticonceptivos, no porque éstos se opongan al conocimiento científico —al contrario, se sabe que son producto de ese mismo conocimiento— sino porque dejan las condiciones dadas para un relajamiento total de la mujer con respecto a las relaciones sexuales sin responsabilidad de reproducción. La Iglesia Romana ha variado aquello de que "tengan los hijos que Dios mande..." con "sean responsables por sus actos". Esta última instrucción dejaría de tener sentido si toda mujer y hombre supiera que al sostener relaciones sexuales con quien se le pegue la gana, no tendría por qué preocuparse por las consecuencias —antes de considerar el SIDA, claro está.
Por lo tanto, la religión institucional y la ciencia ya están racionalmente unidas. Las instituciones religiosas "serias" aceptan los resultados de la investigación científica y se colocan, entonces, no como intérpretes de la realidad física, sino como guías de la conciencia de los actos de los individuos.
Se nubla, se enturbia, se oscurece. Cada vez está siendo más difícil comunicar con objetividad, describir, transferir información exacta de un locutor o narrador a una audiencia. Una mínima expresión —casi desapercibida— puede significar una gran diferencia entre la realidad y lo que realmente se está comunicando —que es en alguna forma diferente de la realidad.
Estas diferencias mínimas son el objetivo del "profesionalismo" del experimentado en el arte de la narración a las masas. Un pequeño hecho, un "insignificante" dato dejado al final o mencionado de paso con la firme intención de dejarlo así, "de paso", significará la gran diferencia entre lo que el auditorio debería conocer objetivamente y lo que finalmente llegará a captar.
Si las palabras son el medio, entonces el medio es el mensaje. De lo contrario, ¿cuál es el mensaje?
La subjetividad del narrador se mezclará, a su vez, con la subjetividad de cada individuo del auditorio. Lo que se transferirá de un lugar a otro, de un narrador a un auditorio, por lo tanto, ¡no puede garantizarse!
Pueden ser horas las invertidas entre quienes tienen la responsabilidad final de transmitir algo para acordar la forma en que el objeto será transmitido. Al final las probabilidades son tan amplias como recipientes del mensaje existan.
El asunto es grave.