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Guillermo Barrera Fernández
Han comenzado ya las contiendas internas en el interior de los partidos políticos o por lo menos van dibujándose con claridad los contornos de los aspirantes a los diversos puestos de elección popular, lo que contribuye a delinear mejor los perfiles necesarios para poder alzarse con la victoria en los comicios internos de manera inicial y posteriormente, en la elección abierta al resto de la población.
Han comenzado ya a elevarse manos, anhelando apoderarse de la ansiada postulación. Las reglas del juego han cambiado; se ha hecho inoperante la añeja máxima que sentencia: el que se mueve antes de tiempo, no sale en la foto, para sustituirla la frase: Muévete lo más pronto posible, si acaso quieres salir en la foto y no quedarte atrás.
Las ambiciones se han desbocado y están a todo lo que dan: desde las ansias de quien vela sus primeras armas, hasta el frenesí de quien cuenta con una larga trayectoria y pretende asegurarse la postulación, como una suerte de compensación a su dilatado desempeño.
Los jaloneos comienzan. Los aspirantes se disponen a enamorar a la militancia, a ofrecer, a prometer sin ton ni son. Se reúnen con sus más allegados asesores y seguidores. Los grupos se van conformando.
La retórica partidista se maneja para justificar acciones u omisiones. Curiosamente nadie la aplica ad peddem litterae a efecto de convertir en realidad y en hechos, los postulados ideológicos, que a muchos enchinan la piel al invocarse en los discursos y a otros ponen los pelos de punta con la simple sospecha de que exista alguien capaz de intentar su práctica. La realidad es que los ideales brillan por su ausencia y podemos percatarnos que las generaciones actuales y actuantes, de lo que están repletas es de inmensos rencores y frustraciones, que requieren urgentemente poder saciar. El hambre de poder es evidente y todo lo demás son tan solo pretextos.
No hay generosidad en lo absoluto, no hay interés por subordinar los intereses de grupo al interés colectivo. Las viejas prácticas, que se creían extintas y parte nada más del anecdotario, aun persisten. Triste realidad que en la práctica hoy día puede palparse. El juego sucio interno y las patadas bajo la mesa están a la orden del día y nadie puede ser capaz de desmentir esta aseveración.
Por una cuestión de simple sentido común, son los mejores, aquellos que gozan del favor de las mayorías, los que deben acceder a las candidaturas. No hacerlo implica pagar un precio muy alto, como ya ha sucedido con antelación en otras ocasiones en las que el pueblo deja de confiar y se toma la venganza en las urnas. ¿Será posible que aun no hayan aprendido la lección a estas alturas del partido?
Dios, Patria y Libertad