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Ya ha iniciado el 2010 y, como marca la tradición, el cierre de un ciclo y el inicio de otro obligan a la gran mayoría de las personas a hacer una reflexión, a evaluar qué aspectos de su vida están bien, cuáles habrán de cambiar y hacia qué metas enfocarán sus esfuerzos durante el futuro próximo.
Así, al menos durante las siguientes semanas, buena parte de la población intentará (ahora sí) bajar de peso, dejar de fumar, hacer ejercicio, ahorrar, buscar un nuevo empleo, una nueva pareja o simplemente mejorar en algunos aspectos de su vida.
La clase política no es ajena a los efectos de esta temporada; a escasos días del nacimiento del año comienzan a perfilarse también los temas que, en los próximos meses, atraerán la mayor parte de la atención de legisladores y gobernantes, como la crisis económica, la inseguridad, la inflación, el incremento de los impuestos, de la gasolina, de los precios en general y, por supuesto, la reforma política que en diciembre mandó el Presidente al Senado, con la promesa de que —ahora sí— se entrará de lleno a un análisis de fondo para reformar lo que haga falta (principalmente en materia fiscal) y abrir el camino, no sólo a la recuperación económica, sino a la modernización del Estado mexicano, con una visión a largo plazo, que deje atrás jaloneos y mezquindades partidistas y avance a pesar del posible costo electoral.
Lo dicho, nadie es inmune al espíritu de la temporada. Contagiados por este entusiasmo renovador, los protagonistas de la vida política han hecho ya algunos propósitos, propuestas y promesas para —ahora sí— mejorar la calidad de vida de los mexicanos que, al final del día, es lo único que cuenta.
Ésa no es ninguna novedad, estamos acostumbrados a que cada inicio de año nos veamos inundados de buenas intenciones. La diferencia aquí, con respecto al pasado, es que venimos de un año desastroso en el que muchos mexicanos perdieron o no lograron conseguir un empleo, un año en el que nuevamente no se sintieron seguros y el dinero simplemente no rindió igual. Un año en el que, como si algo faltara, la influenza colapsó la economía; un año en el que la impartición de justicia pronta y expedita siguió ausente y la mayoría de los mexicanos no la conoce, un año en el que continuaron las ejecuciones y un año en el que nos despertábamos con una mala noticia un día y al otro también.
Esa diferencia es la que hoy debe motivar, no sólo los buenos deseos y los propósitos, sino las acciones de aquellos en cuyas manos está verdaderamente hacer algo para cambiar el destino de este país y de sus habitantes que han hecho de la desesperanza el sentimiento común. Estamos en un punto en el que la recuperación aún no se siente y buena parte de la población no la ve venir, al menos no pronto.
Hoy se presenta esa oportunidad, ahora es el momento de revisar la estrategia y rectificar el rumbo, no únicamente porque la sucesión de los días nos indica que estamos en un nuevo año, sino porque simplemente es impostergable e injustificable mantener esta situación.
Estoy profundamente convencida de que hay gente suficientemente talentosa, con la imaginación y creatividad necesarias para idear las soluciones que necesitamos; las propuestas ahí están y aquí las iremos analizando en las próximas semanas. Por lo pronto, la política debe ser la vía a través de la cual podamos alcanzar la anhelada recuperación, la vía por la que dejemos atrás, de una vez por todas, la parálisis y se haga tangible para los mexicanos lo que los gobernantes y legisladores hacen a su favor. Ojalá que, por el bien de todos, AHORA SÍ, haya la altura de miras necesaria para concretar los cambios.