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Estimados Franz, Luis Jorge, Javier y Hugo:
Les envío estas líneas en mi calidad de escritor, editorialista, ciudadano libre y amigo. Vi en días pasados primero con estupor, incredulidad y asombro y posteriormente con indignación, enojo y pena, el incalificable atentado del que fue objeto el sitio que ocupa en la red el portal del semanario Artículo Siete.
Confieso que de manera inicial quise creer que el desaguisado era debido a cuestiones de carácter puramente técnico, de las que no está exento ninguno de los pasajeros que transitamos por la supercarretera de la información. Así, me atreví a inferir que siendo las cosas de tal suerte, sin duda alguna en un parpadeo se solventaría el problema. Tristemente las cosas no sucedieron así. Artículo Siete quedó fuera de circulación por espacio de cuatro días.
No quedó todo ahí: los correos electrónicos de los directivos del semanario fueron invadidos, se borraron materiales de los archivos de material gráfico principalmente, pero lo peor de todo, más allá de la arbitraria, ilegal y canallesca intromisión y consecuente sabotaje del sitio periodístico, fue que ésta se realizó con prepotencia y con un evidente descaro, haciendo gala de un notable desplante de cinismo, que llevó a los autores del delito a no intentar siquiera disimular o borrar las huellas y evidencias de su tropelía, sino que por el contrario, todo nos lleva a suponer, que pretendieron con toda la mala intención posible, dejar constancia de sus actos, con afanes notoriamente intimidatorios. Triste es constatar que males que creíamos desterrados y extirpados de nuestro organismo social, renacen.
Entiendo que no es la primera vez que Artículo 7 es víctima de conductas de índole semejante a causa de su posición beligerante y renuente a claudicar en su deber de dar a conocer la verdad de cuanto acontece en el ámbito político vernáculo.
La postura asumida por Artículo 7 es por razones obvias desagradable e incómoda para ciertos niveles gubernamentales que han sido objeto de sus señalamientos. La aseveración anterior, sería verdaderamente lamentable, toda vez que el estado es el responsable de tutelar el marco legal que garantice el respeto de las libertades.
Las autoridades pues, tienen el deber de ser sensibles a los puntos de vista expresados por la ciudadanía y los representantes de los diferentes estamentos sociales y de ser necesario, rectificar en sus decisiones. La conducta que las autoridades debieran asumir ante la crítica, debía ser más accesible y abierta al diálogo. El respeto a la diversidad de puntos de vista y la tolerancia ante los comentarios de carácter crítico y actitudes ideológicas divergentes a la postura oficial, es la esencia de la democracia; y defender y preservar estas condiciones, es deber y obligación de todos: sociedad civil, miembros de los partidos políticos, periodistas, intelectuales y por supuesto, integrantes de los diferentes niveles del sector público.
Sé que no es necesario recomendarles que no se dejen amedrentar, les conozco y reconozco en ustedes entereza, valor, gallardía y convicciones. Me queda claro que no claudicarán en la cruzada que han iniciado, como corresponde a hombres de honor. Me permito pues, sugerirles solamente previsión y cautela. Es preciso intentar en la medida de lo que sea posible en el marco del cumplimiento del deber, procurar preservar la integridad física de los integrantes del equipo, incluyéndoles a ustedes, naturalmente.
Me queda claro que no hay miedo, sino antes bien, prevalece e impulsa la fe en hacer lo correcto, como demuestra fehacientemente la insistencia en volver a ocupar la trinchera, reitero nada más mi recomendación de prevenir y anticipar cuanto sea posible, el orden de los acontecimientos.
Créanme que no están solos. Los hombres de honor, los intelectuales no domesticados, los periodistas con ética y en general los ciudadanos libres, la gente de bien, les acompañaremos en la lucha, los apoyaremos hombro con hombro, lucharemos y sangraremos juntos e indudablemente compartiremos la victoria final: es decir, el imperio de la justicia y la prevalencia del bien común.
Adelante pues, a aplicar la máxima de Whitman: resiste mucho, obedece poco. Estoy orgulloso de saberme su amigo.
Un abrazo fraterno.
Dios, Patria y Libertad