La situación se vuelve, cada día, más y más peligrosa para México. Realmente, los demonios andan sueltos. Este artículo es un grito de desesperación de los que alcanzamos a ver lo que se está gestando y podemos anticipar que significará un retroceso mayúsculo para el país, si es que no una guerra civil, con el derramamiento de sangre que un evento de ese tipo significa.

Poco a poco se están cerrando los canales. A la población en general se la hecho creer que los gobiernos panistas han sido nefastos. Los medios no les conceden un ápice de avance. Y esto es, a todas luces, falso, mentiroso y provocador de formación de criterios y visiones falsas. Se le está negando al mexicano promedio la posibilidad de entender lo que realmente ha pasado durante los años transcurridos entre el 1 de diciembre de 2000 y el día de hoy.

Esto lo he repetido en decenas de escritos, pero no parece tener eco o causar sorpresa. Considero que el tema es hoy más vigente que jamás lo fue. Vislumbro que existe una remota posibilidad, una leve esperanza de revertir el proceso. El grado de avance, sin embargo, es mayúsculo. La descomposición de la visión de la realidad es de tal grado que sería labor titánica revertirla. Es, a todas luces —para quienes lo estamos viendo— una obligación irrenunciable intentar provocar en quienes tienen bajo su dominio la posibilidad de revertir el proceso de desinformación, hagan algo y lo hagan pronto —ya, ahora mismo.

Durante el siglo 20 la información en México estuvo férreamente controlada por el gobierno. El mensaje que se le enviaba al mexicano medio siempre fue, en resumen, algo que va en estos términos: “Los problemas nacionales, graves, están siendo atendidos, afortunadamente, por el primer patriota de México, el presidente, quien tiene presente las necesidades de cada mexicano; cualquier cosa que suceda no es culpa de «el señor presidente» sino de otra entidad, posiblemente enemigos de México fuera del país mismo”.

Durante el siglo 21, el mensaje que se le envía al mexicano medio ha cambiado totalmente y va en estos términos: “Los problemas del país son cada día más graves. El gobierno que tenemos es incapaz de resolverlos. El presidente no sabe gobernar [como sí sabían los del pasado]. México necesita un cambio, porque todo lo que estaba mal, ahora está peor.”

¿Qué puede un ser humano —asiduo lector de la prensa, revistas o bien, atento a los programas de TV y radio nacionales o locales— pensar de sí mismo, de su país, de los cambios que probablemente ha provocado con su voto electoral? ¡Se siente desilusionado, vencido, acabado! Esto es lo que se ha logrado, en conjunto, con ese juego de falsedades mediáticas que sólo le hacen bien a un actor nacional: al PRI.

Lo más grave en la diferencia entre el contenido de los mensajes del siglo 20 y los del siglo 21, es la falsedad de los mensajes en ambos casos. En el siglo 20 se tapaba la realidad y sólo la conocían los mexicanos cuando les aplicaban la “medicina” sexenal: devaluaciones, inflación galopante, déficit público, carencias generalizadas, educación pública mediocre y mala, uso libre de los presupuestos por parte de los políticos, canalización impune de dinero público al partido “oficial” —el PRI—, libertad de expresión inexistente, congresos legislativos totalmente inútiles —serviles al presidente sin titubeos—, poder legislativo secuestrado por el poder del presidente omnipotente, gobernadores de los estados nombrados por el presidente, candidatos a presidentes municipales de las principales ciudades del país nombrados también por el presidente, y un sinfín de asuntos más, todos ellos graves, autoritarios, económicamente irresponsables, deshonestos e ilegales que, en conjunto, desembocaban cada fin de sexenio en tragedias nacionales de las cuales, invariablemente “la culpa se la tenían en el exterior”.

Durante el siglo 21 la situación en México ha sido radicalmente diferente a lo que antes vivimos. La inflación ha sido invariablemente de 1 dígito, equiparable a los niveles internacionales. La deuda pública —que no dejaba dormir a más de un mexicano durante los 80— ha bajado de ser 3 veces la reserva, a convertirse en menos de la tercera parte de la reserva; el dinero público está controlado por un sinnúmero de entidades vigilantes; los contratos se hacen con proveedores a través de concursos; los pagos a los proveedores son todos al día, en forma transparente, visibles a través de los portales de Internet colocados por el gobierno federal para tal objetivo; la actividad política se desarrolla en cada estado según las fuerzas políticas de la entidad misma, sin intervención real o determinante del presidente; el combate al crimen organizado es frontal, en vez de ser negociado; los votos se cuentan efectivamente cuando se realizan elecciones: no hay “fraudes patrióticos” ni “concertacesiones” —mismas que eran necesarias para corregir procesos fraudulentos—; el congreso legislativo ejerce efectivamente su poder y el presidente, dado el caso, ha recurrido al derecho de veto; la reserva internacional de divisas de que dispone México ha crecido, de US$20 mil millones en diciembre de 2000 a más de US$105 mil millones 10 años más tarde —lo que no lograron hacer en 71 años, se logró en 10—; las participaciones económicas a los estados llegan puntualmente, incluso con más recursos de los programados —cosa posible gracias a la eficiencia administrativa—; en 10 años se han construido casas mediante el Infonavit que representan 92% del total en 35 años de existencia: 28% de los años lograron 92% de las construcciones, bajo gobiernos federales panistas, 72% del tiempo bajo gobiernos priistas sólo lograron 8% de las construcciones.

Entonces, pues, ¿por qué todos creen que las cosas están “peor que nunca”? ¿Por qué impedir que el ciudadano mexicano disfrute el hecho de que su país avanza y, si no lo hace, es por desacuerdos políticos y obstáculos legislativos específicamente creados y mantenidos por el PRI?

La realidad de México, hoy, es muy clara: está estancado en todo aquello que el presidente, legalmente, no puede hacer por él mismo. El estancamiento se está dando en esas áreas que los legisladores de oposición —a veces el PRI solo, otras veces en compañía del PRD— han impedido a toda costa que se den.

Hoy, PAN + PRD, después de haber descubierto cuál es el “enemigo histórico” del progreso franco y abierto de México, no logran mayoría legislativa. Por lo tanto, el PRI, sumado al PVEM, se encargará de mantenernos estancados, apostándole a que en 2012 recuperará Los Pinos y entonces…

Entonces, ¿qué, mexicanos? ¿Realmente creemos que se concentrarán en hacer lo que se debe o en hacer lo que más certeramente los mantenga por el máximo tiempo posible en el poder? Control de medios, populismo agrario, populismo laboral, “nacionalismo empresarial” —favores y privilegios a los que canten la canción en la tonada de ellos—, endeudamiento —en fin, que “los de afuera” se tendrán la culpa—, uso discrecional del poder judicial, transferencias ilegales de dinero público a su partido político, y otras “chuladas” del “ingenio mexicano” que, la verdad, esperemos jamás volver a ver.

Es obvio que una situación con este grado de gravedad no puede quedarse allí, nada más, abierta a la especulación. El futuro de México, como nación, como sociedad, depende de lo que hoy hagamos para corregir esta deformación social. Estamos obligados a actuar ya.