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Después de dar lectura a lo previsto en el paquete fiscal que el gobierno de la república ha puesto a consideración del legislativo para su discusión y posterior aprobación, como es natural suponer, estoy indignado y furioso. Nuevamente se nos carga a los contribuyentes cautivos con el peso de la ineficiencia y aumenta con ello, la ya pesada losa que pesa sobre nuestras espaldas.
Para empezar, me parece que aún y cuando se ha previsto reducir en un diez por ciento los sueldos de los altos funcionarios federales, eliminar asesorías y reducir al mínimo gastos en celulares, viáticos y erogaciones por concepto de representación, se mantiene intacto el número de zánganos que infestan el congreso en las cámaras alta y baja y cuyos escasos y cuestionables méritos en su desempeño, dejan mucho qué desear. Es imperativo prescindir de senadores y diputados federales de representación proporcional, que no tienen ya motivo alguno para existir en el plano político nacional. Con esto se logrará un importantísimo ahorro para las arcas públicas (es deseable que los gobiernos de los estados hagan lo propio e inclusive los municipales también con los regidores que llegan por esta fórmula). Asimismo, es esencial suprimir de una buena vez por todas, las pensiones otorgadas a los ex presidentes, que además de saquear al país durante sus administraciones, tienen el cinismo de aceptar seguir viviendo del presupuesto y continuar sangrándonos a nosotros los que sí producimos y tenemos que tallarnos el lomo para ganar una miseria día con día y para concluir en este rango de ahorros susceptibles de realizar por el gobierno, sería muy conveniente suprimir la cobertura médica particular que se obsequia a legisladores y altos funcionarios federales, otorgándoles seguridad social, con lo que no solo se harán significativas economías, sino que a lo mejor así deciden ponerse a trabajar en serio para arreglar las finanzas del IMSS y el ISSSTE, cuando sepan cuánta leña lleva el dulce.
Es absurdo por otro lado, que el país continúe prisionero de un atajo de ineptos y corruptos que insistan en mantener la propiedad estatal de empresas ineficientes y atrasadas como son Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, con tal de mantener sus privilegios. Por mi parte, estoy dispuesto a que la iniciativa privada sin importar su nacionalidad, entre a hacer rentables estas empresas y consiga bajar los costos de energéticos y el fluido eléctrico, tal y como ocurrió en el caso de la telefonía fija y celular cuando estos sectores se abrieron a la competencia. Me dan ganas de vomitar cuando veo los anuncios que dicen que PEMEX es de todos los mexicanos, pues no he gozado jamás de un solo centavo de regalías por concepto de ventas de petróleo y la famosa clase mundial de la Comisión Federal de Electricidad, es de la peor.
Cobrar mayores impuestos a telefonía celular, televisión de paga e internet, afecta y agrede grandemente a la población, incluso a la de menores recursos económicos, toda vez que debido a los bajos costos de los aparatos y un servicio relativamente accesible, casi cualquier cristiano posee un teléfono móvil. Con mayores impuestos su venta y uso disminuirán. En lo concerniente a la televisión por cable, encarece uno de los pocos medios que usamos para evadirnos de nuestra realidad, toda vez que la televisión abierta es deleznable francamente y en cuanto a imponer gravámenes al internet, hacerlo implica retrasar uno de los vínculos que la ciudadanía tiene con la información y el mundo, cosa que es absolutamente conveniente para efectos de control político, pero que va en detrimento de la incorporación al desarrollo.
Aumentar la tasa a los depósitos bancarios es una burrada: desalentará el escaso ahorro, famélico de por sí dadas las condiciones leoninas que maneja la banca. El incremento al impuesto sobre la renta, lo único que denota es que el gobierno federal no ha tenido los pantalones para acabar con los regímenes especiales y de privilegio en materia fiscal, pues los grandes causantes continúan evadiendo impuestos a base de teletones y redondeos, con que se paran el cuello a costillas del pueblo. Por otro lado, debemos admitir que los habitantes de este país queremos servicios públicos de primer mundo pero no estamos dispuestos a pagar las contribuciones que hagan esto factible. Solo así me parecería admisible que se gravaran alimentos y medicinas con el Impuesto al Valor Agregado, si así se nos garantizara, que no nos seguirían sangrando por otros lados como hasta ahora, pues al contar con recursos para ejercer el gasto y poder trabajar, se podrían abatir tarifas y precios. El problema es que se evaden impuestos por no confiar en la honestidad de quienes administrarán estos caudales y porque las cuestiones fiscales solo son susceptibles de ser traducidas por un corto número de iniciados. Hay que simplificar estos trámites a su mínima expresión. Fájese los pantalones señor presidente y dígale al apetitoso amigo encargado de hacienda que si insiste en semejantes fórmulas de tributación, correrá el riesgo de ser carneado si se atreviera a salir a la calle sin escoltas.
Los mexicanos estamos pagando el precio de la ineficiencia y las cuotas partidistas, toda vez que nuestros geniales legisladores se han obstinado en no hacer las reformas requeridas en los sectores energético, laboral y fiscal, en aras de apostar al fracaso del régimen actual. Si a ello aunamos las taras que aquejan desde tiempo inmemorial a nuestros burócratas, estamos lucidos. No hay quien nos salve de nuestros defensores. El salario cada vez se reduce más y las obligaciones aumentan. La angustia que nos invade a los ciudadanos se incrementa día con día y a nuestros gobernantes de cualquier nivel, le importa un bledo esta situación. Así se gestan los estallidos sociales. No olvidemos que históricamente, digan lo que digan los historiadores socialistoides, son las clases ilustradas, a saber los estratos alto y medio, quienes han gestado las revoluciones y las principales revueltas a nivel mundial. La plebe solo sirve como carne de cañón para poner los muertos que justifiquen los movimientos subversivos. Cuando se aprieta a la clase media en exceso y se rebaja su nivel de vida, es cuando puede surgir un motín o la insurgencia, pues sus integrantes son los que tienen instrucción y conocimientos para implementar las rebeliones. Reitero, puede sonar cruel pero la falta de pan entre los menesterosos lo único que consigue es aportar el indispensable elemento de dramatismo a toda insurrección.
Lo menos que podemos esperar los ciudadanos (aunque creo que me estoy viendo sumamente ingenuo al abrigar esperanzas al respecto), es que nuestros legisladores nos protejan e impidan que se consumen estas atrocidades. Pero como es mal generalizado que una acémila posea mayor coeficiente intelectual y sensibilidad que un senador o un diputado, me parece que nuestra suerte de antemano está echada.
Hago un llamado al presidente Calderón y a los integrantes del legislativo, a dejarse de payasadas y cerrar filas en bien de nosotros los mexicanos, que estamos hartos de seguir cargando culpas que no nos corresponden y pagando costos injustos, para que otros se den la gran vida. Parafraseando a Alejandro Martí, les pido señores gobernantes, iniciando por el presidente de la república, prosiguiendo con el secretario de hacienda y concluyendo con diputados y senadores, que se pongan a trabajar de verdad para beneficio de todos los mexicanos Y SI NO PUEDEN, ¡RENUNCIEN!