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Tres estrellas
Los juegos del hambre (The hunger games, 2012) está lejos de ser un parteaguas en la cinematografía mundial, pero es una cinta recomendable y una de las opciones menos malas de la cartelera actual.
La historia está adaptada de la novela homónima de Suzanne Collins, que no hace más que tomar la anécdota de la película "El corredor" (The running man, 1987) —aquella donde Arnold Schwarzenegger y María Conchita Alonso son obligados a participar en un mortal reality show— y combinarla con situaciones de novelas como "1984" de George Orwell y "Un mundo feliz" de Aldous Huxley.
Es la historia de Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) una chica de 16 años que toma el lugar de su pequeña hermana para participar en los Juegos del Hambre. Se trata de un retorcido show televisivo donde cada participante deberá enfrentarse a muerte y el único superviviente será el ganador.
En el argumento, Norteamérica está dividida en 12 distritos totalmente esclavizados y un distrito gobernante conocido como Capitolio. Para efectuar el concurso, el Capitolio elige a un hombre y una mujer de cada distrito. Katniss y Peeta (Josh Hutcherson) son los participantes por el distrito 12.
La trama se desarrolla en un ambiente post-apocalíptica, gobernado por el fascismo, la violencia y el absolutismo. Aunque esto pareciera ser tema de un documental sobre la situación actual de los Estados Unidos, el director Gary Ross lo ubica en el futuro empleando naves espaciales y ropas estrafalarias.
En la dirección de arte hay un deseo por imitar a "Blade runner" (Ridley Scott, 1982) usando ropa de los años 40 en una historia futurista. La gran diferencia es que "Los juegos del hambre" no tiene una justificación estética ni argumental para su vestuario. Si Ridley Scoot utilizó ese ropaje en su película, es porque la historia del detective Deckard está inspirada en el Cine Negro y se necesita que los personajes relacionados con dicha trama se vistan como en 1945.
El verdadero diseño de producción funciona con base en criterios dramático-narrativos y no por caprichos imitones. Hasta los policías del Capitolio están vestidos de forma similar a la patrulla quema libros de "Fahrenheit 451" (François Truffaut, 1953).
El guion tiene varias imprecisiones: si el gobierno es dictatorial y represivo, entonces ¿por qué se preocupan en justificarle al pueblo la existencia de los juegos? ¡Les tienen tanta consideración a los habitantes que hasta les ponen un video explicativo! Otra cosa, si los responsables del concurso llegan en impresionantes naves espaciales ¿por qué diablos regresan en tren?
Hay desequilibrio en el ritmo de la narración, haciendo que tres cuartas partes del filme se centren en presentar a los personajes e introducirnos a los llamados Juegos del Hambre.
Generando demasiada expectación para algo que se resuelve de forma precipitada. El torneo corre a una velocidad diferente al resto de la cinta, lo que denota un error estructural que viene desde la adaptación de la novela.
La cinta vislumbra la posibilidad de abordar temas como la represión, el autoritarismo, la insensibilidad de los medios de comunicación ante la violencia y la unión social para destituir sistemas corruptos. Pero todo queda sepultado en sus minutos finales, cuando se le otorga mayor énfasis a la acción y, por supuesto, a la historia de amor adolescente.
Es interesante el paralelismo entre uno de los diálogos y lo que sucede en términos generales con la película. La mente maestra del concurso se da cuenta que la popularidad de Katniss puede provocar una revolución y ordena que se cree una historia romántica para distraer la atención de los televidentes. En realidad, lo mismo ocurre con el guión. Se accionan los recursos enajenantes del mainstream para desviar el argumento: monstruos digitales, persecuciones, un villano desquiciado y una pareja de enamorados tratando de sobrevivir.
Lo mejor: las actuaciones de Jennifer Lawrence y Josh Hutcherson, la crítica a los reality shows y sus enormes posibilidades de construir un discurso analítico sobre las consecuencias del autoritarismo.
Lo peor: la dirección de arte y que el guion termine lanzando una cubetada de agua fría sobre la posible crítica social.