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El tiempo se agota y transcurre inexorable. Los excesos continúan. La visión no cambia. A ejemplo del dipsómano que no deja de beber para evitar que disminuya la euforia de su estado, la pandilla en el poder no ceja en el autoelogio y en el afán de cerrar los ojos a los problemas evidentes. Es claro que no piensan modificar el rumbo ya trazado.
Sin embargo, el barco hace agua y es inocultable: la gente en las calles murmura por lo bajo, en los pasillos palaciegos el lenguaje cambia, ya no se habla en voz baja y con tono reverente como si se invocara al Altísimo, ya se emplea un modo más coloquial y se empiezan a señalar errores, como con ánimo constructivo, pero en realidad con la más implacable lógica del cortesano que advierte que el sol del mandatario en turno comienza a declinar, que es inevitable tratar de ocultar o negar el crepúsculo y hace de este modo, lo posible por tomar distancia, por denotar que es sagaz y crítico, en espera de posicionarse favorablemente en el ánimo del heredero. El ritual eterno del poder, el juego sexenal que como el fuego se renueva en el altar priista.
Sin embargo, ellos se niegan a admitir que las ascuas ya no arden, se empeñan en cerrar los ojos a las grietas, persisten en fingir que no saben que la casa se derrumba, en negar que su plazo se ha vencido, que no hay prórroga posible y no pueden esperar gracia, por eso la oposición toma las calles y cada día habla más alto, por eso los jóvenes cuelgan mantas, por eso la gente se retira cuando se interactúa en lugares públicos, por eso las hojas no paran de recibir firmas que reprueban el dispendio, los excesos cometidos en el afán absurdo de juzgar el poder inextinguible, eterno...
El fasto del poder se eclipsa, las televisoras en el plano nacional empiezan a replicar las ilegalidades más notables. No es que se haya precipitado a tierra ningún velo, es solo que no hay dinero ya para amordazar conciencias, la estrategia sugiere reservarlo para la gran batalla, para lucrar perversamente con la necesidad como se estila en elecciones.
En el plano local ya todo es cuesta abajo, no paran plumas de socavar, de minar, de desgastar con sus denuncias y posicionamientos; son como golpes de marro asestados de manera constante y sistemática al bloque hasta burilar la silueta.
La noche va cayendo y nadie se percata, a pesar que a cada paso golpearse con la realidad es inevitable: la insatisfacción ya no se calla. Un mismo día protestan por un lado, los necesitados de siempre, los grupos vulnerables tomados por bandera y a los que se ofrecieron las dádivas acostumbradas y algunas otras y los ciudadanos afectados de un humilde municipio que se niega a someterse a los dicterios y sinrazones que son producto del antojo o los compromisos dados en arras de tratos inescrupulosos.
Ya todos protestan, el que menos improvisa una arenga a sus camaradas, las obras insisten en no hacerse visibles a la conciencia colectiva y se reitera la consigna de apartar la mirada y espantar la tentación de concluir la farsa, con aspavientos y amenazas grandilocuentes que ya a nadie intimidan, sino antes bien, motivan risa y burlas.
Entramos en la fase menguante. Es notorio y evidente. Solo los miembros de la pandilla en el poder, contumaces en su labor depredadora, se niegan a la retirada, pretenden continuar medrando a costillas de un organismo público al que han dejado exangüe y es imposible continuar sangrando. No entienden que la gente los repudia y los rechaza y se aferran a sus privilegios, pero las vallas han caído y ya las llamas de la conflagración los alcanzan. Ya nada puede hacerse, la plaza se encuentra a disposición del adversario y solo falta que este acceda. Es el pricipio del fin...
Dios, Patria y Libertad
Guillermo Barrera Fernández