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Más allá de lo que a muchos agrade o disguste, es un hecho que la fórmula de la unidad opositora funciona eficientemente como dique a las ambiciones priistas de retorno al poder en los comicios del 2012 y esto lo pudimos ver en los procesos electorales recientes, donde dígase lo que se diga, PAN y PRD unidos, arrebataron al tricolor Oaxaca, Sinaloa y Puebla; pero más allá de esto, los panistas recuperaron varias ciudades de importancia como Veracruz, donde ya habían experimentado recientemente reveses. Las victorias ya mencionadas constituyen el triunfo del pragmatismo y el espíritu de conciliación en oposición a las consabidas posturas dogmáticas que cabría suponer en uno u otro bando (principalmente en las filas del sol azteca donde es innegable la hegemonía de la tozudez lopezobradorista y el desdén que profesan hacia el consenso con individuos o entidades de signo ideológico distinto), este frente común pudo consolidarse gracias a la visión y buenos oficios de gente como Jesús Ortega y César Nava, que se anotaron un éxito indiscutible con la integración de la alianza.Por supuesto que la posible integración de un bloque opositor preocupa en grado sumo a los priistas y máxime cuando su eficacia es manifiesta. De tal suerte, Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones y otros políticos de similar filiación se han apresurado a denostar la unión, motejándola de antinatural y de muchas otras formas. Epítetos aparte, lo más normal que puede ocurrir es que ante el peligro inminente de un fraude electoral maquinado para estimular las ansias de regreso del otrora invencible, sus contrincantes marchen juntos, para sumar fuerzas y presentar una resistencia más eficaz a tales designios.
Empero, ambos dirigentes partidistas, ni tardos ni perezosos, han hecho del dominio público su intención de presentar cada uno candidatos para la elección presidencial venidera. La cuestión, en mérito a la verdad, merece considerarse muy despacio. Un candidato común lanzaría a la maquinaria priista un mensaje muy claro, de que nadie estaría dispuesto a consentirle exceso alguno ni la más mínima transgresión a la ley. Un candidato común sería una declaración severa al árbitro electoral de búsqueda de limpieza e imparcialidad en el proceso. Un candidato común resuelve prácticamente cualquier eventualidad que pudiera suscitarse tanto en lo operativo, en lo logístico, mediático y financiero.
Seguramente muchos considerarán inviable semejante posibilidad, toda vez que apuestan a la mezquindad, al egoísmo y a la visión retrógrada y reduccionista de los cuadros de ambos institutos políticos. Ahí está el quid de la cuestión: en la capacidad que exista entre azules y amarillos para facilitar a los operadores la consecución de sus objetivos. ¿Existen los operadores? Sin duda alguna. Pero requieren voluntad política para que sus esfuerzos puedan fructificar. Y además algunas otras cositas: patriotismo, visión de estado, generosidad, capacidad negociadora y oficio político. A este gran pacto nacional deberán converger los mejores hombres sin distinguir filiación, credo, sexo ni realizar excepción alguna. Deberá incluir a los mejores elementos del PAN, del PRD y hasta a los priistas que no comulguen con la doctrina de la predestinación y el fraude patriótico.
¿Serán capaces las dirigencias partidistas de trascender sus diferencias y por primera vez en la historia de nuestra nación anteponer el gran interés nacional a los intereses de facción? Vale la pena apostar por ello e impostar toda la energía posible en pro de esta causa, cuya sola posibilidad ha quitado desde ahora el sueño a diferentes integrantes del tricolor. Ojalá sea posible, ya es tiempo que los mexicanos nos comportemos como habitantes de una misma nación. El tiempo lo dirá.
Dios, Patria y Libertad