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"Tron" es un filme realizado en 1982 y protagonizado por Jeff Bridges. Lo aportativo de esa película era el uso de efectos generados por computadora y una trama centrada en el avance de la tecnología y la realidad virtual. Décadas después nos llega la secuela "Tron. El legado", que emplea efectos más apabullantes y tecnificados que su predecesora. La diferencia visual entre ambas cintas es abismal. No se puede negar que "El legado" es un espectáculo hipnótico por sus sobretecnificadas e hiperestilizadas imágenes.
Sam Flynn —hijo del protagonista del primer filme— es un rebelde joven de 27 años atormentado por la misteriosa desaparición de su padre, Kevin Flynn (Jeff Bridges), quien fue tiempo atrás conocido mundialmente como el máximo desarrollador de video juegos. Cuando Sam va tras las pistas de una extraña señal procedente de la Flynn Arcade —una señal que sólo pudo ser enviada por su padre— termina siendo absorbido por el mundo digital en el que ha estado viviendo Kevin Flynn durante los últimos 20 años. Junto con la intrépida guerrera Quorra, padre e hijo se embarcan en un viaje de vida o muerte a través de un mundo cibernético visualmente asombroso y plagado de peligros.
Rodada en formato 3D por el debutante Joseph Kosinski, la película es perfecta en su forma. El manejo de cámaras y edición revelan el meticuloso cuidado de su posproducción. Las imágenes son impecables y ni qué decir de sus efectos digitales. Otro de sus aciertos es la banda sonora sostenida mayormente por sintetizadores que, además de darle una atmósfera ochentera, apoyan muy bien los diferentes momentos de la trama.
El problema de "Tron. El legado" es el eterno conflicto hollywoodense "Riqueza en la forma y pobreza en el contenido". La trama del filme es extremadamente predecible por carecer de cualquier propuesta. El guionista se limitó a escribir una cinta de acción como hay miles, ciñéndose a las gastadas reglas del género, incluso sus giros narrativos son previsibles. No se salva de algunas imprecisiones, por ejemplo: el injustificado encuentro con el afeminado dueño de un bar. Aunque esta escena provee una de las mejores secuencias de pelea, argumentalmente no logra insertarse de manera verosímil en la historia.
A los más exigentes es probable que el filme les resulte pesado por ser una historia tan trillada y previsible. Sin embargo la espectacularidad visual es tan absoluta que aligera la carga. La fuerza de "El legado" es también su dirección artística especialmente en asuntos de vestuario y escenografía. Los trajes luminosos no sólo dan realce a la acción, también sirven para identificar a los villanos de los héroes por sus diferentes colores.
El ambiente ochentero de los primeros minutos de la película es tan efectivo como el del mundo virtual. El mejor escenario es la casa de Kevin Flynn llena de detalles orientales —jardines zen, espacios de meditación— combinados con elementos clásicos —un comedor estilo Luis XV— pero hechos de materiales transparentes. En algunas tomas nos recuerda a la habitación de la escena final de "2001. Odisea del espacio" de Kubrick.
"Tron. El legado" dejará satisfechos a los que busquen una cinta ligera, cargada de efectos y con buenas secuencias de acción. Los que quieran algo más quizá salgan decepcionados. Pero pueden estar seguros de algo: es mejor que ver "Los viajes de Gulliver".
Lo mejor: las persecuciones en motocicleta son asombrosas, la banda sonora es muy ochentera y queda perfecta con la película, los efectos especiales, la dirección de arte y la edición y el manejo de cámaras.
Lo peor: la historia es simplona y desde sus primeros minutos uno puede adivinar todo lo que va a ocurrir.