663 palabras
Tres estrellas y media
La piel que habito es la cinta más reciente del realizador español Pedro Almodóvar y una adaptación libre de la novela Tarántula de Thierry Jonquet. El texto ya había sido llevado a la pantalla grande en 1960 por el cineasta francés Georges Franju y bajo el título de Los ojos sin rostro.
Robert Ledgard (Antonio Banderas) es un afamado cirujano plástico que está desarrollando nuevos y avanzados implantes de piel artificial. Después de la muerte de su esposa e hija, el médico dedica su vida a realizar experimentos clandestinos en su propia casa. Su conejillo de indias es una joven llamada Vera (Elena Anaya) que permanece encerrada en contra de su voluntad y bajo la vigilancia de Marilia (Marisa Paredes), fiel asistente y madre de Robert. Una tarde de carnaval aparece Zeca (Roberto Álamo), otro de los hijos de Marilia. La llegada de Zeca libera una serie de acontecimientos con sorprendentes revelaciones.
El filme busca adentrarse al tema de la obsesión amorosa a niveles patológicos. Asunto que el director ya había abordado en cintas como Átame, Carne trémula, Matador y La ley del deseo —siendo esta última la más lograda.
La historia, desarrollada en Toledo, nos ubica en un futuro cercano aunque bastante inverosímil para las cuestiones médicas que argumenta. No puedo revelar mayores detalles de la trama, lo único que puedo decirles es que La piel que habito tiene algunos problemas en la misma, debido a que Almodóvar no logra decidirse entre hacer un thriller o una telenovela con tintes de ciencia ficción.
La sensación de incredulidad nace de los giros telenovelescos que complejizan aún más la enmarañada trama. Por ejemplo: el innecesario parentesco entre Zeca y Robert —tan sobrado como su disfraz de tigre— justificable únicamente bajo la estructura del hijo desagradecido y los hermanos enfrentados. Elementos como estos provocan un resultado fársico que poco ayuda a los objetivos emocionales del thriller.
Haciendo las obligadas comparaciones, la propuesta poética y tenebrosa de Georges Franju resulta aún más memorable que esta artificiosa oferta de Pedro Almodóvar.
Mientras el francés desarrolla una historia a partir de intrigas y misterios, el español opta por una trama que cuenta demasiadas cosas. En Los ojos sin rostro nos encontramos con personajes enigmáticos insertos en un ambiente realista. Mientras que en La piel que habito los protagonistas justifican todas sus acciones —a través de diálogos y flashbacks— en un escenario tecnificado lleno de cámaras y monitores.
Pedro Almodóvar me parece brillante cuando demuestra seguridad narrativa y desarrolla una trama sin vacilaciones, ya sea una comedia extravagante, un melodrama rosa, un drama intimista o un thriller sexual. Es una pena que en esta ocasión los argumentos sobre la identidad y la apariencia no luzcan lo debido ya que están tan cubiertos de piel sintética.
Lo mejor: la fotografía de José Luis Alcaine y el trabajo de Elena Anaya que transmite emociones con el cuerpo.
Lo peor: los problemas de tono y la inexpresividad de Antonio Banderas.