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Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias (dejémoslo en Juan Carlos, nada más) empezó con la caza mayor en 1962, en el gigantesco latifundio de un amigo, en Portugal: la heredad de Palma, finca de 200,000 hectáreas, donde se divertìa asesinando perdices, zorros y jabalíes.
Luego, siguió Safarilandia (Mozambique, Africa), una gigantesca reserva de caza del tamaño de Euskadi, propiedad del barón alemán Werner von Alvensleben, a la que acudía la crema de la sociedad europea.
El multimillonario griego Stavros Niarchos, el luego presidente francés Valéry Giscard y el entonces príncipe Juan Carlos eran algunos de los invitados de honor.
Una fotografía de esas jornadas muestra a Juan Carlos, rifle en mano y sonriente, con sus primeros trofeos: tres cabezas de búfalo cafre y los cuernos de un antílope sable, un gran kudú y otra especie de ungulado. A sus lados, dos nativos sostienen 2 colmillos de elefante.
En la llamada edad de oro de la caza en África, Juan Carlos perseguía leones, leopardos y elefantes en las colonias portuguesas. Entre 1965 y 1975, cazar en Mozambique era caro, como hoy, pero al prìncipe eso le tenìa sin cuidado. Total, lo pagaba el Estado. También cazaba allí el torero Luis Miguel Dominguín, padre del cantante Miguel Bosé, igualmente taurino. África era un edén para algunas de las caras más visibles del franquismo y la privilegiada derecha española.
Siguió Angola, pese a que allí se luchaba una guerra independentista. Por el desierto angoleño pululaban los antílopes, búfalos y felinos. El Borbón logró su ansiado trofeo: Un hermoso leopardo. El felino cayó al suelo, ensangrentado y dando volteretas. Murió prácticamente en el acto. El príncipe se acercó al animal, lo colocó sobre una roca y posó junto al cadáver aùn caliente (Foto 2). Como Juan Carlos, iban también a cazar el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y su mujer, Paloma OShea. Ese edén de la caza terminó con la descolonización de África. En 1975, la Revolución de los Claveles acabó con la dictadura portuguesa y las colonias africanas se libraron de Portugal.
Las guerrillas izquierdistas del Frente de Liberación de Mozambique y el Movimiento Popular de Liberación de Angola no permitieron ni un cazador en sus países. Pero, con el hambre y las guerras civiles que siguieron a la descolonización, casi exterminaron la fauna de animales mayores, reduciéndola en un 95% en Mozambique. El caso de los búfalos fue el más desgarrador.
La desaparición de los cotos africanos, no obstante, no acabó con la devoción del monarca por la caza: participó, en octubre del 2004, en una cacería en Rumanía en la que murieron baleados un lobo y nueve osos pardos, entre ellos una osa gestante, según el periódico Romania Libera. El Palacio de la Zarzuela (sede de la monarquìa española) no negó la acusaciòn, pese al revuelo armado en la prensa rumana y española. No conforme con eso, el mismo año, según el diario inglés The Guardian, el rey obtuvo permiso, previo pago de 7 mil euros, para matar a un bisonte europeo en el bosque polaco de Bialowieza, pese a estar en grave peligro de extinción. El 2006, volvió al Africa y mató al pobre elefante que se ve en la Foto 1 y, en época más reciente, a los búfalos de la Foto 3.
Es conocida la afición y defensa abierta del Rey por la tauromaquia (Foto 4). No debe sorprendernos, entonces, que la insensibilidad, la sed de emociones sangrientas, el parasitismo y la falta de escrúpulos sean una constante en gente así.