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¿Quieres ser libre? No esperes una revolución, porque quién sabe cuándo llegue —aunque tú bien puedes cooperar para que sea lo más pronto posible. Pero de todas maneras, quieres ser libre, ¿verdad? Sí, claro que sí. Eso pensé. Entonces vamos a analizar qué es lo que hace a la gente más ajena de sí misma.
Las deudas. Deber dinero a otros y no tenerlo completo para pagarlo es la perfecta fórmula para vivir como los esclavos vivieron alguna vez en las sociedades en las que era legal. Estoy hablando de las personas que quieren permanecer siempre libres de escribir, de pensar, de hablar, de verse en todos lados. No hablo aquí del criminal cínico que debe y eroga como si fuera millonario, cuando solo se trata de más deuda que ha acumulado… que probablemente jamás pagará.
Sí, claro, hay un elemento de valor en este asunto. Sí, un juicio de valor: creemos que quien incurre en una deuda, está en la obligación de pagarla, sin importar lo que haya o no firmado que lo obligue en cierta forma, también legalmente. También existen las deudas involuntarias, pero que se originan en uno mismo. Lo decente es reconocerlas y hacer todo lo posible para pagarlas.
Pero, ¿qué pasa cuando no se pueden pagar? ¿Qué pasa cuando el vaivén de la vida no gira a tu favor y cada vez estás más lejos de poder devolver eso que otros te dieron prestado? ¿Qué puedes hacer? El suicido es una posible solución; pero si eres ético, no recurrirás a él, pues los seguros de vida no incluyen el pago si así terminó de funcionar tu vida. Y como eres ético, te importa el recuerdo que la gente tendrá de ti —uno de los pocos valores de formar un ego o identidad cultural, que, por cierto, realmente solo funciona en muy contadas minorías.
Entonces, ¿cuál es la fórmula de la libertad? Muy sencilla: abstenerse en forma constante de aceptar deudas, por insignificantes que estas parezcan ser. Que se murió un pariente y hay que encontrar dinero para el entierro: hazte a un lado; no puedes cumplir, no tienes por qué meterte en ello. ¿Es ético este consejo? Sí: porque no queremos que caigas en el otro problema: el de las deudas.
Las deudas se van formando poco a poco. Se necesitan años, pero a veces en solo meses se puede perder toda la libertad en la vida. Es necesario decir no a cualquier forma de endeudamiento. Lo contrario del endeudamiento es el ahorro. Siempre debe uno erogar menos de lo que se ingresa. Hacer lo contrario es firmar la sentencia de la esclavitud, que puede ser mucho peor que la muerte o la peor enfermedad.
Repito, no puedo hablar aquí del cínico y desvergonzado, que justifica su imposibilidad de pagar en alguna forma —generalmente son juegos de palabras— que no puede ser éticamente aceptable para nadie. La muerte se convierte en el camino más seguro de la libertad de las deudas: ¿alguien quiere llegar a ese punto? La respuesta es un no rotundo.
Sin embargo, la vida económica moderna nos empuja a todos a endeudarnos. El mundo depende del endeudamiento de la gente. El sistema funciona en base a la creación de empleos. Cada empleo es un dinero que se le tiene que pagar al empleado. Ese empleado debe producir algo: lo que sea. Ese algo debe tener alguien que lo compre: ese debe tener ya sea dinero o capacidad de endeudamiento.
Pero, ¿qué pasa con el dinero? Lo que sucede es que el dinero se queda en grandes cantidades en poder de una muy escasa minoría de personas. Esas personas tienen que acumular más y más. La única forma de que eso sea posible es que haya más gente haciendo más cosas que no son útiles para nadie, pero que se encargan de vender a través de la mercadotecnia, que cada día goza de mayores formas sofisticadas de enganchar compradores. Son llamados consumidores; pero se trata de compradores o personas con algo de dinero o bien, con algo de capacidad de endeudamiento, que es una forma de asegurar que vas a poder pagar lo que compraste más adelante —obvio, on un ligero costo en intereses.
Si en vez de erogar el dinero comprando las cosas que los últimos empleos inventados ofrecen, se ahorrara, ¿qué sucedería? Veamos:
Como podemos fácilmente deducir, el mundo sería mucho mejor, porque el dinero que se vería circular en las calles sería el que ya está por derecho propio en manos de quien lo paga cuando consume. Es decir, el plástico como forma de pago solo sería por razones prácticas y estarían en uso solo las tarjetas de débito.
La gente usaría el tiempo más para actividades sin costo:
Demasiado tiempo, el día de hoy —en la economía del endeudamiento— se pierde en bares, restaurantes con comida mediocre —barata o cara—, discotecas que solo buscan atraer clientela que en alto porcentaje paga con tarjetas de crédito —o sea que no disponen de dinero y lo tendrán que pagar, “a ver cómo” algún día en el futuro.
La gente, indiscutiblemente, sería mucho más práctica y utilizaría menos combustible, menos llamadas telefónicas —haría que el celular se convierte en un instrumento con la tecnología de la comunicación proveída por la sociedad global. Es obvio que los viajes fuera de las ciudades serían mucho menos frecuentes. Esto haría que los aviones hagan sus corridas con gente en su interior yendo a donde tenga que ir por razones realmente válidas y no porque pudieron endeudarse para pagar un viaje que muchos ni entienden por qué lo están haciendo.
Es la fórmula mágica para vivir sin ser esclavo. Esto es solo pesado y molesto para quienes ahora ya se encuentran endeudados. Lo único que se les puede decir es que se abstengan de endeudarse más. Usen todo el dinero que reciben —el máximo, para no quedarse sin comer— para devolver a quienes les deben algo. Paguen lo más pronto posible todas las deudas que tengan. No se sientan tranquilos sino hasta haber terminado con todas las deudas, de tal manera que pueda decir públicamente que pudieron salir de una gran trampa.
Sí: el endeudamiento es una gran trampa. Muchas tarjetas de crédito que se ofrecen actualmente vienen con la recomendación de que al menos que se usen por lo menos una vez, tendrán un costo de X pesos al año. Esto quiere decir que necesitan que, de entre los millones de tarjetas que reparten, por lo menos se haga una compra. Es lógico. Veamos por qué.
Cuando una persona hace un pago de MX$500 con su tarjeta de crédito, el banco recibe por lo menos MX$12.50 de ese pago. El vendedor recibirá MX$488.50, aunque el comprador pagará MX$500.00. Parece poco, ¿verdad? Un banco de media talla tiene en circulación unas 2 millones de tarjetas de estas. ¿Qué representa esa compra mínima? ¡Estamos hablando de veinticinco millones de pesos solo por una operación al mes por cada tarjetahabiente! Pero si no pagan —o solo pagan el mínimo— entonces el negocio de los bancos se vuelve geométrico.
En todo caso, lo correcto sería que la sociedad, en vez de cobrar impuestos, se convierta en banco de los ciudadanos y que el impuesto —o sea, el dinero para hacer obra pública y dar servicios que todos necesitan— sea la utilidad de las operaciones financieras que estarían prohibidas para la iniciativa privada. Obviamente, el ahorro de la gente sería el dinero que la misma sociedad usaría para hacer obra, y los intereses que se les pagarían a los ahorradores, vendrían de las utilidades financieras de las empresas que requieran de ese dinero para financiarse.
Porque, eso de quitarles a los ciudadanos parte de lo que ganan para que contribuyan —cuando ya le quitaron al pagar cualquier cosa que compren— no parece ser del agrado de nadie. Además de que, los servicios personales, jamás deberían causar pago de contribuciones obligadas.
O bien, educar al ciudadano a que entienda que lo que ahorra —porque ya estamos de acuerdo en que la tendencia debería ser ahorrar, para no endeudarse— es en parte para el uso de la sociedad global, para que en forma pública se hagan todas aquellas obras y se provean todos esos servicios que no son atractivos para empresarios, dado que dejarían poca utilidad y les sería difícil devolver el crédito que tomarían para empezar los negocios —además del ahorro personal que inicialmente aportaran.
Los pagos de las contribuciones deben verse como ahorros de la sociedad. Sin embargo, lo decente sería que la empresa que contrata a cualquier persona, pague, por esta persona, al Estado, o sea, a la sociedad global, una cantidad determinada por concepto de hacer uso de la capacidad de un miembro de la sociedad a favor de sí misma, para generarle utilidades. El impuesto no lo estaría pagando el empleado, sino la empresa. El impuesto que pagaría el empleado sería a través de lo que compre que tenga alguna forma de impuesto al consumo y pagaría más impuesto en tanto más consuma.
Claro, al hacer las cosas en esa forma, de inmediato se argumentará que “entonces las empresas buscarían la manera de contratar a la cantidad menor de personas posible”, lo cual equivale exactamente a lo que están haciendo hoy, nada más que quizás con más ganas, porque estarían pagando no solo el sueldo, sino también impuestos sobre esos sueldos.
Todo lo que hemos argumentado aquí queda siempre con callejones sin salida. Es decir, no hay solución justa o equilibrada cuando se trata del dinero. Y todo el esfuerzo mental de lo que hemos expuesto aquí va dirigido a tratar de encontrar maneras justas y equilibradas de usar el dinero.
No existen. En tanto el dinero se continúe usando, los problemas como los que hemos planteado aquí siempre quedarán abiertos a que se les dé soluciones favorables solo a algunos, pero muy perjudiciales para las grandes mayorías.
La única solución para el futuro de la humanidad es la buena voluntad o una educación de solidaridad automática, en vez de una educación de competitividad constante. Sí, la competetitivdad es favorable para un individuo: en el momento en que tienes 100 individuos competitivos para hacer la misma cosa, ¿qué sucede? Tienes 1 solución y 99 problemas. Así funciona el mundo de la escasez.
Si, en cambio, modificamos el modelo al del trabajo voluntario, libre en tiempo y espacio, vamos a tener un mundo muy diferente. Algunos de los elementos que debemos resolver funcionarían en forma muy diferente:
La vida sería muy diferente de lo que conocemos hoy. Y es una forma de vida que podemos tener todos en el momento en que decidamos hacerlo. El cambio se da cuando todos cambiamos y solo podemos cambiar todos si todos entendemos qué significa el cambio que se daría. El cambio importante entre los humanos solo puede darse cuando todos los humanos cambian en conjunto. El cambio entre los humanos, para que realmente tenga significativo histórico, tiene que darse en forma colectiva.
Una vida mejor está en manos de todos en forma colectiva, no será posible si solo unos cuantos cambian. Es quizás la idea contraria de esa que se ha pregonado durante algunos años, que si “tú cambias, todo cambia”. Es la mejor manera de mantener el status quo o dejar que todo siga igual, “calmando” al inquieto para que haga nada. No es aceptable. El cambio es asunto de todos o no se dará jamás.