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La cinta apocalíptica “2012” se vislumbra para llegar a los primeros sitios en la lista de lo peor del año. Este churrazo de dimensiones colosales es uno de los espectáculos más insufribles que nos ha dado el “cine de desastres” ahora que los efectos digitales lo han vuelto a poner de moda.
Es la típica gringada donde no existe el más mínimo rastro de inteligencia en el guión. Está hecha pensando que el público está mentalmente negado y que consumirá toda clase de basura siempre y cuando haya escenas de acción y efectos especiales. No dudo que haya gente que busque deliberadamente este tipo de cine y que incluso la lleguen a considerar una gran película. Pero si usted es de los que odian que lo traten como menso, debe pensar en otra opción antes de pagar boleto.
La historia es una suma exasperante de clichés. Para empezar, el héroe es el arquetipo del americano promedio: padre de familia, clase media y subempleado –para darle mayor actualidad-. El mismo personaje que hemos visto con Tom Cruise en “La guerra de los mundos”, Pierce Brosnan en “El pico de Dante”, Tommy Lee Jones en “Volcano” y una interminable terna más de actores mediocres a la que ahora se une John Cusack. Por supuesto, la niña de mirada tierna, hija del protagonista, no puede faltar y ahora se enrola a una pequeña que es una versión menos talentosa de Dakota Fanning.
El argumento es más que obvio, llega el 2012 y el mundo se va a acabar. Un padre de familia (Cusack) se encarga de proteger a su familia del apocalipsis. ¡Escapar del fin del mundo! ¡Que babosada tan colosal! Pues así de absurda es esta cinta donde Cusack emprende una repetitiva carrera en contra de la naturaleza a través de diversos vehículos que van desde camionetas, campers, avionetas, jets y hasta autos deportivos. Todo aderezado por situaciones hiper-mega-exageradas que hacen que esta desastrosa película provoque pena ajena.
El director de este bodrio es Roland Emmerich, responsable de aberraciones como “Soldado Universal”, “El día de la independencia” y “El Día después de mañana”. Ya con ver esta filmografía es más que evidente que “2012” no está hecha para públicos pensantes. Lo peor del caso es que pareciera que es una película espectacular que puede servir únicamente para pasar un buen rato comiendo palomitas y viendo cómo se destruye el mundo. Pero es tan terriblemente mala que ni como entretenimiento efímero funciona.
Los efectos hubieran servido mejor si el guión no fuera tan payaso y no se hubiese saturado de acciones inverosímiles. El efectismo digital es llevado a niveles barrocos y son tantos los elementos en pantalla que uno termina mareado. El único instante decoroso es cuando una ola gigante arrasa con una montaña en cuya cima hay un campanario, y precisamente funciona porque hay pocos objetos en la escena. Desgraciadamente luego regresamos al exceso y la sandez.
Para terminar de hundir este barco, no faltan los discursos emotivos sobre la bondad casi celestial de los estadounidenses ante el desastre; también hay cabida para diálogos bobos que explican lo que ya está claro y terminan volviéndose irritantes. A esto se le suma una pésima musicalización que redunda aún más las imágenes.
Lo peor del caso es que “2012” tiene un excesivo metraje de casi 2 horas y media. Una cinta que incluso repite situaciones sin ton ni son y donde la espectacularidad pasa con gran facilidad al terreno de lo ridículo. Conforme avanzan los minutos, uno lamenta enormemente la decisión de haber entrado a la sala y hasta llega a desear que de verdad se acabe el mundo con tal de que se apague la proyección de este churro.