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"La unidad es la que nos hará salir adelante" proclamó, ante unas cien personas — presuntamente pertenecientes al gremio de los trabajadores sindicalizados de la extinta Luz y Fuerza del Centro— Fernando Amezcua, secretario del exterior del SME.
Tiene razón. La "unidad" es la única esperanza que le queda al SME para sobrevivir. Antes, la "unidad" fue forzada, venía junto con el empleo o "la chamba" en Luz y Fuerza del Centro —con mayor razón si para obtener esa "plaza" hubo que pagarle antes a un personero del SME o que se hacía pasar por tal— y pertenecías al SME en automático, de la misma forma que en tiempos pretéritos pertenecías al PRI si trabajabas en un puesto de confianza en el gobierno (digamos, de jefe de departamento para arriba), y de la misma forma que la ley, al menos en la letra, te sigue obligando a pertenecer a la cámara tal o a la cámara cual, al gremio pues, si tienes una empresa de esto o de lo otro. Y la corporación, se supone, velaba por ti, la corporación (encarnada en asamblea o en junta de notables o en comité ejecutivo) decidía por ti lo mejor para ti, siempre y cuando lo mejor para ti fuese también lo mejor para la corporación. En caso de conflicto entre lo que tú pensabas que era lo mejor para ti y lo que la corporación pensaba que era lo mejor, no cabía duda: La corporación estaba (está) siempre sobre el individuo.
Esa es la "unidad" que invoca Amezcua para que el corporativo pueda subsistir. "Pertenecer a...". Ya no soy dueño de mí, ni de mis actos, ni de mis decisiones. Éstas son del colectivo al que pertenezco. A cambio de ceder mi soberanía individual, mi libertad, obtengo "protección", dinero, prestaciones y hasta un sentimiento como de calorcito acogedor, en lugar del temible desamparo de la responsabilidad individual. Si quieres recobrar tu soberanía individual te quedarás en el desamparo, a la intemperie, ahí donde está el "llanto y crujir de dientes".
Lo que ahora le sucede al SME es que, como corporación, tendrá que conquistar de nuevo a los miembros del cuerpo colectivo sin poder ofrecerles, a cambio de su "pertenecer a", dinero, una plaza, prestaciones... No los puede ofrecer hoy, pero la prédica corporativa es que "si nos mantenemos unidos" existe la probabilidad de recuperar esos viejos buenos tiempos en los que todo era el gremio, la corporación, el sindicato y en los que ese colectivo, espléndido, munificente, nos daba todo.
Del otro lado, aparece el gobierno, que de pronto, y al fin, se acordó de que el "dueño" de Luz y Fuerza no era el SME, sino el Estado y que si Luz y Fuerza ya no servía, desde hace años, para lo que se suponía que fue creada, correspondía terminar con el equívoco monumental. Y ese gobierno es ahora el que tiene la chequera y te dice: Esto se acabó, pero si quieres te doy una más que generosa liquidación, te reconozco, sin mayores averiguaciones engorrosas o bochornosas, que te ganaste este dinero por tu trabajo, no porque "perteneces a" la corporación SME.
Añadió Amezcua ante su exigua audiencia (un centenar de personas frente a más de 40 mil supuestos miembros del gremio), algunas precisiones sobre la "unidad" que hoy demanda SME para subsistir: "No tenemos que cobrar la liquidación. El no cobrar las liquidaciones es un acuerdo de asamblea". Clarísimo: Lo que te puede parecer bueno, desde una odiosa y execrable perspectiva individual (cobrar una jugosa liquidación y "aquí se rompió una taza y cada quien para su casa") no es bueno ni deseable para la corporación a la que ¿perteneces o pertenecías?... Aquí entra el punto flaco, totalmente vulnerable del argumento corporativista en estas circunstancias: La corporación, el gremio, el sindicato ya no me ofrece siquiera el calorcito de antes, ¿por qué debo seguir perteneciéndole?
Tal vez por eso Amezcua no tiene más remedio que introducir un insólito matiz en su arenga, una ruptura fatal en el argumento colectivista (retomo el discurso original del secretario del exterior del SME): "El no cobrar las liquidaciones es un acuerdo de asamblea, finalmente es una responsabilidad particular de cada individuo el cobrarlas o no, y colectivamente la mayor parte de nuestros compañeros esta firme ante la propuesta que se hizo".
Nótese que ya no queda claro cuál fue "la propuesta que se hizo" en la dichosa asamblea (celebrada ¿cuándo? ¿con qué asistencia? ¿con qué mecanismos de voto?), ¿fue la propuesta de que "no hay que cobrar las liquidaciones" o fue la propuesta de que cobrar o no es "una responsabilidad particular de cada individuo"?
Debe ser bonito recobrar tu libertad individual cobrando una liquidación de decenas o cientos de miles de pesos, y en algunos casos de mucho más. Por lo general, en esta vida ser libre cuesta. Por lo general, esos colectivos que se encarnan en los gobiernos (los Estados) no te pagan para que seas libre, sino para que dejes de serlo. Curiosas vueltas que da la vida. Este es uno de esos casos excepcionales —al menos en la vida de este país tan afecto al "espíritu de cuerpo" y tan desafecto a los riesgos de la libertad individual— en los que el Estado propicia y alienta la libertad. ¡Te pagan para que te liberes!
Insólito. Y bienvenido, aunque lo más probable es que para el gobierno algo tan importante como la libertad de elección sólo haya sido un efecto colateral —deseado o no— de una correcta decisión de funcionalidad económica.