MEXICO, D.F., 8 de diciembre.– Se llama La Choya, es un ejido al Sur del Municipio de El Fuerte, pasando Estación Sufragio, en Sinaloa. Sólo se puede llegar ahí por una vereda escarpada, donde el monte parece comérsela.

La Choya, es un ejido al Sur del Municipio de El Fuerte, en Sinaloa. (Foto Noroeste)

Sin embargo, ahí hacen campamentos, fosas y entierran a personas.

“Una persona, leñador, nos dijo que teníamos que pasar por aquí, que luego luego íbamos a ver el bulto de tierra y que le íbamos a identificar, así nos guiamos hasta llegar aquí, pero antes ya habíamos visto otro lugar”, expresó Jorge, quien busca a su hermano Rafael desde el 2011.

“Ya habíamos visto que allá”, señalando con su mano derecha, “estaban otros bultos que parecían también como fosas, pero ese día que lo vimos estaba lloviendo y no nos dejaba escarbar mucho, fue más difícil”.

Cerca del lugar, a cinco kilómetros, se construye el gasoducto, se identifica fácilmente porque es un terreno aplanado y con varas clavadas a la tierra de donde se ve unos listones de colores anaranjado y rosa.

Jorge fue con su hermana Mary, sólo les falta Rafael para estar junto a su madre Manuela, la que se ha encargado de estar preguntando en los poblados cercanos a Estación Sufragio si lo han visto, así el leñador supo de ellos.

Fue el jueves cuando Jorge y Mary se sumergieron en la vereda, se dejaron comer por el monte y entonces hallaron el bulto.

“Había ahí cinta canela, ya en forma de aro para amarrar las manos y los pies, ya de ahí dimos aviso, entonces con un poco que escarbamos fue suficiente, se veía el cráneo y ya no hubo necesidad de hacer más nosotros”, aseguró Mary.

Entonces, durante la tarde del jueves, dieron parte a la autoridad.

"Hasta aquí pueden llegar"

El viernes, a primera hora, ya estaban patrullas de la Policía Ministerial y la Policía Municipal de El Fuerte, resguardaban el lugar como propio.

“Hasta aquí pueden llegar”, dijo uno de los policías municipales en medio del camino, apenas a 100 metros de donde sobresalía un cráneo, “tengo indicaciones de no dejar pasar a nadie. Órdenes son órdenes”.

Jorge y Mary rogaron, querían ver cómo sacaban de la tierra los huesos de una persona que sin verla, ni siquiera en restos sin carne, aseguran que es su hermano.

“Déjennos entrar oiga, nosotros somos los familiares, los trajimos aquí y si no me hubiera ido entonces no me hubieran sacado, no sea malo”, pedía Mary. “Vente Mary, ahorita nos van a dejar, aquí hay que esperarlos. Saca el agua, porque vamos a tener que esperar”, secundaba Jorge.

Sus caras mostraban frustración, estaban seguros de que ahí podía estar su hermano. Querían ver si ese cráneo que pudieron sacar le faltaban dientes, los molares, o si tenía facciones de ser gente adulta. Cuando desapareció tenía 41 años, unos sujetos en una camioneta blanca se lo llevaron, hubo personas que lo vieron, pero que por temor no quisieron declarar ante las autoridades, mejor se fueron del pueblo.

Entonces, después de una hora, Jorge recordó que ya había estado ahí, que había buscado pero que no había tenido éxito. Entonces se levantó, le ganó la ansiedad y en voz baja le decía a Mary que volvería pronto, que iba a buscar por su cuenta, que estaba seguro de que había más.

“Yo me acuerdo que aquella vez pusimos señas, cortamos ramas y le dejamos rasguños a los cactus, no fue hace mucho, eso fue en julio y no creo que la lluvia lo haya cambiado mucho”, lo afirmaba con plena seguridad y no se equivocó.

La cobija, las aguas y el campamento

“Vayan a ver si aquí se duermen los del gasoducto, pregúntenles si aquí se vienen a descansar y a comer. Ustedes vean si hay gente, pregúntenle lo mismo, si son del gasoducto”, expresó un mando ministerial, estaba encapuchado y no se distinguía placa alguna con su nombre.

Los policías escucharon a Jorge sobre los otros bultos y su nueva búsqueda, entonces le dijeron que iban con él. Prendieron las camionetas modelo Cheyenne y se metieron al monte.

Ahí estaba José Luis Leyva Rochín, encargado de la agencia del Ministerio Público especializada en desapariciones forzadas. Llegó la tarde de ese viernes desde Culiacán, se salió de una reunión con el equipo completo de subprocuradores.

“Miren, aquí hay una cobija, traigan una bolsa, díganle a los de la funeraria que la traigan”, solicitaba el investigador a los policías ministeriales, a los peritos y a personal de la funeraria Moreh. La empresa acompaña a los agentes de la Procuraduría de Justicia en las exhumaciones. Los empleados dicen que no les pagan, pero que les va bien cuando reclaman los cuerpos, que esa es la parte que les toca.

Llegaron a campamento, donde aún se veía y olía la ceniza de una fogata que se consumió durante la noche del jueves para el viernes. “Aquí estuvieron todavía hace un rato. Quien sabe a qué hora se fueron y por dónde, nos hay manera de sacar un carro de aquí y que no lo hayamos visto”, aseguraba un policía ministerial, pero ahí ya no había nadie, sólo marcas de llantas, botellas de agua que se repartieron entre los policías y restos de comida.

Sin embargo, ahí había dos fosas, sólo que vacías. Las especulaciones entre los investigadores, Jorge y Mary, y los policías es que alguien pudo haber estado ahí, que los sacaron y que posiblemente los enterraron en otro lugar. Aún, piensan eso. No era uno, eran más.

Hay que enterrar a la Virgen

Ya bajaba el sol, se iba la luz pero llegaban más ministeriales, junto a ellos el Subprocurador de Justicia de la Zona Norte de Sinaloa, Evaristo Castro Borbolla, que apenas saludó para luego gritar que no quería fotos. “Llegó enojado el hombre, como si le hubiéramos hecho algo, pero ojalá. Aparte que le hacemos el trabajo llega molesto… vergüenza debería darle y dejarnos entrar, ahí está nuestro hermano, estamos seguros”, reclamaba Mary mientras apretaba con su mano derecha una figura de plástico de color blanco.

Luego llegaron peritos de la Procuraduría General de la República. No duraron mucho, apenas media hora, pero salieron con unos sobres manila abultados. Sin palabra alguna, sólo pidieron permiso para pasar y se despidieron.

Fueron más de cinco horas, Jorge y Mary no desayunaron, sólo unas galletas Ritz y botellas de agua. Jorge no dejaba de fumar, Mary de rezar y llorar mientras apretaba la figura. Era la Virgen de Guadalupe.

Su madre, la señora Manuela, quería estar en la exhumación, pero no se la llevaron porque tenían miedo de que fuera a ponerse mal de salud. Su edad es avanzada y los tres años buscando a su hijo la han desgastado. Les pidió que se llevaran la figura de la Virgen para enterrarla en la fosa, y luego regaran con agua bendita donde se escarbó y encontraron los restos.

Sin embargo, no era el de una sola persona. José Luis Leyva Rochín fue con Jorge y Mary, les habló en lo cortó, pero era fácil entender lo que decía: se hallaron restos de cinco personas, ninguno reconocible. La noticia le partió la cara en llanto a Mary, Jorge la abrazaba y el investigador sólo agachó la cabeza, se dio la vuelta y volvió a la exhumación.

Ningún cuerpo fue reconocido, sólo había huesos y fueron llevados por el personal de la funeraria para limpiarlos.

El fuerte y sus desaparecidos

Desde septiembre de este año se han encontrado fosas con cuerpos cerca de donde se construye el gasoducto, unos por trabajadores y otros, como en esta ocasión, por familiares de desaparecidos. Han sido más de 10 cuerpos los que se han hallado, ninguno ha sido reconocido, por lo que se han tenido que practicar pruebas de ADN, las cuales hasta el momento siguen en los laboratorios, mientras en el Fuerte se siguen encontrando cuerpos. Sus familiares han hecho un grupo de búsqueda y así se han adelantado a las autoridades, las cuales hasta el momento permanecen en silencio y posponiendo reuniones de resultados. No existen. (SinEmbargo/Noroeste)