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Uno de los grandes problemas de la democracia mexicana es que después de 70 años de priismo, la sociedad esperaba cambios rápidos y profundos que de golpe recompusieran al país, lo cual era —y es— prácticamente imposible.
A partir del modelo español —el cual después de la dictadura franquista realizó un gran pacto entre las fuerzas políticas ibéricas que dio por resultado un plan a largo plazo que consolidara la democracia y por ende la economía en España— uno podría comprender que la democracia no es un asunto de rapidez, sino de paciencia y compromiso, elementos que han estado ausentes en la transición mexicana. Por el contrario, el hambre por cambios profundos ha hecho que el panorama nacional sea gris y que el ánimo colectivo sea de desilusión y de una enorme apatía al hablarse de gobierno.
Tal vez el gran pecado de la derecha, representada por el panismo, y de la izquierda, en su momento aglutinada en el PRD cardenista, fue no pactar la transición mexicana, y por el contrario pensar que éramos lo suficientemente maduros para ejercer la democracia sin la necesidad de acuerdos.
Sin embargo, pronto se evidenció nuestra inmadurez política. Si bien en el 2001 se terminaba la época del autoritarismo priista en la presidencia de la República, la nueva era fue marcada por un gran egoísmo político de los nuevos protagonistas: el PAN y PRD se dedicaron a menospreciarse y permitir el renacimiento del priismo que no sólo no desapareción ni cambió, sino que fue paciente para aprovechar las disputas y errores de sus contrincantes para planear su regreso al poder.
La llegada de Calderón al gobierno fue quizá la última oportunidad de tener un gran pacto para cambiar al país, pero de nueva cuenta los egoísmos políticos, ahora principalmente de López Obrador, minaron esa posibilidad, desgastaron —aún más— tanto al PAN como al PRD, y de paso polarizaron a una sociedad que en su división es incapaz de reconocer aciertos ajenos. Si eres del PRD jamás verás algo positivo en el PAN y viceversa.
Este desgaste del PAN y del PRD vino aparejado de un PRI "renovado" que aplica una sola fórmula para atraer el voto: rostros jóvenes y carismáticos impulsados por una gran mercadotecnia política que muchas veces ofrece rápidas soluciones a problemas complejos.
Esos problemas, empero, requieren soluciones de largo plazo. La pobreza no se va acabar en seis años, ni el retraso que existe en los niveles de educación en un sexenio, quien diga lo contrario sencillamente miente.
Sin embargo, por la necesidad económica del día a día de millones de mexicanos, surge el lucro político y con desilusión vemos que la sociedad mexicana cae en el garlito una y otra y otra vez.
El mejor ejemplo lo tenemos en Yucatán, en donde el gobierno del Estado te regala pollitos, carneros, alambre de púas, coas, pero no te dice como ser productivo. Te promete un tren bala para traer turistas y detonar la región, pero ni siquiera presenta un proyecto ante las autoridades del ramo. Compra un aeropuerto en Kaua, pero no llegan aviones.
Al parecer, por su "urgencia" económica, la gente quiere soluciones rápidas a los grandes problemas, o por lo menos no le desagrada oír promesas en donde se mencionen acciones que traigan un supuesto bienestar, no importando la viabilidad de las mismas. Y peor aún, dan su voto por la eterna promesa de que “ahora sí, todo será diferente”.
En Yucatán, en la figura de la gobernadora tenemos una gran "lanzadora" de promesas que se hicieron en su momento y que, en su mayoría, están en el olvido. Su gobierno, ante sus escasos resultados y promesas materializadas, se cuelga de las acciones y obras realizadas por otros órdenes de gobierno. Sus programas estrellas son en donde se regalan cobijas o zapatos "para los más necesitados"... ¿De verdad están funcionando dichos programas? ¿Se están reduciendo índices de pobreza a partir de estas acciones del gobierno estatal?
A esto habría que agregar cierta complicidad —y a veces hasta conveniencia— de los sectores productivos yucatecos, que son incapaces de alzar la voz para señalar la ausencia de gobierno. Prefieren agachar la cabeza a cambio de ser contemplados en concursos para la asignación de recursos estatales.
En esta época electoral vamos escuchar del PRI el discurso del sur olvidado por el PAN. Se nos dirá que el voto por el PRI es por modernizar Mérida, por un municipio de primer mundo, por quienes menos tienen, etc. Desafortunadamente muchos caerán nuevamente en el garlito por recibir gorras, playeras y alimentos, que aceptarán como parte de la eterna promesa de la solución rápida a sus problemas... ¿Qué hacer ante esto?