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El alma mala gobernará mal y la que es buena lo hará todo bien
Platón
Las campañas políticas van llegando a su fin. Los candidatos de todos los partidos, se han preocupado por visitar casa por casa, sin dejar de acudir a ninguna. Han gastado suela, han sudado, han estrechado incontables manos y apapachado muchísimas gentes. Han lucido su mejor sonrisa y recurrido a sus mejores galas para hacerse agradables al escrutinio popular, han escuchado, han prometido e intentado hacer creer al ciudadano, que esta vez es la buena, que en esta ocasión si cumplirán. El sistema político mexicano tradicionalmente ha inculcado en el pueblo la convicción de que el país, el estado o la ciudad respectivamente y dependiendo del momento y la ocasión, se reinventan cada trienio o sexenio. Así pues, para los candidatos emanados del sistema e impregnados de sus usos y costumbres, es de lo más sencillo prometer las cosas más disparatadas sin ton ni son. Lo más triste del caso, es percatarse de que la gente puede brindar credibilidad a las afirmaciones de tal o cual aspirante, sin entrar en el análisis a fondo de su trayectoria personal (situación que lo hace susceptible de recibir o no el voto de confianza del electorado), ni de su desempeño partidista en el marco de los comicios, ni de lo planteado entre sus propuestas de proselitismo. En tal virtud, es que un debate, es decir, un ejercicio ordenado de intercambio y confrontación de ideas y plataformas, es altamente beneficioso para la colectividad, toda vez que permite la compulsa y confrontación de cada una de las mismas y permite, en otro sentido, a los votantes potenciales percibir la simpatía o antipatía que cada aspirante despliega y que también cuenta a la hora de determinar la intención del sufragio. Es innegable que la apariencia y la imagen desempeñan un factor fundamental en los procesos electorales modernos, si lo sabrán algunos de sus participantes que han dado drásticos cambios al respecto. Cuestión de memoria nada más. ¿Verdad, amigo (a) lector (a)?En el caso de la ya inmediata elección para alcalde de nuestra ciudad, es de capital importancia contrastar y efectuar la comparación pertinente entre lo propugnado por las candidatas de los dos partidos mayoritarios, sin el embozo o el retraso que significaría invitar a los demás contendientes, toda vez que resulta más que obvio que carecen de oportunidades para erigirse en vencedores de una justa constreñida a un par de posibilidades, que involucra posiciones políticas encontradas: de un lado la visión caciquil, autoritaria, populista, reacia a la rendición de cuentas y por otro, la postura favorable a la transparencia, a la difusión del bien común, el respeto a la dignidad de la persona y el apego a los valores democráticos. Pero amén de todo lo anterior, el debate representa un ejercicio de civilidad. Implica acatamiento a la diversidad ideológica y su difusión hacia las masas y sobre todo, constituye el punto de quiebra en una competencia que de inicio era juzgada como desproporcionada, habida cuenta de la en apariencia abismal ventaja existente entre las participantes, misma que se disipó y revirtió a pasos agigantados. Así, es posible afirmar hoy en día, que quien antaño punteaba en la confrontación ha pasado a la zaga y quien marchaba detrás, encabeza hoy la contienda por la llamada joya de la corona. En similar orden de ideas, sería de sentido común y de lo mas elemental, suponer que el cuarto de guerra de la candidata que ha decrecido en aceptación pública, le sugiera no participar en un ejercicio abierto de exposición de ideas, toda vez que hacerlo, equivaldría inevitablemente a despedirse de todas sus aspiraciones para obtener el triunfo, una victoria con la que sus cofrades han soñado durante muchos años, pues es notoria y de todos conocida su impericia e inexperiencia en el complejo arte de hablar en público y un tropiezo a estas alturas del partido, precipitaría su descenso y no haría sino anticipar su derrota, merced a que disipada que fue ya su primacía, su única opción de triunfo radica en poder aprovecharse de un error garrafal de su oponente, situación que difícilmente se dará. Pero independientemente de que la prudencia de asesores aconseje a alguna candidata rehuir el debate, retroceder es imposible dada la expectativa que su realización ha despertado en la ciudadanía. De tal suerte, quien desdeñara entrar en el proceso de análisis y discusión de las propuestas propias y ajenas, pagaría sin lugar a dudas, un precio muy alto: una derrota segura en la elección. Pero punto y aparte de los razonamientos anteriormente consignados, ¿no es el germen de la democracia el intercambio de puntos de vista y el otorgamiento de certeza a las convicciones del elector mediante la comparación de opiniones discordantes? Eso comprobaría a cabalidad el aserto que prescribe que obras son amores y no buenas razones. Es a las aspirantes a quienes toca confirmarlo en vías de hecho. Quien se negare, dará más que evidentes muestras de no ser digna de que pueda conferírsele el alto honor de ser primera edil de esta muy noble y leal ciudad. ¿Queda pues pactado el lance?
Dios, Patria y Libertad