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Mérida, Yuc., México, octubre 10 de 2015.
Nutrición: cómo comer, qué comer para mantenerse bien nutrido. Se supone que es algo que los expertos deben conocer a fondo y sin dudas. Así es. Pero el asunto de la nutrición pareció haber quedado resuelto si todos cambiábamos a comer como lo hacían los norteamericanos en los años 50.
Si habían ganado todas guerras en que habían participado, ¿quién podría dudar que ellos son los que tenían la fórmula perfecta para vivir mejor, ser más inteligentes, más productivos, más fuertes individualmente, más altos, etc. Había que ser como ellos, ¿verdad?
Estadísticas tomadas en 1954 mostraron que la incidencia de cáncer de próstata entre los varones japoneses era considerablemente más baja que la de los Estados Unidos. Pero a partir de 1954, Japón comenzó a promover cambios en las dietas de la su gente.
¿No recuerdan los anuncios de la leche en EE.UU.? Se mostraba al personaje de Superman con bigotes de leche; fueron anuncios dirigidos a los niños y querían mostrarles que la fortaleza de Superman era gracias a que consumía la blanca leche de vaca.
Los japoneses usaron el mismo anuncio, cambiando al personaje de Superman por un Ninja que, vestido de negro, también portaba bigotes del vaso de leche que acababa de beberse. Así, Japón, en forma profunda, había adoptado la alimentación de los norteamericanos. Eran el ejemplo a seguir.
Hoy las estadísticas muestran que esa adopción —no solo de la leche, sino de volúmenes de carne, pollo, cerdo y pescado— ya tiene su cuota en Japón: ahora las estadísticas de incidencia del cáncer de próstata son tan altas como en los Estados Unidos.
El platillo de las diferentes regiones en México era tradicionalmente rico en verduras, leguminosas, frutas; muchas salsas, de todo tipo. Pero los mexicanos también deberíamos tender a ser tan “inteligentes” como los vecinos del norte y, por ende, deberíamos proceder a revisar nuestras costumbres alimenticias.
Y eso hicimos: el signo más importante de status elevado en todos lados vendría a ser el volumen de consumo de pedazos de animales muertos en nuestros platillos.
El asunto de la carne de cualquier animal, en el platillo de la comida, ha sido tradicionalmente un asunto elitista. Fueron siempre las clases altas las que más proteína animal comieron; fueron también esas clases las que más enfermedades degenerativas crónicas sufrieron siempre.
Hoy, al pueblo mexicano se le ha vendido la idea de que comer bien significa comer mucha proteína animal. Algunos consideran un insulto el solo intento de aconsejarles que no les conviene para su salud.
Con las grandes cantidades de politiquería y demagogia que se han repartido en México, ya nadie cree en nadie. La terquedad de los nutriólogos continúa empujándolos a no revisar lo que aprendieron de libros obsoletos procedentes de Estados Unidos, país en el que las enfermedades crónicas degenerativas (cáncer, cardiovasclar, diabetes, Alzheimer’s, arterioesclerosis y otras 20 más) abundan más que en cualquier otro país “desarrollado”.
De allí la explosión de gente obesa y sufriendo de diabetes.
Decenas de importantes estudios se han ido acumulando durante los últimos 120 años —y otros más, aún en siglos anteriores— que han mostrado una y otra vez cómo los pueblos que se alimentan con mayor cantidad de almidones —carbohidratos compuestos— ricos en fibra, grasa vegetal y granos, con mínimas cantidades de proteína animal (casi siempre agregada como condimento) han sido siempre más saludables que los que tienen en sus dietas altas cantidades de proteína animal.
Y si tienes en mente alguno que te diga lo contrario, ve y revísalo: está mal hecho el estudio. Hoy todo indica —por eso me es difícil entender qué ha pasado con los nutriólogos— que la ingesta de proteína animal es dañina para la salud, generando diferentes formas de enfermedades degenerativas según el DNA de la víctima.
Es la primera palabra del título —bastante largo— de un libro cuyo autor se tomó el trabajo de estudiar durante décadas qué es lo que realmente se sabía con respecto a la nutrición y a la proteína animal. Y el autor, a pesar de haber sido uno de los promotores de las dietas altas de proteína animal, en forma honesta se da cuenta de que lo que ha estado haciendo no es lo correcto, y cambia radicalmente su manera de tratar al paciente.
Escribió libros y estuvo en entrevistas de TV con amplio auditorio; hoy sabe que debe demostrar que todo lo hizo según su buen entender y siguiente las enseñanzas más ortodoxas, aceptadas en esos hospitales a donde los millonarios mexicanos —y de otros países— van a dejar toneladas de dólares para ver si pueden mejorar sus condiciones.
Cuando, después de años de tratar pacientes con relativo éxito —rápida pérdida de peso a corto plazo, pero subida al mismo o mayor peso en menos de 2 años— el Dr. Davis descubre que no es lo correcto lo que estaba haciendo y cambia radicalmente su forma de trabajar, está aplicando la ética pura, esa que es muy difícil de captar para mucha gente.
El Dr. Davis se concentra en estudiar qué es lo que ha pasado. ¿Por qué la medicina tradicional, la ortodoxa, la supuestamente más seria de los Estados Unidos había promovido en forma tan intensa el consumo de proteína animal como lo más saludable cuando, la realidad viene siendo que es la causa de todas las enfermedades degenerativas crónicas de que sufre ese país?
Y lo peor es que es algo que ha exportado al mundo entero.
Si entiendes en su justa dimensión este tema, te darás cuenta de que tus hábitos alimenticios son producto de tradiciones y costumbres mal fundadas; o bien, puede ser que en algún momento en la historia de la humanidad, haya sido necesario recurrir al alimento proporcionado por los animales muertos.
Pero esto no es así hoy. Se conocen ya muchos datos que nos indican que las cosas deben ir por otro camino.
Cuando tú cambies totalmente —este cambio, la verdad, no puede hacerse por partes— entonces estarás contribuyendo:
Las leyes que se ignoran y no se cumplen, de todas maneras hacen que recibas tu castigo. Los hechos que ignoras pueden minimizar tu culpa, pero el castigo lo tendrías. Cuando ya conoces los hechos, cuando la información ya te llegó, entonces, ya no tienes excusa alguna.
Hay que cambiar hoy.