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México (18 de enero).-
En su mensaje de ayer, Peña Nieto —me resisto a reconocerle la condición de presidente—, además de amenazar con reprimir las protestas por el brutal aumento de precios de la gasolina y pedirnos comprensión y resignación ante él, aseguró que tal medida era inevitable, y que no es consecuencia de la mal llamada reforma energética, sino del alza de precios internacionales de las gasolinas.
Inevitable no era tal medida. Pudo muy bien haberse evitado, de no ser porque tanto los gobiernos del PRI como del PAN, en vez de fortalecer a Petróleos Mexicanos, la llevaron deliberadamente a la ruina con miras a su privatización. Pudo haberse evitado si en vez de importar cada vez más gasolina de Estados Unidos, se hubieran construido refinerías en México. Pudo haberse evitado combatiendo el robo de combustible en los ductos y las plantas de Pemex y no —como se ha venido haciendo durante años— cerrando los ojos ante ese delito en el que, según la vox populi, participan policías y funcionarios públicos de muy distintos niveles. Se hubiera podido evitarlo combatiendo la corrupción en Pemex y no beneficiándose de ella.
En cuanto a la afirmación de Peña Nieto sobre el alza de precios, no sé si mañosamente, al referirse al aumento de precios internacionales, se refirió a las gasolinas y no al petróleo. Porque este último no es actualmente más caro que hace algunos años sino, por lo contrario, mucho más barato. En el período comprendido entre 2011 y 2013, el precio por barril era superior a cien dólares. En el segundo semestre de 2016, después de un período de continuado descenso, era ya del orden de 45 dólares, o sea menos de la mitad. Ahora bien, si Peña Nieto se refiere al precio de las gasolinas que importamos de Estados Unidos, tiene razón: las grandes empresas petroleras norteamericanas usan nuestro petróleo barato para producir gasolina que nos venden más cara, porque ellos sí construyeron las refinerías que, según nuestros gobernantes, no debíamos construir en México porque eran mal negocio. Así pues, que no le digan, que no le cuenten. El aumento de precios de las gasolinas y del gas licuado pudo perfectamente haberse evitado con una política nacionalista —como la que han aplicado otros países con mejores gobiernos que México— orientada a garantizar nuestra independencia energética y a aprovechar plenamente nuestros recursos naturales. Lo que se viene de ahora en adelante no es un secreto para nadie: empresarios y ex funcionarios públicos harán pingües negocios con la importación de gasolina, un negocio redondo, para el cual no se necesita más que un poco de dinero, sin tener que construir refinerías ni oleoductos, sino simplemente comprando a un precio allá y vendiendo a otro más alto acá, en un mercado cada vez más cautivo dado que a Pemex se le sigue estrangulando y reduciendo su capacidad de refinación por el premeditado deterioro de sus instalaciones. Al mismo tiempo, al ser ahora mucho más cara la gasolina, será más atractivo robarla. Es de esperar, entonces, que se incremente el robo de combustible a Pemex, con la consiguiente sangría económica para la empresa. Y a este respecto conviene recalcar que, como decíamos líneas atrás, si ese delito no se combate, es porque no se quiere hacerlo. Cualquier trailero sabe muy bien dónde comprar combustible robado, y bastaría un adecuado sistema de verificación y control de las compras y ventas de combustible en las gasolinerías para detectar aquellas que manejan combustible de procedencia ilícita. Hay muchas puntas de madeja que podrían desenredarse para llegar hasta quienes manejan ese negocio de muchos miles de millones de pesos. Si no se hace es porque —dicen las buenas lenguas— se podría llegar hasta muy arriba.
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