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Hemos visto ya lo delicado que es dejar decisiones importantes en manos de masas de gente que, tristemente —quizás no tengan tiempo para hacerlo— no cuenta con información correcta para sostener la decisión que tomará al elegir tal o cual alternativa política.
En Inglaterra vimos el resultado de una elección importante: Brexit, o salida del Reino Unido de la Unión Europea en temas tan importantes como libertad de movimiento entre fronteras, empleo para todos los ciudadanos de todos los países miembros en cualquier otro país de la comunidad y otras cosas de gran importancia, como la libertad de comercio entre todos los países.
En México mucha gente reaccionó negativamente en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC). Hoy, es el tema de lo que Donald Trump quisiera quitar del camino, por el gran beneficio que le ha dado a México; a él, en este caso, no le interesa que a los Estados Unidos también le haya dado beneficio —14 millones de empleos netos existen gracias a lo que hace posible el TLC— lo que no puede soportar es que a México le haya dado algún beneficio. (Trump lleva algo que lo hace odiar a México; algún día se aclarará ese odio irracional; va a ser una sorpresa más del carácter de niño de 5 años que algunos conocedores de la conducta humana le han adjudicado).
Efectivamente, cada mes, varias decenas de miles de millones de dólares favorecen la balanza comercial de México con respecto a los Estados Unidos gracias al TLC. En realidad, esto era de esperarse. Productos bien hechos en México están teniendo buena acogida en Estados Unidos y Canadá. El TLC ha hecho posible que lleguen a esos países a un muy buen precio. Lo mismo ha sucedido en México con miles de productos que ya son parte del consumo regular de millones de familias mexicanas. Si los mexicanos los están comprando es porque los encuentran a buen precio y han descubierto que su calidad concuerda con su precio.
Si cuando el TLC se iba a firmar dejaban en manos de las masas la decisión —a través de un plebiscito— lo más probable es que jamás se hubiese logrado. Tampoco los norteamericanos hubiesen votado a favor del TLC (allá se conoce como NAFTA); las masas, en general, responden a tonos de blanco y negro, en vez de analizar con cuidado los diferentes tonos de gris que se dan entre los extremos del sí y del no.
En 2018 habrá una elección en México que parece ser de gran importancia. Todo el mundo ha visto lo que ha sucedido en Venezuela con la elección de Chávez y, al morir este, la continuidad de su régimen socialista con Madero. Allá se ha cerrado cualquier posibilidad de que quien no está de acuerdo con el gobierno, pueda protestar. En varias ocasiones, las elecciones le han dado el gane a los de la oposición; los chavistas y maduristas se han mantenido firmes y han impedido por todos los medios —incluyendo la violencia armada de fuerzas del orden contra ciudadanos— que la oposición se manifieste. Los hechos están narrados en miles de páginas a través de Internet. Hay decenas de miles de testigos viviendo hoy fuera de Venezuela que pueden narrar hechos confirmables.
En México hay un candidato que viene con un discurso parecido —no es idéntico y sí tiene diferencias importantes— pero invita al ciudadano a votar por él porque ofrece soluciones de corte distributivo, amén de sugerencias irrealistas con respecto a lo que le conviene a la economía de México para los próximos años. Hoy (finales de febrero de 2018) este candidato, Andrés Manuel López Obrador, lleva la delantera en la gran mayoría de las encuestas que se han levantado.
México no se ha convertido en un paraíso universal con los presidentes anteriores, pero las crisis sexenales se acabaron con Zedillo. No se volvieron a repetir ni con Fox ni con Calderón ni con Peña. La corrupción —algunos aseguran haberla medido— continúa siendo el peor enemigo de México.
Zedillo tuvo el valor de renunciar efectivamente al gobierno del Banco de México. Al dejar el mando del banco, la responsabilidad de emitir moneda quedó según la realidad económica de la nación. Zedillo sentó bases que afortunadamente no han sido quebrantadas por los tres sucesores —2 del PAN y 1 del PRI. Esto ha sido así porque han cumplido con los lineamientos definidos por el Banco Monetario Internacional. El tipo de cambio del peso mexicano frente al dólar norteamericano, se ha mantenido a un nivel que parece no tener gran relación con los precios que los productos importados mantienen dentro del mercado mexicano.
Los peores momentos para esa relación entre el peso y el dólar, se han dado por el ascenso de Trump al poder. Los inversionistas salieron del mercado mexicano en manada en varias ocasiones en 2016. El resultado fue el disparo del precio del dólar en México. Sí, la inflación es una realidad, pero no en el nivel que sugeriría el aumento del precio del dólar.
Esa disciplina macroeconómica es la que López Obrador parece tener dificultades para entender. Por otra parte, el candidato López tampoco ha hecho la tarea de analizar qué sucederá en el mundo —que afectará directamente a México— durante los próximos 6 a 10 años. Ha sugerido inversiones —como refinerías— que quedarían obsoletas para 2024. Se convertirían en costosos elefantes blancos.
Meade —candidato a la presidencia por el PRI— sí tiene el corte de los políticos mexicanos que cuidarán los criterios macroeconómicos para mantener niveles favorables al mexicano como consumidor —es lo que principalmente logra una economía con disciplina fiscal.
A pesar del perfil aceptable de Meade (PRI), nos encontramos (PAN-PRD-MOV. CIUD.) con el perfil de un hombre de menos de 40 años, con profundos conocimientos de la escena mundial y de la ubicación real de México en el entorno, que viene con gran fuerza a ganar la elección —si es que la esposa de Felipe Calderón, el ex-presidente, no le quita más votos panistas. Se trata de Ricardo Anaya, de 38 años. Es un excelente orador, con la gran ventaja de que su elegante y clara oratoria, está plagada de hechos reales, imprescindibles para entender a cabalidad la escena de México en el entorno mundial actual. Su oratoria, además de elocuente, es clara —pedagógica— capaz de educar a su auditorio.
Las encuestas son muy importantes, sobre todo si efectivamente están midiendo la realidad. Según ellas, la tendencia de los encuestados a tenerlo como el ganador, ha ido subiendo en forma constante. La gente tiende a restarles valor a las encuestas que no le dan el gane a sus preferidos; les da validez a aquellos ejercicios estadísticos que señalan a sus favoritos como los que ganarían.
¿Cuáles son las encuestas confiables en realidad? Si dos encuestas anuncian resultados muy diferentes, una de las dos está mal. La tendencia se reflejará como promedio en todas las encuestas. Es otra manera de llegar a una medición que trata de sopesar diferentes métodos usados por las encuestadores.
Una encuesta bien hecha, que aplica todos los métodos recomendables en la investigación de las ciencias sociales, no tiene por qué arrojar resultados alejados de la verdad. La metodología correcta aplicada a varios ejercicios va a resultar en una tendencia que tiene altísimas probabilidades de coincidir con la realidad.
Si hacen muchas muestras con la metodología correcta, se notará que la tendencia entre todas es casi diéntica. Las diferencias son mayores cuando las muestras son más pequeñas o son formadas con fallas en los métodos aplicados. Y por desgracía, sí, es muy cierto, que una encuesta puede ser “encargada” a modo: “Les vamos a pagar para que los resultados de la encuesta salgan a favor de tal opción, con esta opción en segundo lugar y como quieran ustedes en las demás opciones.” Una empresa encuestadora que acepta ese tipo de mandato debería quedar completamente vetada de aceptar trabajos.
Una encuesta se hace para publicar. El público va a leer resultados que nadie tiene derecho a modificar. Es una de las más graves corrupciones que se pueden dar en una sociedad: mentir a la población en general con encuestas falsas.
¿Qué se puede hacer para supervisar una encuesta? Los procesos para hacer rifas son vigilados por la Secretaría de Gobernación. Una encuesta es algo mucho más importante que el resultado de una rifa o de un concurso. Esto indica que, si concursos y rifas son supervisadas por la autoridad —buscando que los resultados se obtengan por métodos honestos— con mucha más razón los procesos aplicados por las empresas encuestadoras deben ser cuidadosamente supervisados por representantes de la autoridad electoral —de este tipo de encuestas estamos hablando. ¿Está sucediendo eso?
Lectora, si has llegado hasta este punto, tienes interés en nuestra opinión con respecto a las decisiones electorales y el nivel de información de la gente que tiene derecho a votar. La gente que vota afecta a todos los demás que votan —y afecta a la sociedad en general. La gente que se abstiene de votar, está dejando la decisión en juego en manos de quienes sí votan. ¿Cuál es la tendencia en el páis? ¿Votan más lo que mejor informados están o los que menos calidad de información tienen?
Allí queda la pregunta y por qué es importante:
Eso es participar.