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(0) CERO ESTRELLAS
Por Federico Wilder
Es la historia de Alejandro (interpretado por José María de Tavira), un júnior que se dedica a la pachanga y a la droga con un grupito de descerebraos “hijos de papi”. Cierta noche, jugando arrancones, atropella y mata a un joven y queda muy conmovido por este suceso. Aunque no tiene ninguna importancia con el resto de la historia, Alex está comprometido con una millonaria ninfómana, y sus padres ven con buenos ojos el futuro matrimonio por la alianza comercial que representa.
Decepcionado de su novia, contrariado por haber asesinado imprudencialmente y harto de las presiones de su padre, Alejandro decide irse a vacacionar a Vallarta pero accidentalmente se desvía y acaba en un alejado pueblito costeño. No hace falta ser un gran literato para imaginarse el resto de la historia. En ese poblado encontrará a Rosa, una joven humilde que le enseñará el verdadero amor. ¡Por favor! ¿Dónde quedaron los guionistas en este país?
Pero de pronto, la historia cambia, y resulta que Rosa está casada con un poderoso narcotraficante (Alberto Estrella) y Alejandro tratará de liberarla y acabar con los malosos. Es como pasar de “Los ricos también lloran” a una película de los hermanos Almada. Historia absurda que termina siendo tan superficial y tonta como el mundo de júniors neuronalmente muertos que Lebrija intenta revelarnos, y del cual parece formar parte muy activa.
Argumentalmente nada tiene sentido, lo mismo empieza perfilándose como un road movie, para luego ser un thriller y rematar en un patético melodrama digno de Juan Osorio. Inclusive no duda en recurrir a situaciones de excesiva cursilería y enorgullecerse de clichés televisivos que solo demuestran la paupérrima cultura cinematográfica de su realizador.
Uno más que cae en el “síndrome Amores Perros” que tanto daño les ha hecho a algunos directores mexicanos, pues también intenta vanamente repetirnos un accidente automovilístico que transforma la vida del protagonista, y hasta coquetea inicialmente con la acronología a fin de abrir con una escena “impactante”, para luego darse cuenta que no le sirve de nada. Vaya forma de evidenciarse.
Otro lastre del mexican movie es el insulto gratuito. Hay quienes ya se creyeron la idea de que en una película mexicana los personajes deben hablar como peladitos y que de cada 10 palabras, 9 sean altisonantes. Tache. Y no es que me disguste el insulto o que me ponga puritano, simplemente las malas palabras quedan muy bien si la historia así lo requiere, pero de ninguna manera cuando no viene ni al caso.
Todo está tratado con una simpleza exasperante: ricos malos — pobres buenos. Y a la pura escuela de Ismael Rodríguez, vemos que los malévolos narcos son tuertos ojo de vidrio o están cojos y llevan bastón. ¡Cuanta genialidad¡ Sólo faltó que Tavira y Martina García cantaran “Amorcito corazón”.
Todo es una mezcla casi surrealista de situaciones descabelladas. En un instante estamos dentro de una fiesta de Jet Set, después nos obligan a ver un videoclip de Luis Roberto Guzmán, y terminamos en un penoso intento de James Bond tropical, con un protagonista que pasa de yuppie a surfista sin ton ni son. Una historia que pretende ser todo en una. Hasta quiere hacer referencias a “Perros de reserva” de Quentin Tarantino y “Thelma y Louise” de Ridley Scott pero sólo termina haciendo el oso. El momento más lamentable es su humorístico clímax musicalizado con el “Aleluya” cantado en inglés en un tono baladoso, pero con alcances tremendamente ridículos en función de la situación planteada que no les puedo contar. En ese instante, “Amar a morir” toca fondo, para fortuna, es ahí mismo donde la película termina.
Lo único rescatable son los actores José María de Tavira, Martina García y Alberto Estrella. Los tres son muy buenos pero desgraciadamente sus intentos por construir personajes son inútiles ante un guión frívolo y sin brújula.
Lo que no puede negarse es que el filme tiene buena factura, sobre todo en el aspecto fotográfico, siempre y cuando se vea desde el punto meramente técnico, porque si lo analizamos en virtud de su utilidad narrativa nos quedaremos sin atributos. Al parecer Alejandro Lebrija convenció a varios de sus adinerados cuates para financiar el proyecto. Qué triste que se haya desperdiciado tanta película y dinero que bien pudo aprovecharse para proyectos verdaderamente serios.
En su capricho, Lebrija deja patente su falta de tablas al dirigir un producto que no conoce el concepto de ejes e ignora toda regla de continuidad. Para colmo, además de improvisado es pretencioso, pues se congratula con situaciones redundantes, tomas sobradas y angulaciones aéreas que no sirven más que para darle un aire de petulancia amateur a este desastre cinematográfico. Se supone que este señor estudió cine en Estados Unidos, pero creo que como alumno tampoco fue muy brillante. Afortunadamente aún hay talento en nuestro país y hay directores como Arturo Ripstein, Carlos Reygadas, Fernando Eimbcke, entre otros, que sí están haciendo buen cine y están dejando el nombre de México realmente en alto.
“Amar a morir” es uno más de los muchos descalabros del cine nacional, un producto destinado a morir en la efimeridad pero que puede resultar un perdurable suplicio para aquel que vaya al cine por convicción y no únicamente para pasar el rato comiendo palomitas.
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