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Juan José Morales
Hoy, 27 de enero, se conmemoran 70 años de la liberación del tristemente célebre campo de exterminio nazi de Auschwitz por las tropas del Ejército Rojo, que tras una serie de épicas batallas durante las cuales hicieron retroceder sistemáticamente a los alemanes y sus aliados, dos semanas atrás habían iniciado una arrolladora ofensiva final que las llevaría hasta el mismo Berlín.
Pero, en una increíble e insolente muestra de desdén por los 20 millones de muertos que la Unión Soviética tuvo durante la II Guerra Mundial, y por ese papel fundamental que desempeñó en la derrota de la Alemania hitleriana —tema que abordaremos en otra ocasión—, el primer ministro ruso Vladimir Putin no fue invitado a la ceremonia.
La absurda y ridícula explicación oficial del ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Grzegorz Schetyna, fue que “los rusos no liberaron Auschwitz sino los ucranianos”.
Cierto. Había soldados ucranianos en las fuerzas soviéticas que sacaron a los nazis de Polonia. Pero había también chechenos, mongoles, rusos, bielorrusos, tártaros, uzbekos, armenios, georgianos y nativos de las otras muchas nacionalidades que entonces conformaban la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Había en el Ejército Rojo igualmente medio millón de soldados judíos, de los cuales 200 mil murieron en combate. Era, pues, un ejército multinacional, unido por un solo propósito: librar al mundo del nazismo.
Pero, además, de esta aclaración, conviene hacer también algunas otras precisiones. Por ejemplo, que el holocausto —la política nazi de exterminio sistemático en los campos de la muerte— no estuvo orientado únicamente contra los judíos, aunque ellos fueron sus principales víctimas. Los campos sirvieron también para asesinar en masa a comunistas, socialistas, anarquistas, gitanos, homosexuales, deficientes mentales, prisioneros de guerra soviéticos y otros grupos étnicos, políticos o humanos. Se estima —aunque las cifras son difíciles de precisar porque los nazis destruyeron todos los documentos que les fue posible— que de los seis millones de personas asesinadas en esos lugares, dos millones no eran judíos.
Conviene también aclarar que no hubo únicamente campos de exterminio, sino también de concentración y de trabajos forzados, en los cuales los grandes empresarios alemanes utilizaban mano de obra esclava de personas deportadas desde los países ocupados, de presos políticos y de prisioneros de guerra. En una sección satélite del propio Auschwitz, por ejemplo, trabajaron obreros esclavos para la gran industria química IG Farben y para la gran metalúrgica y fabricante de armamentos Krupp. Ahí, las condiciones eran tales que muchos presos morían de agotamiento, hambre y enfermedades. Y cientos de miles de trabajadores forzados o semiforzados trabajaron también en minas, instalaciones militares y otros lugares, bajo la vigilancia de soldados alemanes y voluntarios de ideología nazi de los países ocupados.
Hubo igualmente campos en que cientos de miles de prisioneros de guerra soviéticos fueron apiñados y dejados morir de hambre y enfermedades, ya que para los nazis se trataba de seres subhumanos cuya vida nada valía.
Finalmente, conviene precisar que hubo una cantidad de campos de concentración, trabajo y exterminio muchísimo mayor de lo que la mayoría de la gente piensa. En total, fueron alrededor de 15 mil, distribuidos por toda la Europa ocupada por los nazis, aunque principalmente en los países del este. En algunos de los campos de trabajo llegó a registrarse una mortalidad del 50%. Es decir, moría uno de cada dos prisioneros.
Ciertamente, hay mucho qué decir sobre el holocausto y sus víctimas.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx