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Juan José Morales
Los jueves dedicamos esta columna al escepticismo. Concretamente, a desenmascarar engaños tales como las seudociencias, las falsas terapias, los productos milagro y la charlatanería en general. Por eso no resultará muy fuera de lugar hablar sobre la versión oficial que dio a conocer anteayer el procurador general de la República respecto a los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Esto es, que fueron asesinados, sus cadáveres incinerados y sus cenizas arrojadas a un río. No queda ya nada más por hacer que aplicar severísimas penas a los 99 policías y funcionarios municipales detenidos como presuntos responsables de ese homicidio masivo.
Es muy natural que el grueso de la opinión pública haya recibido con total escepticismo las palabras del procurador. En primer lugar porque ya la gente no le cree en absoluto a las autoridades. Y en segundo lugar porque esa versión —basada en la declaración de uno del casi centenar de detenidos— resulta poco o nada creíble por sí misma, ya que no se ajusta al modo habitual de proceder de las bandas criminales que operan en México, y concretamente en Guerrero.
Supuestamente, los jóvenes normalistas fueron asesinados porque un grupo de narcotraficantes los confundió con miembros de una banda rival. Pero lo acostumbrado en esa clase de ejecuciones o “ajustes de cuentas”, como se les denomina, es que los cadáveres de las víctimas sean simplemente arrojados en cualquier sitio. Son los “encobijados” o “encajuelados” de que cotidianamente se habla en la nota roja de los periódicos. Se han dado casos en que los muertos fueron tirados en alguna transitada avenida en el corazón de grandes ciudades, o colgados en puentes y pasos peatonales.
También es práctica habitual de los delincuentes hacer desaparecer los cadáveres en fosas clandestinas, de las cuales Guerrero tiene tantas que ya parece un gran cementerio, según se pudo descubrir durante la búsqueda de los jóvenes desaparecidos.
Resulta, pues, bastante inusual, extraño, desacostumbrado, insólito, excepcional, desusado o fuera de lo común —según prefiera decirse— que en esta ocasión los miembros de Guerreros Unidos, la organización criminal a la cual se atribuyen los asesinatos, se haya echado a cuestas la compleja y difícil tarea de reunir una montaña de troncos, leña y llantas, rociarla con abundante diesel, amontonar sobre ella casi medio centenar de cadáveres, prenderle fuego, mantener avivada esa hoguera colosal, asegurarse de que los cuerpos quedaran totalmente reducidos a cenizas, recogerlas minuciosamente sin dejar el menor rastro de ellas, embolsarlas, transportarlas y esparcirlas cuidadosamente en la corriente de un río para asegurarse de que el agua se las llevara bien lejos y no quedara el menor fragmento de restos humanos que pudiera servir para estudios de ADN. En esto último sin duda los asesinos fueron muy escrupulosos, pues como se sabe, poseen amplios y sólidos conocimientos científicos y se cuidan mucho de dejar huellas a la policía.
Pero, según el procurador Murillo Karam, así actuaron en esta ocasión los narcos guerrerenses, y estamos ante el singular caso de un asesinato múltiple sin un solo cadáver.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx