513 palabras
Ha llegado la época electoral y con ella, las precampañas y la actividad proselitista, pródiga en promesas, buenas intenciones y sonrisas.
Todos los aspirantes, sea cual fuere el partido político de su extracción se preparan para ser gratos a la percepción ciudadana y granjearse voluntades: unos basarán esto en el encanto y atractivos personales, otros en la experiencia y el currículum y no faltará quien apueste a la buena fortuna y a cazar el momento oportuno con una declaración efectista, que capte la atención mediante cámaras y micrófonos.Así es el juego electoral, una práctica en la que confluyen diferentes factores de éxito y azar. Los partidos políticos lo saben e intentan no dejar al aire una sola posibilidad de atraerse el beneplácito popular.
Pero más allá de los ardides y estrategias partidistas para atraerse la intención del voto, es menester dejar perfectamente en claro que es lo que contiene el bagaje de las expectativas ciudadanas y con esto no me refiero únicamente al enfoque ideológico o partidista con que se encuadra una determinada situación, ni tampoco al sesgo personal con que se asume el reto que la problemática supone de parte de cada abanderado, sino a la visión que la sociedad posee de cada instituto político y de cada uno de sus representantes.
Me pregunto: ¿A que aspiramos los ciudadanos de Mérida?, ¿a legitimar la visión del continuismo, con sus altas cuotas de autoritarismo, reticencia a la cultura de la rendición de cuentas y perpetuación de prácticas inveteradamente viciadas?, ¿o acaso optaremos por una filosofía humanista, de respeto a la dignidad del ser humano, de la transparencia como práctica cotidiana y de la eficacia en el ejercicio gubernamental? Decidir esta grave cuestión, no es ciertamente poca cosa.
¿Qué quiere la ciudadanía?, ¿recibir dádivas como graciosa concesión del poderoso en turno?, ¿actitudes grandilocuentes de tendencia marcadamente histriónica?, ¿mercadotecnia y populismo?, ¿prefiere por el contrario, eficiencia en la respuesta a sus necesidades, honradez invariable y trabajo constante sin reflectores, por la sola conciencia de cumplir con el deber? De nosotros depende decidirlo.
Este 16 de mayo los ciudadanos decidiremos en las urnas si queremos una ciudad moderna, dinámica y con rostro humano o si preferimos un poblado de esos con los que el conde Potemkin acostumbraba halagar a la zarina: de apariencia ostentosa pero inexistentes realmente. A nosotros los meridanos nos toca elegir si queremos realidades o nos conformamos con promesas que difícilmente se concreten.
La esencia de la democracia es decidir el rumbo que toca a una sociedad emprender, la política es el arte de lo posible, los ciudadanos no podemos evadir nuestra responsabilidad, debemos meditar cuidadosamente nuestra conducta al respecto o tendremos tiempo de sobra para lamentarnos.
Dios, Patria y Libertad