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Disiento de respetados analistas, opinadores y prestigiados colegas de Tercer Grado que cada miércoles pontifican en el Canal de las Estrellas, que se pronuncian a favor de la campaña de anulación del voto porque ni los partidos ni sus candidatos merecen su confianza, particularmente en relación a la próxima Cámara de Diputados.
Solamente uno de los "pontífices" de Tercer Grado, Ciro Gómez Leyva, fue un tanto elástico en su adelantada decisión respecto a las elecciones del próximo 5 de julio, al anunciar que anulará todas las boletas excepto para elegir Jefe Delegación en Coyoacán, y votará a favor del candidato del partido del sol azteca a ese cargo.
El voto es secreto y por esa razón quien esto escribe no adelanta su intención de voto, aunque sí desde ahora puedo decir que no votaré por el candidato a diputado federal postulado por el PRD, porque ya sabemos cómo actúan cuando disfrutan de equivocada protección del fuero: toman la tribuna, secuestran el salón de plenos e impiden que se cumplan los mandatos de nuestra Constitución para efectos de la protesta en la toma de posesión del nuevo Presidente de la República y los informes presidenciales cuando estaban vigentes estas ceremonias.
Volvamos al motivo de mi disenso de quienes invitan a anular el voto en las elecciones del 5 de julio, en protesta por la mala calidad de los partidos y sus candidatos.
Si con anular el voto se pretende castigar a los partidos políticos, los ciudadanos libres que se dejen llevar por esa equivocada campaña de protesta se estarían autocastigando, porque echarían el bote basura esos votos que tendrían una utilidad si se sufragan a favor del partido menos malo.
Si llegara a realizarse la anulación masiva de los votos, se daría ventaja a uno que otro partido que basan su fuerza en el voto clientelar de taxistas tolerados, invasión de predios, el ambulantaje y programas populistas.
Si los votantes todavía conscientes de su deber cívico son inducidos a anular su voto , se estaría haciendo un daño a nuestra incipiente democracia y se dejarían las grandes decisiones a las camarillas aferradas al poder.
Ciertamente de los ocho partidos que se disputan las 500 curules de la LXI Legislatura de la Cámara de Diputados, ninguno puede calificarse como el mejor y ante esa realidad nos queda la opción de votar por el menos malo.
De todos modos la próxima Cámara de Diputados se integrará aunque solamente vote el 30 por ciento de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral, porque todavía no se reforma nuestra Constitución para que sea obligatorio el requisito de una mayoría de la mitad más uno en los cómputos electorales.