La sociedad mexicana ha sufrido en el último año la erupción de tres crisis, cuyas causales se venían fermentando de tiempo atrás.

Nos referimos, primero, a la crisis de inseguridad y violencia que ligó asesinatos entre narcos, a mansalva, con secuestros de “personas de bien”; segunda, a la crisis económica, que conectó efectos internacionales con rezagos nacionales; y tercera, la crisis sanitaria, que hizo ver las carencias que arrastra el aparato de salud para enfrentar situaciones que debieran ser “normales”.

Le falta a México y a los mexicanos enfrentar, en las semanas y meses que vienen, una cuarta crisis, la que aparece como la peor, la más gravosa e impactante de las crisis: la crisis política.

La crisis política se anuncia y ya se ha dejado sentir como una tormenta perfecta, porque agregará a los efectos de las crisis anteriores los agravios que la sociedad mexicana ha acumulado en los últimos años, en parte, por la incapacidad de nuestras autoridades pero, sobre todo, por el cinismo, por la corrupción, por la falta de valores morales demostrada por la clase política, los políticos de todos los partidos, sin distinción.

Mucho tiene que ver en el escalamiento del descontento, de la indignación ciudadana, el ambiente electoral que nos envuelve, sin lugar a dudas. Pero más allá de la coyuntura, los motivos y las razones que han alimentado este rechazo ciudadano trasciende los límites electorales y alcanza a la esencia de la gobernabilidad, al sentido y al papel de la democracia: esto no funciona y la solución no puede estar en manos de quienes causaron y han agravado el problema.

Desde luego, la crisis política que viene involucra al IFE, a los partidos y a los candidatos en campaña, pero los motores de la indignación ciudadana son los GRUPOS DE PODER FÁCTICO, por un lado, y los grandes capitostes que manejan a la política y a la sociedad mexicana (Salinas, Elba, Diego, Manlio, Gamboa, Madrazo, los cardenales Sandoval y Rivera, Onésimo, Azcárraga y los televisos, Ricardo Salinas y los Chiquihuites, etc. etc.).

La crisis política viene y aunque algunos especialistas presagian un “catarrito” la indignación ciudadana puede ser un movimiento telúrico que asegure el surgimiento, ahora sí, de un sistema político distinto. ¡¡Y vaya que lo necesitamos ante tanto malandrín!!