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“La visita de la banda” (Bikur Ha-Tizmoret, 2007) es una cinta israelí que ha cosechado premios por todo el mundo. Su realizador es Eran Kolirin y este apenas es su primer trabajo. No sé si ya lo han notado pero en los últimos tres años ha debutado gente muy brillante en diversos países, así que hay buenas expectativas fílmicas para los tiempos venideros. Pues Kolirin se suma a la lista de debutantes exitosos con esta película que ya tiene el mérito de ser la producción israelí más galardonada.
Desde mediados de los 90’s el cine de Medio Oriente ha lanzado una propuesta cuyos principales atributos son la simplicidad argumental, la sencillez dramática y la economía de recursos. Películas de gran sensibilidad artística que no necesitan de ningún tipo de parafernalia para impactar a los espectadores. De aparente sencillez se disfraza una profundidad argumental que permite diversas lecturas analíticas. Este tipo de cine busca purificarse de la asfixiante carga de artilugios heredados por Hollywood y regresar a la esencia, a lo que realmente importa: la historia y sus personajes. Una proclama que hoy está más vigente que nunca.
No es un cine costumbrista que se centra únicamente en retratarnos la vida de esa región, pero tampoco permanece distanciado política y culturalmente. Es un ejercicio de virtuosismo enmarcado en una realidad muy particular pero de implícita universalidad. Con una fuerte influencia del Neorrealismo Italiano, Medio Oriente ha entendido que la cinematografía necesita desintoxicarse de tanta basura que la ha consumido a causa de su desmedida ambición comercial. La era digital ha llevado a una aniquilación estética de la imagen y a un menosprecio irracional del contenido. Por eso, los nuevos enfoques de Irán, Israel, Líbano y Afganistán son un bálsamo que hallará justicia en los futuros libros de historia del cine.
Una síntesis argumental de “La visita de la banda” no podría revelarles la grandeza del filme, ya que es una de esas cintas donde aparentemente no pasa nada, pero en el fondo subyace una gran riqueza situacional. Son 24 horas en la vida de una pequeña ciudad israelí perdida en medio de la nada, donde lo único que ocurre es que una banda de 8 músicos provenientes de Egipto llega por accidente. Ellos se han equivocado de destino y deberán pasar un día en ese lugar hasta que un nuevo autobús aparezca y los lleve al lugar correcto.
Es en la complejidad de sus personajes y en las enmarañadas relaciones que se van entretejiendo en donde la película cobra una fuerza asombrosa. Una comedia que va entre el humor negro y el romanticismo, y unos toques melancólicos que la hacen aún más inclasificable.
En su lectura puede apreciarse un discurso sobre la importancia del arte en la vida espiritual del hombre. “¿Porqué una banda integrada por policías toca música clásica?” Le pregunta Dina a Tawfiq. Lo que a ella le asombra es encontrar a un policía interesado en el arte, ya que no se ajusta a su visión prejuiciada de ese oficio. Tawfiq contesta con acierto “Es cómo preguntarle a un hombre por qué tiene alma”. Los músicos simbolizan la sensibilidad artística que llega para despertar sensorialmente a los habitantes del poblado.
También plantea con magnificencia la efimeridad de las relaciones humanas y las indelebles huellas emocionales que nos definen. Lo eternidad de lo transitorio se presenta como el gran milagro de la convivencia entre seres humanos. En este sentido se percibe una gran influencia del cineasta griego Theo Angelopoulos ("El viaje de los comediantes", "La eternidad y un día"), pues el tiempo tiene una importancia vital sobre las acciones de cada uno de los personajes. Dina tiene sólo una noche para conquistar a Tawfiq, Haled cuenta con unas horas para conocer la ciudad, un hombre pasa todas las noches esperando una llamada telefónica y los recuerdos han encerrado a Tawfiq en una burbuja. Un tema que se hubiese prestado a excesos y pretensiones aquí es tratado con sencillez, Eran Kolirin logra llevarlo a la perfección con el maravilloso arte de ser sutil pero contundente.
“Bastardos sin gloria”
(Estados Unidos-Alemania, 2009). Quentin Tarantino presenta su peculiar e irreverente punto de vista sobre la II Guerra Mundial.