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Entre el viernes de la semana pasada y el lunes de la actual tuve que tratar con personal de la Secretaría de Seguridad Pública estatal sendos asuntos de diferente índole pero ambos con el mismo resultado: una gran insatisfacción y un profundo sentimiento de indefensión como ciudadano.
El viernes a primera hora, reconociendo de antemano mi culpa por dejar pasar el tiempo como buen mexicano, acudí a las oficinas de esa secretaría junto al Hospital Militar (contraesquina de la antigua penitenciaría) para tramitar el cambio de propietario de mi vehículo, realizar el cambio de placas y pagar —ojalá y fuera por última vez— el Impuesto sobre Tenencia o Uso de Vehículos. Iba mentalizado para la realización de un trámite que, históricamente, ha resultado engorroso y muy tardado, pero nada me tenía preparado para lo que experimentaría...
Como dije, llegué a eso de las ocho y cuarto de la mañana, y después de poco más de hora y media de hacer una interminable y casi inamovible cola, me dieron un papelito que consignaba el número que me correspondía: el 163.
La señorita que entregaba esos papelitos no tuvo empacho para recomendarnos nos fuéramos a desayunar, a tomar el fresco o de plano a perder el tiempo a alguna parte porque "faltaba mucho" para que nos llamaran a la tierra prometida: el interior de las oficinas en donde se realiza en realidad el trámite. Recibido el consejo —que en una inusualmente cálida mañana de diciembre resultaba "sabio"— procedí a seguirlo, con el pendiente de regresar antes de que "me pasaran bola".
Regresé como a las once y media de la mañana y verifiqué —por algunas personas que por prudencia prefirieron no seguir el consejo— que afortunadamente no "me habían brincado". Seguí esperando, ahora sentado en una cómoda silla de Coca-Cola ubicada bajo unos toldos de la misma marca refresquera, una hora y media más, aproximadamente, hasta que otra señorita me llamó al interior de las oficinas que estaban atiborradas de numerosos ciudadanos que, sentados, como autómatas iban moviéndose de silla en silla conforme llamaban a alguno de ellos a alguna de las 15 diferentes ventanillas.
Me senté en la silla que me indicó la persona que "orientaba" y seguí el ritual de continuo cambio de silla que todos practicaban. Después de sentarme en unas diez sillas diferentes en unos veinte minutos, por fín pasé a una ventanilla. Ahí, debo decirlo, no tardé más de 5 minutos para que me recibieran y capturaran mis documentos, para de nueva cuenta volver a sentarme —ahora en otro grupo diferente de sillas— hasta que me llamaran de la ventanilla diez o vocearan el casillero que me correspondía para "calcar" mi coche. Después de más o menos otra media hora de impaciente espera, por el micrófono me enteré que me correspondía el casillero 17.
Después de ir a buscar mi vehículo al estacionamiento gratuito ubicado a unos 200 metros de las oficinas de la SSP, regresé con el mismo dispuesto a "calcarlo"; sin embargo la "posición" que me asignaron estaba ocupada y el propietario de la unidad aparentemente no tenía intenciones de moverla. Después de esperar unos diez minutos más, mi vehículo fue "inspeccionado" por el "perito" en el casillero 16, y digo "inspeccionado" y no "calcado" porque no se realizó "calca" alguna. Al preguntarle por esto al "perito", me respondió que "si quería lo hacía", pero que le demoraría una media hora más pues ese modelo era muy complicado... No habiendo tenido interés la "autoridad" en la "calca", sobra decir que el que esto escribe tampoco.
Volví a ir a dejar mi vehículo al estacionamiento referido y regresé al interior de las oficinas dispuesto a sentarme nuevamente para esperar a que me llamaran a la ventanilla 15, cosa que no sucedió sino hasta las tres de la tarde, aproximadamente. La señorita de dicha ventanilla me entregó mis documentos y muy amable me indicó que pasara a cajas donde me llamarían por mi nombre para cubrir los impuestos, derechos, multas y actualizaciones.
Ya en cajas, esperé otros quince minutos para que me permitieran darle un fuerte sablazo a siete meses sin intereses a mi tarjeta de crédito en provecho del erario estatal. La cajera, ella no tan amable, me entregó mi tarjeta de circulación y me señaló que ahora pasara por mis placas nuevas al módulo respectivo, de donde salí a eso de las tres y media de la tarde con mis placas y mi calcomanía nuevas: más de siete horas me llevó el trámite.
Todavía no repuesto del sablazo económico y anímico que el tardado trámite referido me causó, el lunes por la tarde un policía de moto le dio otro golpe a mi bolsillo, pero sobre todo a mi dignidad como ciudadano: habiéndome tontamente estacionado en línea amarilla frente a popular restaurante de taquitos ubicado en Prolongación Montejo (donde en fin de semana permiten el estacionamiento no obstante la franja amarilla), el segundo inspector Rafael A. Guillermo Azcorra estaba levantándome la infracción respectiva cuando, avisado yo por personal del restaurante, salí como bólido a mover mi coche. El agente policial, no sin cierta altanería, me señaló —adecuadamente debo reconocer— que la línea amarilla lo era por toda la semana y que, por tanto, estaba prohibido estacionarse ahí los siete días de la misma. Hasta ahí todo estaba bien, pero cuando después de estacionar mi coche en zona permitida le pedí al segundo inspector mi infracción para pagarla antes de los quince días y poder obtener así el descuento al que se tiene derecho por pronto pago, el agente policial me replicó: "Ah sí?, no te la estaba levantando, pero ya que la pides ahora te la doy", incluyéndome también otra infracción por no haber pegado la nueva calcomanía que me habían entregado apenas el viernes pasado después del engorrosísimo y tardadísimo trámite...
Después se preguntan porqué nadie quiere a los antes llamados "tamarindos" y demás hueste del Comandante Saidén.