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Mérida, Yuc., México, marzo 30 de 2015.- Lo que hace la diferencia entre muchos rincones del universo, grandes o pequeños, oscuros o llenos de luz, es la “consciencia”. Y donde surge vida, puede surgir lo que los humanos llamamos “conciencia”.
La “grandeza” de la especie humana —dicen algunos que se creen muy especiales— es la capacidad que tiene el ser humano de estar consciente de su entorno, de su mundo, de que está vivo, del universo, etc.
Claro, no todos los humanos ven el universo en la misma forma. Si no se entiende el universo, no se ve igual. Durante muchos años, miles de años, los humanos vieron el universo como estrellas colgadas del cielo para que regocijo del humano, centro de todo.
Hoy el universo —quienes lo entienden— ya saben —sí, saben— que es inmenso en comparación con nuestro planeta que nos parece muy grandote. Y si se entienden más las cosas, sabemos que la vida es un accidente que tiene muy pocas probabilidades de surgir, de darse, de aparecer.
El tamaño de nuestro planeta, el hecho de que puede conservar agua —porque no estuvo ni tan lejos ni tan cerca del sol—, el hecho de que su centro tiene una fuerza magnética que nos protege de los rayos del sol, el hecho de que hay CO2, pero solo suficiente para que no esté todo congelado, etc., etc., son, todos ellos, factores que nos deberían hacer pensar que si estamos vivos, tenemos “mucha suerte”.
La especie humana existe hoy —y en grandes cantidades—solo porque tiene un cerebro tremendamente complejo, grande, lleno de neuronas —es el de más alta densidad de neuronas que se conoce en la evolución— que le ha dado a los humanos la capacidad de responder a los retos del medio ambiente; es obvio que hemos logrado poblar todos los rincones del planeta, adaptándonos en cada caso, para extraer lo necesario para sobrevivir.
Si esta experiencia única es tan fabuloso, entonces, ¿por qué algunos grupos humanos han inventado religiones que nos dicen que estar vivos es solo “un paso” para lo que sigue después, que es “lo bueno”?
Si existimos es porque el proceso en que evolucionamos nos colocó en un lugar en el que, sin inventar nada —primeramente— podíamos vivir felices y contentos, todos. Pero, además de aparecer perfectamente adaptados, resulta que la evolución había logrado el cerebro que podríamos —si nos emocionamos un poco— llamarse “perfecto”.
Esa combinación —aparecer en el hábitat perfecto, pero con un cerebro no tan útil en ese hábitat— parece única en el proceso de la evolución que hoy más o menos conocemos. De no haber sido por ese cerebro, hoy no existiríamos —como ya no existen los otros homínidos, como el Neanderthal.
En ese hábitat nadie tenía por qué preocuparse por comer, dormir, compañía, amigos, sexo, reproducción, etc. Todo estaba perfectamente acoplado a los requerimientos bio-psíquicos de la especie: apareces, siempre estás con los demás, no hay separación entre niños y adultos, todos los machos son solo personas, todas las hembras son solo seres que viven; entre todos llevan de la mano a los pequeños; nadie sufre de hambre en tanto los demás comen, porque todos son un conglomerado de gran cohesión.
Ninguno necesita castigo, porque no tiene por qué desear nada del otro, porque todo lo que el otro tiene, puede tenerlo, idéntico, cada uno de los demás. El concepto de escasez no existe, excepto a nivel de grupo, que es cuando entra la solidaridad natural, biológica.
¿Por qué todo se “echa a perder”? ¿Qué sucede? ¿Qué hace que tengamos que salir de esa condición paradisíaca a una condición totalmente angustiosa, generadora de incertidumbre y de un concepto constante de escasez, aún rodeados de la abundancia? ¿Qué es eso tan terrible?
Y la respuesta es: Cambio de Condiciones de Existencia. Eso es todo. De un hábitat que ofrece adaptación perfecta a la especie humana, se pasa a un hábitat en el que el humano tiene que encontrar la manera de sobrevivir; y lo logra, usando el cerebro.
Pero este órgano no es perfecto; su imperfección es su complejidad. El cerebro humano que ignora información acerca de la realidad de su universo, tiende a complicarse las cosas elaborando creencias. Al mismo tiempo, crea, el humano, sociedades basadas en la “división del trabajo”: unos hacen unas cosas y otros hacen otras. La división se ve forzada a darse cuando se descubre la agricultura, como el medio más eficaz de generar alimento para todos.
Pero es un método que tiene un problema: muy pocos humanos son necesarios para generar comida para muchos. Entonces, ¿qué hace el resto para justificar su derecho a lo que los otros están produciendo?
Durante el tiempo de la existencia en la que todos viven en gran solidaridad, nadie tiene duda alguna de que lo que está disponibles, es para todos y nadie tiene que justificar su derecho a comer, dormir con los demás, protegerse con los demás, etc.
Pero la agricultura cambia todo; ahora ya no tiene derecho sino el que lo justifica haciendo algo para merecer lo que necesita para sobrevivir.
Esta variable —la necesidad de que cada uno de los humanos debe justificar, aportando algo, su derecho a estar vivo— modifica totalmente la visión de los humanos con respecto a la realidad en la que aparecen. Esta es una realidad que exige que algún día las cosas sean mejores.
Desde un principio se sabe que cuando se le dice a una persona que solo puede comer si justifica su derecho, esa persona vive en la incertidumbre de que en cualquier momento, lo que hoy aporta, puede ser que mañana no sea aceptable para los que “pagan” con comida. Entonces, ¿qué hará?
Entonces reza; le pide a los dioses que tengan piedad de él, de “su” mujer, de “sus” hijos; porque ya todos esos son responsabilidad de “uno”, el que habrá de sufrir las angustias de la incertidumbre. Entonces le es lógico escuchar que esta vida es un “valle de lágrima” y que debe haber algo mejor después, pero solo será un premio, de nuevo, si justifica su derecho a esa vida eterna, llena de felicidad.
Y así, con diferentes fórmulas aceptables de justificación, se la van pasando los humanos, incluso hoy, cuando en realidad, los números permitirían que nadie sufriera, jamás, de escasez alguna.
¿Por qué no decidimos hacer el cambio intrínseco a esta situación?