Mérida, Yucatán, México, mayo 26 de 2020

El populismo de América Latina es simplemente patético. Es triste que los países latinoamericanos no tengan capacidad de pensar en un verdadero cambio de estructura socio político económica. El discurso de López Obrador y el de todos esos líderes latinoamericanos de lo que llaman izquierda, es tan ridículo que raya en lo que da vergüenza.

López Obrador incluye en su discurso lo que llama el “neoliberalismo“ que como nombre de un sistema económico, no es incorrecto. El neoliberalismo es una respuesta al estatismo, la otra forma de sistema político económico que trataba de que todo estuviera en manos del Estado y nada en manos de los particulares.

La respuesta del capitalismo fue el neoliberalismo, una forma en la que se le dice a la gente que el Estado es un pésimo administrador y que, por lo tanto, es necesario que el Estado venda todas esas propiedades.

El modelo neoliberal tuvo consecuencias terribles en lo que respecta a la economía, pero no porque no haya dado resultado, sino porque la generación de la riqueza estuvo acompañada de un distanciamiento entre las clases con más dinero y las clases con menos dinero. Pero, no debemos confundirnos: el sistema en 30 años sí logró bajar la pobreza extrema.

El populismo latinoamericano, que también tratan de llamar socialismo, es uno de los disparates más grandes en la historia de las naciones en la humanidad.

Cuando bajo el sistema neoliberal los negocios comenzaron a florecer, y el Estado comenzó a hacerse más pequeño; muchas personas que estaban acostumbrados al estado fuerte y a los privados pequeños sin poder y sin importancia, comenzaron a molestarse por esa pérdida de poder del Estado-gobierno. Era necesario regresar a la forma en que el Estado era el administrador de todo. A los privados había que hacerlos cada día menos importantes, sobre todo, a acusarlos de “algo”: “corrupción desmedida” gracias a la cual se hicieron inmensamente ricos aprovechándose de los contratos con el Estado débil y los políticos neoliberales, todos ellos considerados corruptos en la retórica populista.

Esa fue la bandera de López Obrador en toda su campaña; entrando, lo primero que hizo fue cancelar el nuevo aeropuerto de la ciudad de México (NAIM) porque vendió a todo su público, a esos que votaron por él, la idea de que todos los contratos de los que estaban fabricando ese aeropuerto eran contratos corruptos.

Curiosamente, habiendo pasado mucho tiempo después de haber hecho la cancelación de ese aeropuerto, y ya habiendo avanzado bastante en la construcción del nuevo aeropuerto en Santa Lucía, ahora López Obrador silenciosamente ha pasado de una cosa a otra sin que su gobierno haya mostrado a esos corruptos culpables de que se haya cancelado la obra del NAIM en Texcoco.

La realidad es que no había tal corrupción, y que los contratos estaban todos ellos basados en condiciones publicables, todos los cuales pasaron por concursos y algunos cuantos que fueron por adjudicación directa. López Obrador usó el instrumento de la consulta popular para tratar de demostrar que la decisión que se estaba aplicando era producto de una “expresión” democrática, de una consulta popular, en la que todos los mexicanos tuvieron oportunidad de participar. Los que no lo hicieron, fue porque no quisieron.

En todos los países del mundo en los que se ha aplicado la política neoliberal, se han formado extremos de desigualdad. Esto incluye lo que ha sucedido en China, en varios países de Europa, y desde luego, en los Estados Unidos.

Surge la pregunta de qué es más conveniente para las naciones: la política en la que todo pertenece al estado, el que se convierte en administrador de todo; o en la política en la que se les deja a los privados hacer negocios y manejar los negocios según las leyes de la oferta y la demanda. Esto es lo que se llama las leyes del mercado.

Ahora lo que López Obrador busca es que se cambie la manera de medir el avance de un pueblo. No se debe usar el producto interno bruto, PIB, sino otro tipo de indicador. No parece que se trate de una coincidencia el hecho de que esto lo propone cuando se da cuenta de que después de muchos años de que el producto interno bruto de México crecía moderadamente, de pronto con él, el primer año, el crecimiento fue de 0. El segundo año de su gobierno (2020) se proyecta a ser uno de los peores años en la historia económica de México. Ya sabemos que se trata de un desplome en la economía que no es totalmente culpa del gobierno actual. Lo que no debemos dejar de tener presente es el hecho de que aún antes de que comenzara el problema de la pandemia por el coronavirus 19, ya la economía mexicana había entrado a un franco estado de estancamiento.

El populismo latinoamericano, que también tratan de llamar socialismo, es uno de los disparates más grandes en la historia de las naciones en la humanidad. Se trata de políticos que venden a sus pueblos la idea de que el socialismo es el único sistema que puede salvarlos a todos de la pobreza.

Quizás el mensaje debería ser que mientras exista el neoliberalismo o el capitalismo desbocado, las naciones (sociedades) van a ver grandes contrastes entre los que mucho tienen y los que no. Pero va a haber producción para todo el que logre ganar dinero para comprarla. El problema es cuando aún con dinero, no puedes encontrar nada de lo básico que necesitas para vivir. Y ese es el pecado más grave de eso que llaman “socialismo” en Latinoamérica: la baja total de la producción por falta de seguridad en las condiciones legales que se van formando con las “revoluciones”.

Los capitales se van replegando y dejan de invertir en empresas productivas. Este retiro de los capitales, se convierte progresivamente en escasez de todos los productos básicos que durante los periodos neoliberales siempre abundan. La economía neoliberal aporta una producción abundante, al grado de que los comercios constantemente están ofreciendo precios especiales (ofertas), solo posibles en medio de producción abundante.

En general, esa desigualdad tremenda que genera el sistema neoliberal no es laudable y probablemente no sea ética ni aceptable. Pero aún menos aceptable es el desplome de la producción de lo que la gente en general necesita para pasar una vida regularmente cómoda. En el caso de la política de López Obrador se trata de una rabia fuerte en contra de que los dineros del gobierno vayan a parar en forma de ganancias a empresas privadas.

Para López Obrador todas las ganancias de las empresas privadas son producto de la corrupción. Esto es, desde luego, completamente falso. López Obrador sabe que es falsa la retórica que utiliza para tener a la gente activamente poniéndole atención.

Ricos y pobres en general prefieren siempre que cuando vayan a comprar algo que necesitan a una tienda, con dinero en el bolsillo, o en su cuenta bancaria, o en su tarjeta de crédito o de débito, encuentren lo que requieren en vez de que tengan que hacer cola muy larga para conseguir lo básico para sobrevivir.

Algunos países europeos han logrado que en un sistema liberal capitalista, los contrastes sean menos pronunciados. Esto se logra con mayor cantidad de impuestos sobre las ganancias de los particulares. Son escalones que indican que cuanto más gana la empresa, más alto es el porcentaje de lo que debe pagar en impuestos al Estado.

El problema en latinoamérica es que importante porcentaje del capital que se invierte para hacer negocios, proviene de los Estados Unidos. Lo que buscan los empresarios que traen esos dólares a invertir en América Latina, es que las inversiones que colocan en los países latinoamericanos rindan más de lo que rinden esos capitales en su país de origen. Esta situación se vio muy perjudicada cuando se aplicó la política inventada por Ronald Reagan. Esta competencia activa por capitales es lo que hace imposible que los impuestos suban a las ganancias de las empresas; lo que harán los capitales es ir a los lugares en donde los impuestos sean más bajos.

La política impositiva del presidente Donald Trump ha hecho que los impuestos de los que más dinero tienen sean más bajos que los que se encuentran en los que forman la clase media. Es exactamente lo contrario de lo que ha sucedido en los países europeos, en donde las cosas tampoco son fáciles; también se compite por lugares en donde invertir los capitales deje mayores rendimientos.

López Obrador busca que se cambie la manera de medir el avance de un pueblo.

En México se han hecho todos los esfuerzos por lograr que las empresas grandes y pequeñas paguen los impuestos que generan sus ventas. El sistema de facturación electrónica tenía como objetivo la fiscalización automática generalizada de todas las ventas de todos los negocios. Los negocios exigirían factura por todo lo que pagan, y los que venden inmediatamente estarían declarando al fisco cada una de las ventas cobradas.

De hecho el sistema está funcionando todo el tiempo y se supone que los impuestos que se pagan pueden calcularse desde la institución encargada de cobrar dichos impuestos: el sistema de administración tributaria. Debido a que la autoridad en México sabe exactamente lo que cada empresa vende y lo que cada empresa paga o cobra, la autoridad fiscal puede calcular lo que cada una de las empresas deben pagar de impuestos. Esto no lo impone. Deja que las empresas y los particulares que tienen actividades empresariales hagan sus declaraciones libremente, con todo y el hecho de que en realidad la autoridad fiscal ya conoce de antemano lo que cada entidad productiva ha ganado.

A pesar de todos estos mecanismos que finalmente han sido implantados en forma generalizada, y a pesar de que la captación fiscal ha mejorado, se han encontrado mecanismos para simular gastos comprando facturas. Hay muchos millones de pesos que no llegan al fisco debido a esa forma de defraudación.

En México todos quieren ser ricos lo más pronto que se pueda. Tienen prisa por ser millonarios. Se forman siempre todo tipo de trucos para burlar los mecanismos fiscales que se inventan para tratar de evitar el fraude fiscal. Si todos cumplieran con los pagos según la ley, los negocios particulares tendrían varios cientos de miles de millones de pesos que no circularían para consumir en ellos. Serían miles de millones de pesos que estarían en manos del gobierno para que este los administre.

Hay teorías de acuerdo a las cuales las sociedades que más progresan son las sociedades en las que existe más confianza entre las empresas y entre las empresas y los gobiernos. Lamentablemente en los países latinoamericanos y en forma muy especial en México, el nivel de confianza generalizada tanto entre empresas como entre empresas y gobierno es tristemente muy bajo.

Si los mexicanos en general tuviesen más confianza en el pago de los impuestos completos, quizás no sería necesario que los políticos que solamente hacen mención de los grandes contrastes y basan el voto en defender a los más pobres, hoy el país tendría un gobierno fuerte, con personas que no tendrían que hacer publicidad política demagógica, porque no existirían los terribles contrastes que se ven el día de hoy.

Quizás el problema más grave en la encrucijada en que se encuentra el país llamado México, consista en que en este momento es el menos indicado para entregar grandes cantidades de dinero a un gobierno que quizás no sabría hacer un uso inteligente de esos recursos.

Ésa es la gran disyuntiva ante la cual nos encontramos. ¿Qué podemos hacer?

Sin discusión, hay que pagar impuestos, porque de no hacerlo, estaremos violando leyes. Habiendo pagado impuestos completos —sin dejar de luchar por los canales adecuados para modificar leyes y reglamentos fiscales— será más factible exigir una inteligente aplicación de esas aportaciones.