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"¿Quién como Dios?" San Miguel Arcángel
La justificación que diversas figuras del sector público nacional o local otorgan a la campaña para nulificar el voto o en su defecto, dejar la boleta electoral en blanco, esta fundamentada en el desencanto ciudadano respecto de las promesas realizadas por la cada vez más amplia gama de partidos integrantes del espectro político nacional.
Si existe algo que el sustantivo político lleva aparejado, son los conceptos de doblez, hipocresía, falsedad y mentira. Así, los integrantes de este sector, son catalogados de poco escrupulosos moralmente, cuando no francamente como deshonestos.
Los ciudadanos mexicanos (y los yucatecos no son la excepción) están hartos de los políticos tradicionales que hablan muy bonito, prometen mucho, sonríen siempre y jamás se enojan. Van siempre impecablemente vestidos y peinados, estrechan cuanta mano tienen enfrente, abrazan a todo aquel que se ponga a su alcance y llaman amigo o hermano a cualquier hijo de vecino, siempre y cuando se encuentren en campaña. Es en este momento, que lo invito a aprovechar la situación y comprobar la veracidad de mis asertos: tome usted una ramita, aviéntela y pídale al candidato que vaya por ella, pídale que baile, que salude —iba a decir que mueva la cola, pero es demasiado ofensivo para los canes— que haga el muertito o que ruede y verá que ni tardo ni perezoso, se apresura a cumplir las órdenes. Pero en cuanto las cifras lo favorezcan y se sepa detentador de su constancia de mayoría, como en Big Brother, las reglas cambian y entonces, so pena de ser tomado por iluso, no vaya a pretender que el elegido, el señor, el hombre, vaya a tomarse la molestia de posar su mirada en usted, pues estará colgado siempre del celular, en actitud majestuosa y distante, como consideran los políticos que deben estar quienes participan en los altos asuntos del supremo gobierno y en los que los simples mortales no deben entrometerse. Es de tal suerte que Sareli asegura que la política es algo tan sucio, tan vil y tan perverso, que es en tal virtud que a la suegra se le denomina madre política.
Precisamente por eso: por el incumplimiento de promesas, por su escandaloso enriquecimiento, ya sea merced a estipendios desmesurados o a su rampante corrupción, por su inaccesibilidad y falta de solidaridad y compromiso sociales, que la ciudadanía ha decidido voltear la espalda a los integrantes de la clase política y repudiarlos, anulando el sufragio.
Pero la cosa no es tan sencilla como parece: anular el voto es como auto flagelarse, como infligirse uno mismo el peor de los castigos: en este caso, un mal gobierno (y el país ya no esta para eso) o representantes carentes de auténtica ascendencia y arraigo popular. Pero eso es inadmisible en los tiempos que corren, en los que no es posible dejar el futuro y el progreso de la nación en manos nada más de los políticos. La sociedad civil debe necesariamente provocar el imprescindible acompañamiento, que se traduzca en transparencia y rendición de cuentas o de lo contrario, corremos el riesgo de la aparición del autoritarismo, de empoderar corrientes populistas y del surgimiento de mesías tropicales que se juzguen con la obligación impostergable de "salvar a México" ¿Y a los mexicanos quien podrá salvarnos? ¿El chapulín colorado?.
Es una realidad incontrastable que aquellos que debemos elegir para ocupar los cargos de representación deberán ser los mejores hombres y mujeres, que posean en más alto grado las deseables virtudes cívicas, quienes por su desempeño cotidiano sean dignos de acrecer la confianza popular. Pero las virtudes no se infunden en la conciencia ni en el alma humana por generación espontánea. Son consecuencia de la educación que recibimos y cuando aludo esto, no me refiero a los conocimientos que adquirimos en la escuela —que no son sino datos y esquemas socialmente admitidos y que se transmiten de generación en generación— sino a la formación que recibimos en casa y que va burilando nuestro espíritu hasta hacerlo primorosamente labrado o hasta convertirlo en deforme aberración. Así, la formación es producto de inculcar valores y, más que eso, de su exhibición y práctica sistemática y en una sociedad agnóstica como la actual, esto no es posible. Efectivamente, una comunidad sin Dios es incapaz de producir seres socialmente útiles, sensibles, conscientes de sus deberes para consigo mismos, para con la sociedad y para con la patria. Una sociedad sin Dios solo puede producir individuos egoístas, que busquen el bienestar particular y no el bien común.
Desgraciadamente debido al carácter anticlerical de nuestra legislación, que dimana de las leyes de reforma, conjunto normativo oprobioso, propugnado por individuos de deleznable memoria como Juárez y sus corifeos, que no vacilaron en imponer a la colectividad sus puntos de vista, sin parar mientes en que eran objeto de generalizado repudio, nos han marginado injustamente a los católicos del sector público, estigmatizándonos con sello de infamia como enemigos de la patria y adversarios del progreso, cuando en realidad los traidores al interés nacional han sido otros.
De tal suerte, es lícito para cualquier bellaco propugnar la legalización del aborto o del consumo de drogas o solicitar la aprobación de los matrimonios homosexuales, supuestos todos socialmente perniciosos y potencialmente trastocadores del orden legal, social y humano vigentes, recibiendo los partidarios de estas posturas la aprobación y el beneplácito de los opinadores maiceados por socialistas, anticlericales y masones, pero ¡ay de aquel que se atreva siquiera a sugerir la formación de un partido político católico! Sería para incorporar a este sector, silente hasta hoy, a la actividad proselitista, porque de inmediato se organizará un linchamiento público basado en atavismos y prejuicios más que en razones de peso. Semejante criterio es a todas luces discriminador y sectario, habida cuenta que las democracias mas adelantadas del orbe contemplan la participación activa de institutos de corte demócrata cristiano. Es menester que los mexicanos superemos los resabios de corte jacobino aun vigentes en nuestra legislación y hagamos las reformas legales pertinentes para incorporar nuestra actividad política a la modernidad mundial.
No existe por supuesto, garantía alguna del correcto desempeño de ser humano alguno sobre la faz de la tierra. Pero la misma Biblia consigna: por sus obras los conoceréis y es de sentido común suponer que es más probable que tenga un buen desempeño aquella persona educada hacia el respeto a los demás, la obediencia a la ley divina y humana y la búsqueda del bien común, que aquel individuo carente de límites y escrúpulos, desconocedor de la bondad y las maravillas de los postulados cristianos; que si demuestra desprecio y desconocimiento del sentir de la colectividad, probablemente proceda indebidamente en su conducta institucional.
Es imperativo que los católicos participemos activamente en política, si queremos realmente que las cosas cambien en nuestro país. Dejar de hacerlo constituye de modo indubitable, pecado de omisión y los peores daños son los que derivan de la falta de actividad de los buenos. Ya pueden los enemigos de Dios y de la patria apresurarse a cubrirme de denuestos y de epítetos. Me tiene francamente sin cuidado.
POST SCRIPTUM.- Felicidades en tu día papá. Gracias por todos los ejemplos recibidos y por tu amor y paciencia conmigo. Un beso enorme y un muy apretado abrazo del más relapso de tus hijos. En semejante orden de ideas, felicidades a todos los papás, en ocasión de la efeméride.
Gisella: te imagino con tierna furia. Con frío, viento y lluvia, en la zona mas austral de la pre cordillera de los Andes. Hasta ahí mis pensamientos. Besos.
Guillermito: ¿Cuál es ese secreto tan bien guardado, que hará emocionar a papá? (Como si fuera tan difícil conseguirlo). Me muero de impaciencia por recibir tu sorpresa. Te amo infinitamente ratoncito cachetón. Besos.
Dios, Patria y Libertad