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Me escribe un amigo en tono amargo:
"Un país que está casi en vilo por la suerte de los glúteos casi flácidos de una cantante de segunda pero viciosa de primera, ¿puede tener otra salida que no sea la debacle total?"
Debo confesar que al principio no entendí la referencia. Más tarde, algunas almas caritativas hicieron el favor de ponerme al día sobre ese acontecimiento nacional que ha desvelado a periódicos, noticiarios y programas de "comentarios" edificantes y de impecable gusto acerca de las venturas y desventuras de las celebridades.
Desde luego, mi amigo exagera, ¿o no?
Flacidez: "Laxitud, debilidad muscular, flojedad".
Pero el problema, me informan, parece ser más bien la inflamación derivada de un combate inopinado –con medios inapropiados– a la flacidez original.
Inflamación: "Alteración patológica en una parte cualquiera del organismo, caracterizada por trastornos de la circulación de la sangre y, frecuentemente, por aumento de calor, enrojecimiento, hinchazón y dolor".
Lo cierto es que el asunto ha provocado mucho ruido y el ruido —estruendo ininteligible— ocupa un gran porcentaje de nuestra atención, si es que de verdad los medios de comunicación reflejan puntualmente (como pretenden) las inquietudes y los deseos de saber del público.
Paradoja: En los primeros tratados de teoría de la comunicación en la era moderna —primeras décadas del siglo pasado— se le llama ruido ("noise") a aquello que perturba la comunicación entre emisor y receptor y que, incluso, puede llegar a cancelarla.
No sólo la flacidez o la inflamación de tal o cual parte anatómica de una celebridad es un ejemplo de ruido, también lo son las rutinarias tomas de la tribuna en los recintos legislativos (una variante de la vocación obstruccionista que abruma a cierta izquierda vernácula y que, desde luego, recibe una atención igualmente abrumadora en los medios de comunicación) o el desahogo estéril que se vierte en protestas cósmicas - no cómicas- contra los gobiernos, la globalización, los afanes "neo-liberales", qué se yo.