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Porque es muy difícil derribar mitos arraigados y reforzados por años de adoctrinamiento. Este adoctrinamiento está plasmado en la instrucción oficial que durante casi un siglo hemos recibido los mexicanos.
Este adoctrinamiento, que ha troquelado los mitos en las conciencias, se ofrece cada día, desde hace décadas, en las instituciones educativas mexicanas, incluidas las instituciones privadas.
Este adoctrinamiento se refuerza cotidianamente a través de la propaganda, disfrazada de información y análisis, de la mayoría de los medios de comunicación.
Ajustarse a los mitos inoculados por el adoctrinamiento garantiza el éxito - o al menos previene contra el fracaso- en el sector público, en las instituciones y en los ambientes académicos, en el mundo editorial y de los medios de comunicación. De esta forma, hay un nuevo refuerzo para la constelación de mitos: Si te atienes a ellos puedes triunfar, si atacas los mitos tienes el fracaso asegurado. Pierdes la chamba por incómodo, eres condenado al ostracismo y el aislamiento social ("ninguneado"), no puedes ingresar al Sistema Nacional de Investigadores, no te publican, no obtienes ascensos, becas, promociones, no recibes "palmadas en la espalda" (el premio tal o cual; los homenajes, las invitaciones...), no eres funcional; tienes "problemas de actitud".
Los mitos son ilusiones (mentiras glorificadas por el deseo) y somos una sociedad de ilusos que lo que más detesta es que lleguen los insolentes o los iconoclastas o los excéntricos a destruir mitos. (Ver "país de ilusos" en esta misma bitácora).
Uno de los procesos históricos más fascinantes y menos conocidos de la historia mexicana fue la exitosa transformación de Benito Juárez y de la Reforma liberal del siglo XIX en sendos mitos. A 15 años de la muerte de Juárez, el Presidente de México, Porfirio Díaz, lo elevó a los altares, lo hizo mito, del mismo modo que su régimen, con el valioso auxilio de los positivistas mexicanos, había ya logrado hacer del liberalismo una etiqueta mítica que encajaba sin hacer ruido en el discurso del orden y el progreso, en la retórica que justificaba la poca política y la mucha administración.
El liberalismo mexicano del siglo XIX murió cuando se hizo mito retórico, del mismo modo que Benito Juárez (ser humano de carne y hueso, lleno de defectos, que representaba la facción triunfadora del liberalismo mexicano del siglo XIX), se murió definitivamente cuando, a 15 años de su muerte, Porfirio Díaz lo "inmortalizó" haciéndolo mito, estatua de piedra o de bronce, héroe inaccesible al que se recurre retóricamente lo mismo para un barrido que para un fregado (Andrés López, profundamente antiliberal, pudo proclamarse ferviente seguidor de Juárez y prácticamente nadie se llamó a sorpresa o enojo por la falsificación).
Tres ejemplos de mitos que algunos "excéntricos", que desde luego cuentan con toda mi simpatía, han tratado de derribar en días recientes:
-La UNAM es una gran universidad que merece recibir un caudal inagotable de recursos públicos. El mito lo desbarata Santos Mercado en Asuntos Capitales (leer pinchando aquí).
-El campo mexicano no debe incluirse en las reformas estructurales, no se toca. Mito que lamenta Ángel Verdugo en Excélsior hoy (puede leerse pinchando en este otro lugar).
-"México" pide a sus hijos "sacrificarse" por la voz del gobierno (Presidente, senadores, diputados, ¿encuestas?, ¿editoriales en medios de comunicación?) para ocupar puestos de "servicio público". "México" asume, entonces, el carácter de una deidad que habla de forma unívoca y a la que jamás se le puede decir que no. Mito que ataca mordazmente Clotilde Hinojosa en "Asuntos Capitales" (puede leerse aquí).