740 palabras
México (27 de junio).- Desde que el humano se creo como tal, cayó en la realización de que podía dar vida -a ésto le llamamos eros- y casi inmediatamente pudo darse cuenta que también, podía dar muerte -a ésto se le conoce como tánatos-.
Explicar la forma en la que el ente humano ha vivido haciendo uso de estas dos armas, es casi tan complicado como explicar el proceso de la sociedad misma; pero al igual que en los animales, ambas forman parte de un instinto primario, con la gran diferencia que recae en nuestra capacidad para ser conscientes de ello. Después de todo, los humanos somos el único animal en la faz de la existencia que mata por placer y que puede inferir un sentido sádico a esa muerte, sufrimiento que puede llegar a generar un sentimiento de goce a través del poder ejercido.
Ésta capacidad de consciencia nos hace delimitar, más allá del sentido moralista, jurídico y social, una visión real de lo que implica el dolor ajeno, sea el de nuestros propios pares o el de los seres vivos a nuestro alrededor; la falta de esta capacidad está definida como uno de los principales agentes para determinar si una persona es sociópata o presenta trastornos de la conducta de acuerdo con el DSM-V -máxima autoridad en delimitación de patologías psiquiátricas-. De hecho, el FBI ha encontrado una fuerte relación entre los criminales más peligrosos (asesinos, violadores, acosadores sexuales) y el maltrato de animales.
En un estudio de 36 asesinos múltiples convictos, llevado a cabo por el FBI en 1970, el 46 por ciento declaró haber torturado animales durante su adolescencia. Posteriores estudios comparativos encontraron antecedentes de abuso animal, a tiernas edades, en presidiarios encarcelados por crímenes violentos: el 30 por ciento de los exhibicionistas afirmo haber maltratado animales durante su infancia, la cifra aumentó al 36 por ciento para acosadores sexuales no encarcelados y a un 46 por ciento para acosadores sexuales encarcelados, mientras que los violadores convictos alcanzaron un 48 por ciento y entre los asesinos adultos se encontró que el 58 por ciento de ellos había maltratado animales mientras crecía.
“La crueldad contra los animales, no es una válvula de escape inofensiva en un individuo sano, es una señal de alarma.” Así lo explica el supervisor y agente especial del FBI, Allen Brantley, quien también indica que la violencia es violencia y una persona que abusa de los animales no tiene empatía hacia otros seres vivos y corre el riesgo de generar violencia hacia otros seres humanos, pues es algo que indudablemente va en escalada y, si se disfruta el acto, poco a poco se buscan presas más grandes.
¿Por qué estamos criando una sociedad de psicópatas? Es la pregunta que se cuestiona Leonardo Schwebel, periodista quien explica que la violencia hacia los animales es una consecuencia de la violencia en la que vivimos. No solo basta con preocuparse por los animales cuyo maltrato podemos ver directamente, hace falta también voltear y mirar de frente todo el maltrato indirecto que permitimos: corridas de toros, pruebas en laboratorios, consumo excesivo y camino al rastro, comercio irregulado, animales para diversión… la lista sigue y sigue, pero quizás los animales que menos hemos considerado observar, crudamente, hemos sido nosotros mismos.
La mayoría de los niños que maltrató animales alguna vez en su vida provienen de entornos sumamente agresivos y desconsiderados, comenzaron agrediendo como un modo de liberación de enojo y recuperación del poder que le había sido quitado por alguien más poderoso. De igual forma, el mexicano promedio tolera mecanismos de violencia continua como un modo de manifestación normativo a la amplia gama de injusticias que se vive dentro del país y que quedan impunes.
Regular el maltrato animal no servirá de nada si existen aún los medios idóneos para seguir construyendo entes que carecen de la capacidad de discernir entre el sufrimiento como algo regulatorio y como un hecho aislado, que no debería ser permitido bajo ninguna circunstancia.- (Semanario)