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Los hechos enseñan, cuando se está en disposición de aprender…
No alcanzo a determinar si la soberbia de las personas y la simulación en las organizaciones sean cosas separadas, o si la primera es la causa de la segunda. Lo que sí me consta es que esos dos defectos son suficientes para minar a cualquier PARTIDO POLÍTICO. En las elecciones del pasado 5 de julio, el PRI no derrotó al PAN en Yucatán, este partido ya venía derrotado desde mayo del 2007… y así sigue.
Conviene recordar que semanas antes de que empezara la reciente contienda electoral, cuando los partidos apenas hacían preparativos para seleccionar a sus candidatos, la actual dirigencia panista -entonces, recién estrenada, en medio de grandes cuestionamientos internos- convocó a un foro, abierto a la ciudadanía, para analizar las causas que habían llevado al PAN a la derrota del 97.
Recuerdo que ese foro generó la molestia de algunos panistas “de hueso azul” porque en él se hicieron señalamientos críticos y se formularon numerosas propuestas que, de haberse tomado en cuenta, hubieran representado un cambio importante para el panismo yucateco pero, sobre todas las cosas, un CAMBIO EN LA ACTITUD con la que afrontaban la nueva campaña electoral.
Para desgracia del PAN y para desgracia también de la democracia en Yucatán, lo que en ese foro se dijo y las actitudes que allí se mostraron no alcanzaron a llegar al terreno de los hechos, todo quedó en mera fachada, en recursos electorero con tintes gattopardistas: cambiar para que nada cambie.
No creo que el PAN pueda cambiar “por sí mismo”. Como todos los partidos en México, el PAN también quedó marcado, desde sus orígenes, por el largo y penoso predominio priísta y todo lo que éste entraña: corrupción, autoritarismo, espíritu faccioso y excluyente, etc.. Y en su corta experiencia en el poder ya multiplicó y confirió sello propio a los vicios antidemocráticos.
La reconversión de los partidos en entes democráticos tiene que venir “de fuera”, de la sociedad, de los grupos organizados y de los movimientos sociales que han surgido y se han hecho fuertes promoviendo y defendiendo las causas “de la gente”, del común. Yucatán, que ha sido bastión del panismo tradicional, puede ser una experiencia de reconversión –la primera quizá en el país- hacia un panismo abierto e incluyente. ¿Será que los panistas de Yucatán quieran cambiar? ¿Será que el panismo del país los deje cambiar?