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México (15 de julio).- La noticia sobre la muerte de Alfredo Di Stéfano se detuvo en Caracas. En dicha ciudad, un hombre de 71 años de edad y de salud delicada contesta el teléfono de su hogar en varias ocasiones. En todas repite: “lo siento, pero hace casi 10 años que Di Stéfano y yo hicimos un pacto de no volver a hablar más sobre el secuestro”.
El hombre se llama Paul del Río (La Habana, 1943), quien aún responde al seudónimo de Máximo Canales, comandante del Frente Armado de Liberación Nacional de Venezuela y autor intelectual del secuestro que sufriera la Saeta Rubia en Caracas, aquel 24 de agosto de 1963. Un hombre de izquierda, de aquellos jóvenes que estaban en contra del gobierno de Rómulo Betancourt y que consiguieron llamar la atención del mundo, apostando la vida en el intento.
Se escucha una voz gruesa del otro lado del teléfono. Paul del Río, quien gastó su vida entre los ideales políticos, la cárcel y la pintura, confiesa que “la muerte de Di Stéfano me trajo a la memoria aquellas 72 horas de ‘convivencia forzada’ con el futbolista”. Y, aunque insiste en que se trata de un tema prohibido, aquellas horas con Alfredo, la visita al hotel Potomac, la adrenalina, el tablero de ajedrez y las apuestas a las carreras de caballos con el secuestrado no dejan de dar vueltas en su cabeza.
Sucedió en agosto de 1963. Objetivo: el rapto de la Saeta, autoría del Frente Armado de Liberación Nacional de Venezuela, con el Real
Madrid y su estrella principal en un torneo internacional en Caracas, junto con el Porto y Sao Paulo. La intención era protestar por los gobiernos de Rómulo Betancourt en Venezuela y el Generalísimo Franco en España. La operación llevó el nombre de Julián Grimau, comunista español fusilado por Franco cuatro meses atrás.
El cuadro merengue se hospedaba en un hotel que hoy es un fantasma (Potomac), Di Stéfano se encontraba durmiendo en la habitación 216 y a las seis de la mañana le despertó la llamada de un conserje de nombre Genaro. Le dice que le buscan tres policías sobre un asunto de nosequé y Di Stéfano, de 37 años, cuelga el auricular pensando que se trata de una broma de sus compañeros de equipo. Unos golpes en la puerta de la habitación lo hacen salir de la cama y, minutos más tarde, Alfredo Di Stéfano viaja en el asiento trasero de un auto sin rumbo fijo, con un trapo cubriéndole los ojos y un tipo asegurándole que no le va a pasar nada.
La noticia del secuestro de la Saeta cayó como bomba en el mundo, mientras que en Caracas 800 policías no daban con el rastro del jugador más importante en Europa. A Di Stéfano lo movieron varias ocasiones (del campo a la ciudad) y él se hartó de fumar tabaco, beber jugo de naranja, comer pizza y hotdogs. Entonces conoció al comandante Canales, con él aprendió a apostar a los caballos y a matar las horas con un tablero de ajedrez frente a su rostro.
Di Stéfano quedó en libertad el lunes 26. El auto se detiene en la Avenida Libertador, un portazo y luego un taxi lleva al futbolista a la embajada argentina. Ironías de la vida; 42 años después (2005), la leyenda rubia volvería a mirar a los ojos al comandante Canales. Se filmaría Real, la película y una de las historias que aborda el director de cine Borja Manso es precisamente aquellas 72 horas de secuestro. Al cineasta español se le ocurriría entonces invitar a la premier a la víctima y su captor.
¿Qué platicaron aquel día usted y Di Stéfano?
Fue un reencuentro extraño. Los dos estábamos nerviosos, pero tratamos de ser amables. Aquella tarde en Madrid decidimos hacer un pacto: no volver a tocar el tema del secuestro, porque la prensa estaba tocando el tema de un color muy amarillista. Desde entonces no hablo al respecto.
Usted le dio un presente al futbolista.
Le hice un dibujo al señor Di Stéfano y se lo regalé. Estaba yo recién salido de la cárcel y tengo entendido que Alfredo tuvo colgado el cuadro en la habitación de su casa durante muchos años. No sé qué será hoy del dibujo.
¿Qué pintó para Di Stéfano?
Caballos y apuestas.
¿Cómo fue su relación?
Tuvimos una relación lejana, por supuesto, pero de respeto mutuo y siempre fue así. No cambió nunca. ¿Que si llegamos a ser amigos?, por supuesto. Pudimos hacer cierta amistad durante 72 horas. Él era muy amable, muy simpático, sereno. Los dos teníamos cierta facilidad para las relaciones públicas. Fuimos amigos accidentales.
¿Di Stéfano era bueno para el ajedrez?
(Risas) no tanto. Jugamos también dominó y apostamos a los caballos, al cinco y seis como se dice aquí en Venezuela. Por eso el motivo del cuadro que le regalé fue sobre los caballos de apuestas.
¿Se tomaron fotos juntos?
Sí claro, algunas.
Ahora que murió Di Stéfano, seguramente lo han buscado para hablar al respecto.
Ya estoy retirado de la vida pública, cambié mi número telefónico y aun así me localizaron desde España. Ahora usted. Y le repito lo que he dicho desde hace casi 10 años: Di Stéfano y yo hicimos el pacto de no hablar del secuestro.
¿Atreverse a secuestrar al futbolista le costo años de prisión?
He habitado en la cárcel por motivos políticos, pero el secuestro no tuvo consecuencias para nosotros. Lo que sucede es que en Venezuela las penas por secuestro eran muy bajas. Me capturaron 10 años después y el delito estaba prescrito por la ley. Luego caí prisionero por tres años y medio.
Aquella tarde del reencuentro usted y Di Stéfano vieron la película. ¿Cómo se miró en el cine?
No estuve de acuerdo con mi personaje porque el director (Borja Manso) me dibujó como una persona arrepentida, amargada y eso es falso. Yo soy un hombre feliz y orgulloso de lo que hice toda mi vida. No tengo nada de qué arrepentirme.
¿No se arrepiente de aquel secuestro?
Por supuesto que no. Al contrario, me siento muy orgulloso. Era mi deber y lo cumplí. Nunca me he negado a una orden revolucionaria. Oiga, pero estamos hablando del tema, el acuerdo con el señor Di Stéfano era no volver a hablar de esto y usted me está sacando una entrevista completa.
Tenía ganas de platicar con usted.
Se lo agradezco. Pero hice un pacto y quiero respetarlo.
Sólo una pregunta: ¿Qué fue de Máximo Canales?
Máximo Canales está vivo todavía, está vivo y echa vista. Dispuesto a morir defendiendo la patria y la revolución bolivariana.
¿Cómo se enteró de la muerte de Di Stéfano?
Me enteré por la televisión. Me dio mucha lástima, por supuesto, yo sabía que estaba muy enfermo. Ya estaba así cuando lo vi en Madrid hace unos cinco años. Yo tengo 71 años y también tengo problemas de salud. Problemas de columna vertebral. Pero todavía soy un peligro para el enemigo, hasta mi último respiro me consideraré un peligro para el enemigo imperialista.
¿Sigue pintando?
Ya no puedo pintar porque he perdido el pulso. Ya no pinto, me dedico exclusivamente a la política.
¿La última vez que habló con Alfredo Di Stéfano, quedaron en paz?
Quedamos como buenos amigos.
Secuestrado en Caracas
“La puerta estaba siempre cerrada con llave. Era un apartamento minúsculo. No había cama, ni nada. Cuando iba al baño tenía que dejar siempre la puerta abierta. Me daban unas pastillas para tranquilizarme, pero yo no las quería, y para beber unas cervezas que se llamaban La Polarica.
“Esa tarde llegó uno que parecía el jefe y resultó llamarse Canales. Me lo explicó todo: ‘No le va a pasar nada, esté tranquilo, queremos que el mundo sepa quiénes somos. Nuestro país, Venezuela, está explotado por las grandes potencias en el negocio del petróleo’. Esa noche llegaron tres que se quedaban siempre por la noche con una metralleta cada uno. Muchas veces tenía intención de saltar por la ventana, era un primer piso, pero siempre tuve miedo, porque pensé que tenían orden de disparar.
“El secuestro duró tres días. Se me hicieron eternos. Ellos se portaban bien conmigo, jugaban a las damas, al ajedrez, decían que eran estudiantes. Me ponían la radio, me traían los periódicos. Me preguntaban qué quería de comer, pero el miedo me había quitado el apetito.
“Me comentaron un día que querían haber secuestrado al compositor ruso, a Igor Stravinski, que había viajado a Venezuela, pero que, como era un hombre de poca salud, no se quisieron arriesgar a que se les quedara muerto. No querían asesinatos. A la tercera mañana veo que llega Canales y hacen un aparte en la misma habitación. Rápidamente me doy cuenta de que me iban a soltar.
“En el coche iban el conductor y otro armado. Yo iba atrás. Damos una vuelta grande y cuando llegamos a la Avenida Libertadores me dicen que me baje. Me despido de ellos y doy un salto del coche para esconderme detrás de un árbol. Cruzo a cien por hora la calle, gambeteando coches y paro un taxi. Me tiré encima de él. El taxista no sabía dónde estaba la embajada, menos mal que yo sí sabía el camino.
“Por la tarde di una rueda de prensa y, al fijarme en un periodista, veo que hay dos secuestradores entre los periodistas”.
Tomado del libro Gracias, Vieja. Memorias de Alfredo Di Stéfano. Editorial Aguilar- (Excélsior)