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Hace algún tiempo que yo no puedo pensar en soluciones a los problemas de nuestro país, porque en realidad, son problemas del mundo entero. Cualquier “solución” no pasa de ser un paliativo: las cosas finalmente regresan a sus niveles y todo sigue igual.
Los mexicanos que se van a vivir a otros países —principalmente a los Estados Unidos— en busca de una “mejor vida”, saben que, a fin de cuentas, todo es igual; sí, se ganan unos cuantos dólares más pero se gastan muchos más, además de que corres en todo momento el riesgo de ser correteado por un policía para que te mate a balazos porque sospecha que desaguaste tu vejiga en la calle —que en el caso de muchos originarios de Yucatán en San Francisco, California, es una realidad.
La vida actual se ha convertido en una persecución cotidiana de la manera de lograr más ganancias; cuando salen mal los negocios, entonces el objetivo es pagar las deudas; los días libres son para descansar de la incertidumbre de los días marcados de “trabajo”, que son, casualmente, los días que abren los bancos. Un día es completamente libre cuando los bancos no abren; entonces hay un verdadero descanso.
Los “negocios de verdad”, es decir, los que dejan dinero, en su gran mayoría no pueden funcionar a menos que tengan crédito con algún banco. El rubro de gastos más importante de esos “negocios de verdad”, es el de Intereses —sobre los préstamos bancarios, principalmente. El banco hace un gran negocio: recibe dinero para “guardar”, pagando una tasa anual de 2.5%, y da dinero prestado a tasas de 8% a 25 y 35% —o más. El dinero tiene que mantenerse a un nivel tal que no sea inflacionario; o sea que, no haya más dinero que las mercancias y servicios que pueden comprarse.
Los bancos centrales independientes son los encargados de hacer “correctamente” la tarea de imprimir billetes y ponerlos en circulación —a través del gasto del gobierno o de dinero que se le entrega a la banca para que conceda créditos a negocios que prometen crecer. Si los bancos centrales no hacen bien esta tarea, la falla se puede presentar en dos direcciones:
Ninguna de las 2 formas es deseable. En ambas formas el castigo es la baja en la producción. Cuando la inflación es elevada, los negocios prefieren producir menos, dado que las condiciones del mercado les permitirán “ganar más” por cada unidad monetaria invertida.
En el caso de la deflación, los negocios se ven forzados a lanzar ofertas, a veces sin recuperar lo que invirtieron en los productos; entonces se ven forzados también a bajar su producción.
Cada vez que un producto que la gente necesita para vivir comienza a estar escaso —que, como vemos, se debe a errores en la cantidad de dinero puesto en circulación, además de las “causas verdaders”— disminuye la calidad de la vida de la gente en general.
El banco siempre está tratando de recuperar el dinero que da a crédito; el problema es que quien toma un crédito, no tiene capacidad —es imposible, no lo puede hacer— para controlar las condiciones generales de la economía; por lo tanto, cuando toma un crédito, está corriendo un grave riesgo.
Durante los años de “oro” —algunos dentro de Rusia, hoy, así los llamarían— el sistema comunista trataba de que la gente produjera exactamente lo que se necesitaba; trataba también de educar a la gente para que solo demandara aquello que le fuera realmente útil. Se criticó mucho aquello de que solo habría 2 pantalones de mezclilla al año, 3 camisas, 1 par de zapatos y 1 toalla cada 2 años, tanto para hombres como para mujeres.
Esos sistema racionales habrían sido la clave —junto con provocar que la gente no coma animales muertos— para que ho viviéramos en un mundo saludable; en el fuera más importante pasar una noche viendo el cielo estrellado, que las lucecitas en el humo del cigarro en una disco lleno de aparatos para que la música suene “moderna”.
En realidad, si los sistemas planificados hubiesen tenido éxito históricos, hoy el planeta no estaría sobrepoblado, tendríamos quizás 2 días de trabajo a la semana con 5 de ocio; claro, solo usaríamos pantalones de mezclilla y nos bañaríamos desnudos en las playas y cenotes —en Yucatán— y en donde sea en el resto del mundo.
Pero ganó Hollywood y el juego del “Gran Dinero”. El ambiente capitalista hizo posible —quizás los chinos e indús lo hubiesen logrado también— los celulares (incluyendo este iPad en donde estoy escribiendo esto). Quizás tú no lo estarías leyendo porque tendrías cosas naturales más divertidas para hacer.
En vez de eso escogimos el camino del “dinero”, de la “abundancia” de producción, pero profunda escasez de capacidad de consumo en forma generalizada para las grandes mayorías del planeta.
Surgieron otras ideas; hoy ya mucha gente sabe que el dinero no es la solución. La gente inteligente se va dando cuenta de que el Modelo del Dinero —bancos, créditos, impuestos y demás estupideces— solo han contribuido a deteriorar el sentimiento general de estar vivos.
Menos de 20% de los negocios que se lavantan hoy, estarán “vivos” en 24 meses. Pero el espejismo de enriquecerse continúa cautivando a muchos incautos. Yo en lo personal estoy concentrado la mayor parte del tiempo de mi vida, para hacer un sistema que registre minuciosamente los recursos de las entidades productivas. Racionalizo, al hacerlo, que lo importante del sistema —en una sociedad fuera del Modelo del Dinero— es realmente poder contar con un control absoluto del lugar en donde están produciéndose los elementos que todos necesitamos para tener una mejor experiencia de vida.
En una forma de vida más allá del dinero, los humanos pasaríamos la mayor parte del tiempo disfrutando el hecho de estar vivos, quizás con 2 o 3 pantalones de mezclilla al año —o nada, algunas veces, para soportar mejor el calor. La idea sería hacer lo que mejor se hace cuando mejor se tiene la disposición para hacerlo. Los sistemas, Internet, y el que estoy fabricando en esta etapa de mi vida —como otros tantos que hay por allí— contribuirían a que la gente pueda ofrecerse cuando tenga ganas de trabajar un tiempo, sin obligación, para hacer lo que sabe hacer y en el tiempo en que tiene ganas —¿inspiración?— para hacerlo.
En vez de producir miles de automóviles, habría los necesarios para que estén dispersos en donde los dejen los que los usaron la última vez.
La irracionalidad total del sistema en que hoy vivimos —que solo beneficia a un selecta minoría, que controla bancos centrales— nos ha “regalado” el calentamiento global y decenas de enfermedades, algunas de ellas provocadas por lo que se come y otras por el estrés que provoca la incertidumbre existencial.
La realidad es que nada mejorará por inercia; los políticos son prolongadores del sistema; las elecciones son un juego para que las masas se sientan “participantes”, cuando en realidad solo le están haciendo el juego al sistema que requiere de su docilidad para continuar funcionando.
Por otra parte, no se hagan bolas los izquierdosos, porque no por allí va la cosa. No es solo que caiga el “Modelo del Dinero”, sino que se limpien las mentes de los humanos y que todos vivamos en base a lo único que realmente tiene valor en nuestra especie —lo único que la hace un poquito diferente a las demás especies:
La ciencia nos dice que estamos alimentándonos de tal manera que comemos algo que provoca 51% del calentamiento global, además de que se correlaciona con las 15 más importantes causas de la muerte. El arte nos muestra la vida en paz, cuando no es usado por los políticos y los dioseros.
Las ciencia nos invita a vivir con mentes abiertas a descubrir, cononcer, saber y actuar sobre hechos de los que todos podemos ver —en vez de invitarnos a “creer” ciegamente en lo que algún profeta inventado dijo por allí.
El arte nos abre la mente para contemplar el salvaje universo que hoy, por razones de poca probabilidad, nos da permiso de tener conciencia un pequeño instante en su devenir.
Es hora de aprovechar las cosas. Hagámoslo.
El que esto escribe no es político, no es líder; solo piensa y trata de vivir —dentro del terrible contexto de tragedia y drama construido por nuestra especie hasta hoy— de acuerdo a lo que piensa hasta dónde le es posible. Así que, los que tengan poder de convocatoria y crean en estas ideas, o las quieran profundizar, pues, vamos, a darle. La verdad, a los no convencidos no me interesa convencerlos, y son inútiles para la causa; siempre van a poner “peros” en vez de pensar con profundidad posibles soluciones.
Por lo tanto, los convencidos, los que pueden ver más allá de lo convencionel y pensar fuera de la caja, invitémonos a comenzar la transformación.