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Washington, D.C., Estados Unidos, febrero 19 de 2017
Un mes después de la ceremonia de investidura, un tramo de la avenida Pensilvania frente a la Casa Blanca habitada por Donald Trump sigue siendo un casco de seguridad. Todavía hay esqueletos de los retenes instalados el mes pasado. En otras partes se ven tablas apiladas y cables amontonados ocultos dentro de rejas de metal torcidas.
El desorden fuera de la puerta del Presidente, aunque no es su culpa, parece una metáfora de la agitación que sigue aconteciendo en su interior. Con cuatro semanas en el gobierno, el hombre que asegura haber heredado “un desastre” dentro y fuera del país encabeza una Casa Blanca que es descrita por muchos como un desastre en sí misma.
A un ritmo impresionante, Trump ha irritado a líderes mundiales y frustrado aliados. Recibió un golpe legal en una de sus emblemáticas políticas. Perdió a su asesor de seguridad nacional y a su nominado como secretario del Trabajo debido a escándalos. Ha visto a fuerzas dentro de su propio gobierno pelear contra sus políticas y la filtración de información confidencial.
Todo esto ha sucedido en medio de un constante goteo de revelaciones sobre investigaciones del FBI en torno a los contactos de su campaña con autoridades de inteligencia de Rusia.
Trump asegura que su gobierno funciona como una “máquina bien aceitada”. Habla de las ganancias en el mercado bursátil y de la devoción de sus todavía leales partidarios como evidencia de que todo está bien, aunque sus niveles de aprobación son mucho más bajos que los de otros presidentes estadunidenses en sus primeras semanas de gobierno.
Aguijoneado por las críticas incesantes, Trump las descalifica diciendo que son “noticias falsas” entregadas por “el enemigo de la gente”, es decir la prensa. Las denuncias diarias contra los medios son solo uno de los nuevos hábitos a los que los estadunidenses se están acostumbrando.
Casi todos los días comienzan (y terminan) con tuits presidenciales que tocan casi cualquier cosa, desde hablar de los noticiarios de televisión, hasta promocionar próximos eventos o insultar a la prensa.
Los días de Trump son atareados. Afuera, hay grupos listos para las “sesiones de escucha”. Líderes extranjeros llaman o llegan de visita o en su caso, las cancelan, como hizo el presidente de México en respuesta a las diferencias por el muro que Trump desea construir en la frontera común.
Ahora, el Presidente se está reenfocando en la inmigración después de que los jueces federales bloquearon el decreto que prohibía la entrada al país a refugiados y a visitantes de siete países de mayoría musulmana, lo cual causó caos a viajeros en todo el mundo. El polémico republicano se escuda en que sus primeras acciones muestran que está cumpliendo las promesas que hizo en campaña.
Grupos defensores de la privacidad digital expresaron su preocupación sobre que agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos empiecen a registrar celulares y otros dispositivos digitales de viajeros internacionales en los controles de frontera en aeropuertos estadunidenses.
El asunto ha ganado relevancia después de que al menos tres viajeros, incluido un periodista canadiense, hablaran públicamente sobre sus experiencias.