1829 palabras
Artículo escrito en Mérida, la de Yucatán, en México, el 19 de febrero de 2017
Estamos vivos, porque pensamos, vemos, sentimos; llamamos estar vivos a esta forma de existencia.
Pero, ¿hay un propósito en esta forma de existencia? Es decir, el universo, conforme se fue formando, ¿buscó activamente crear las condiciones para que lo hoy, los vivos como los humanos, pudiésemos existir y actuar sobre el mismo universo?
El Universo, con todo su material —sus átomos, las partículas que los forman— “se va organizando”… Momento, ¿es correcto usar ese lenguaje? El Universo no parece ser activo en alguna búsqueda de formas de vida. La vida, cuando surge, sucede porque ciertas condiciones se dieron. Los métodos que tenemos hoy para determinar por qué se dieron esas condiciones no nos ayudan a encontrar intención de algún ser.
O sea, la vida surge porque se dan —así, nada más, como se oye— las condiciones para que surja. No hay misterio, solo probabilidades. En todo el universo, son muy bajas esas probabilidades; muy bajas, De todo el material de que está formado el universo de los átomos, la fracción con la que se forman organismos vivos es muy pequeña.
No me atrevería a exponer ninguna cifra aquí, porque, la verdad, solo la imagino muy pequeña: 0.00000000001 % del total del material del universo forma organismos vivos, digamos, hoy. ¿Será? No creo. Esa cifra es la expresaría las veces que se han dado sistemas solares y la proporción que en ellos se ha formado vida parecida a la conocemos en el planeta La Tierra.
Sí, es muy baja. No parece que el universo, como tal, tenga prisa en formar vida. Pero el hecho de que se forma es importante. Tenemos un universo capaz de crear vida. Nosotros somos el ejemplo de esa capacidad. Aquí estamos para contarlo, medirlo, especular acerca de lo que guarda el hecho.
Cuando vemos un sol, se puede antojar pensar en una fuente de energía que por mucho tiempo puede lanzarse en pequeñas dosis a planetas que lo orbitan. Esto lo vemos todo el tiempo, en todos lados. Digo, basta con echar un vistazo a la galaxia, y lo que veremos son miles de millones de soles que tienen a su alrededor planetas orbitándolos. Eso lo sabemos, lo hemos medido. No hay duda.
La vida es una forma organizada de átomos estructurados en moléculas que van haciendo pequeñas reacciones químicas, así como los soles están haciendo fuertes reacciones nucleares por mucho tiempo. En ambos casos, se agota lo que sea que produce las reacciones y todo cambia.
Los humanos decimos que un sol puede morir; cuando muere, surgen otras formas —metamorfosis— de flujo de energía. Cuando un organismo vivo en el planeta tierra muere, su materia se combina con otras materias y da lugar a otras formas de vida. Pero los ciclos continúan mientras el material necesario se pueda encontrar; o sea, mientras haya material para continuar los procesos.
Lo que vemos son procesos de cambio: nada está quieto, ni lo que llamamos muerto o inerte; solo requiere otras condiciones para dejar de estarlo. Así, un sol jamás muere, sino que se transforma en otro sistema que comienza nuevamente el ciclo. Antes de morir, el sol mata a todos los planetas que están en su órbita; se los traga íntegros; los convierte en su masa candente.
Al estallar en su muerte final, todo sol forma los elementos que serán los que contribuirán a la existencia de otros planetas —todos ellos nuevos— en ese ciclo naciente.
¿Será posible la vida como la que conocemos en el planeta Tierra sobre el cual aparecimos los humanos? Este es el punto: es muy grande la casualidad de que las condiciones se den. Por eso el número ese cómico de “0.0000000000001” % de probabilidades de que se forme un planeta como La Tierra y surja en él vida como la conocemos.
Todas las formas que finalmente surgen como planetas, son altamente improbables. Un planeta como Júpiter es muy poco probable que se forme. Venus, Marte y La Tierra, realmente se parecen entre sí, pero por sus distancias del sol, solo La Tierra es capaz de alojar la vida que puede escribir estas palabras.
Por más que se parezcan, las condiciones necesarias para la vida como la conocemos en La Tierra, son increíblemente difíciles de darse. Unos cuantos kilómetros de más o menos distancia entre un planeta y su sol, son razón suficiente para que las condiciones que se desarrollen en ese planeta sean totalmente diferentes.
La vida no es un objetivo, sino un suceso cuyo origen es una gran colección de hechos que se fueron dando.
Cuando un ser está vivo, entonces puede marcarse objetivos; pero el hecho de que el sujeto está vivo, no es objetivo de sujeto alguno, sino resultado de condiciones que se dieron sin interacción o intención entre sí.
¿Tiene el universo una mente que anticipa movimientos que debe darse a sí mismo para generar vida? El Universo entero sería una mente. Las Galaxias serían concepciones de esa mente. Todas tienen formas diferentes, soles diferentes; toda la materia en las galaxias se proyecta a diferentes formas, combinaciones; cada forma o combinación genera diferentes sistemas solares.
Pero todo eso está fabricado con la misma materia prima en todo el universo. No hay lugares en donde se trate de materiales que solo hay en ese lugar. Si está en este universo, el material que lo forma es el mismo de todos los demás objetos que se forman.
Ese fue el nombre que se le dio a un ser imaginario, supremo, que está allí y solo contempla el resultado de su arquitectura. Como la mente que concibió el universo, ese arquitecto supremo ahora solo observa el desarrollo de su obra.
Para muchas mentes humanas es difícil comprender que el universo y todo lo que existe sea obra de sí mismo.
Lo que más complica la idea es el fenómeno de la vida. Solo un ser muy superior, supremo, con gran poder, es capaz de concebir lo que vemos en el Universo. Pero no fue solo concebir, sino además, se trató de crear de la nada toda la materia prima que lanzó al azar para “ver” qué se formaba.
Y ha formado seres como nosotros, que sentimos que por allí, detrás de toda la “obra” que llamamos El Universo, debe estar un ser muy poderoso, cuya imagen la concebimos pensando en forma semejante a como nosotros mismos pensamos.
“Es que tienes que creer en algo”
Dice el creyente religioso o espiritual al ateo pragmático y admirador de la ciencia.
“Creo en lo que veo”
Puede ser una respuesta del ateo.
“Si no crees en nada, eres de los que, si nos descuidamos, procederá a robarnos, a matarnos, a violar a las mujeres y muchas cosas horribles más… Sin creencia en un absoluto, no es posible entender los valores absolutos.”
Dirá quién siente que su negocio es probar que se necesita que la gente crea en un dios vigilante y castigador.
Las personas que hablan en esos términos, piensan que la gente que no mata, no lo hace porque cree que sería castigada por esa energía superior —lo llaman “Dios”, con mayúscula, y la tendencia en Occidente es que se trate de UNO y no varios— que fue quien envió las leyes absolutas.
Una gran confusión reina en la visión de la vida del teísta. Ignora por completo la forma en que la especie humana genera sus sociedades y los sistemas de valores intrínsecos a las mismas. Es entonces, cuando ya tiene un sistema de valores formado, que recurre a la deidad externa para justificar el sentido de lo bueno y lo malo.
Las religiones existen para atemorizar a la gente con respecto a lo que deben creer. El ateo actúa en forma muy diferente. El ateo observa, analiza y decide convivir. Hoy, a pesar de que los ateos son más de 12% de la población en EE.UU., sólo representan 0.2% de la población de las cárceles. La medida se hace antes de que la persona entre a la cárcel, no cuando ya se encuentra en la cárcel.
O La verdad sobre las mentiras
Fue extraño que en el estudio sobre la deshonestidad, el interesado central no haya tenido la curiosidad de estudiar el nivel de honestidad según la declaración que antes se le pidiera con respecto a sus creencias religiosas. El ateo no tiene creencias religiosas de ningún tipo, por lo tanto su honestidad solo puede basarse en su propio sentido de ética.
Lo cierto al caso es que 70% de la gente, si cree que puede mentir, lo hace. Pero deja de hacerlo si el ambiente en el que se desenvuelve en alguna forma es visto dentro de una marco de referencia de un código de honor, o algo por el estilo.
Los mismos experimentos se aplicaron en varios países; algunos de esos países son famosos por su grado de corrupción y otros por su grado de honestidad. Sin embargo, los experimentos dieron los mismos resultados en todos los países.
En alguna forma se puede concluir que si el ambiente que se forma ante la prueba contiene elementos de un código de honor —real o imaginario— los participantes muestran la misma medida de honestidad, no importa de qué sociedad sean originalmente.