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Ciudad de México, México, mayo 19 de 2017
La exhibición del cortometraje de Realidad Virtual Carne y Arena, dirigido por Alejandro G. Iñárritu y fotografiado por Emmanuel Lubezki, agotó por completo sus funciones programadas en el Festival de Cannes.
Un error en el sistema duplicó los espacios permitidos y obligó a los organizadores a cancelar a la mitad de los participantes, a los que se les pidió reprogramar la visita a la experiencia virtual en fechas futuras, lo que a su vez agotó los horarios disponibles.
La instalación está montada en una especie de bodega a las afueras de Cannes, para la cual es necesario abordar un auto oficial del festival que te lleva hasta allá, donde bajo un estricto control el participante debe colocarse una gafas que le permiten a su vez observar una pantalla y quitarse el calzado.
Posteriormente, y ya con los pies dentro de arena desértica, el invitado experimenta lo que un inmigrante vive al intentar cruzar la frontera que divide a México y a Estados Unidos, mientras es “cazado” por la patrulla fronteriza que de la manera más extrema muestran su odio hacia los “ilegales” que buscan una vida mejor un su país.
“Tomé algunos riesgos creativos, recorrí caminos nunca antes visitados, y aprendí muchas lecciones. Si bien ambos son audiovisuales, la realidad virtual es todo lo que el cine no es, y viceversa; el marco desaparece y los límites bidimensionales se disuelven…”, señala.
Así da la bienvenida —en español, inglés y francés—, Iñárritu, quien dice que la experiencia de Carne y arena será diferente para cada visitante.
“Hemos creado un espacio alternativo veraz en donde tú caminarás al lado de los inmigrantes (y en su subconsciente) con infinitas posibilidades y perspectivas en un paisaje vasto, pero lo harás bajo tus propios términos”, advierte antes de empezar el recorrido.
Comienza con un trozo del muro fronterizo que estaba en la localidad de Naco (Arizona), construido con material metálico reciclado que había sido utilizado para el aterrizaje de helicópteros en la Guerra de Vietnam. Se retiró hace cuatro meses y fue sustituido por otro de concreto.
Marca el camino para entrar a un pequeña sala en la que hay zapatos recogidos en la frontera mexicana y pertenecientes a inmigrantes, lugar donde el espectador tiene que dejar su calzado.
Entrar descalzo a la sala donde se desarrolla la parte de la realidad virtual es importante porque el suelo es arena y el contacto físico con ella permite transportarse más fácilmente a una realidad ajena para la mayoría.
Unas gafas de realidad virtual, unos cascos y una mochila y empieza la experiencia. Apenas seis minutos que se pasan en un suspiro y en los que se puede “vivir” algo que Iñárritu califica como una “etnografía semi-ficcional”.
Una única escena en un espacio narrativo múltiple en el que se integran las experiencias de los inmigrantes, sus historias reales, respetadas hasta en las ropas que vestían.
Situado en el centro de la acción, pero sin interferir en ella, el espectador gira sobre sí mismo para poder observar cada detalle de un escenario en el que todo está pensado y en el que es imposible captar todo lo que ocurre.