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MÉXICO, D.F., 29 de diciembre.- El asesinato del sacerdote Gregorio López Gorostieta, de la Diócesis de Ciudad Altamirano, es sólo el más reciente crimen cometido contra curas de las Diócesis del Estado de Guerrero, que se ha convertido en la Entidad más peligrosa para ejercer el ministerio sacerdotal.
Exigiendo justicia, feligreses despidieron al "Padre Goyito" en Guerrero.
López Gorostieta fue secuestrado la noche del pasado 21 de diciembre, después de haber celebrado algunas misas en la catedral de Ciudad Altamirano. Y según testimonios de algunos seminaristas que presenciaron el secuestro, unos desconocidos lo obligaron a salir de su camioneta y se lo llevaron.
El pasado jueves 25 fue encontrado muerto el sacerdote de un balazo en la cabeza, en el poblado Colonia Juárez, del municipio de Tlapehuala, en la región de la Tierra Caliente guerrerense.
De inmediato, el crimen provocó indignación entre la jerarquía eclesiástica mexicana, al grado de que la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) emitió un comunicado de prensa ese mismo día, en el que señala:
“¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desaparecidos. Exigimos a las autoridades el esclarecimiento de éste y de los demás crímenes que han provocado dolor en tantos hogares de nuestra patria, y que se castigue conforme a derecho a los culpables”.
El comunicado agrega que todos los obispos de México se unen a “la pena que embarga” al Obispo de Ciudad Altamirano, monseñor Maximino Martínez Miranda, así como a la familia del sacerdote asesinado.
Y concluye: “Renovamos nuestra invitación a unirnos para pedir a Dios por la conversión de todos los mexicanos, especialmente de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte, y para que todos nos comprometamos a ser agentes en la construcción de un México justo, reconciliado y en paz”.
El asesinato del padre Gregorio se suma a una serie de crímenes contra varios sacerdotes de las Diócesis de Guerrero, sin contar las múltiples amenazas de muerte, secuestros y extorsiones que padece el clero de la región.
Por lo general, los sacerdotes primero son levantados, al parecer por miembros del crimen organizado, y luego sus cadáveres son arrojados en intrincados parajes.
Así ocurrió con el sacerdote José Ascensión Acuña Osorio, también adscrito a la Diócesis de Ciudad Altamirano y párroco del templo de San Miguel Totolapan. El padre Acuña fue levantado el pasado 21 de septiembre antes de oficiar su misa dominical.
Dos días después se encontró su cadáver flotando en el río Balsas, cerca de la pequeña comunidad de Santa Cruz de las Tinajas. Al realizarle la autopsia de ley se determinó que la causal de muerte fue ahogamiento. El cuerpo también presentaba signos de tortura.
Otro asesinato es el del misionero africano John Ssenyado, quien estaba trabajando en la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa. Fue levantado el pasado 30 de abril, luego de oficiar una misa en la comunidad indígena de Santa Cruz. Viajaba en su camioneta cuando un comando armado lo interceptó en el camino y se lo llevó a la fuerza.
Tiempo después también fue hallado sin vida el cuerpo de Ssenyado, de 56 años de edad y originario de Masaka, Uganda. Pertenecía a la orden de los Misioneros Combonianos y llevaba seis años trabajando en la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, donde solía dar apoyo a las comunidades campesinas para que defendieran sus tierras y sus cosechas.
Pero no son recientes los crímenes contra los sacerdotes de Guerrero, sino que datan ya de algunos años atrás.
Por ejemplo, el 13 de junio del 2009, en un solitario y caluroso paraje de Arcelia, Guerrero, fue asesinado el sacerdote Habacuc Hernández Benítez, junto con dos jóvenes seminaristas que lo acompañaban: Eduardo Oregón y Silvestre González. Los tres viajaban en una camioneta pick up. Un grupo de matones los acribillaron con armas de alto poder.
Este multihomicidio provocó consternación incluso en El Vaticano, al grado de que la agencia televisiva italiana Rome Reports –especializada en asuntos eclesiásticos— en un reportaje lo puso como el caso más ilustrativo de violencia contra sacerdotes. Ahí se dijo que el Papa Benedicto XVI estaba “cada vez más preocupado” por lo peligroso que resulta ejercer el ministerio sacerdotal en México.
De entonces a la fecha las cosas no han cambiado. El Centro Católico Multimedial (CCM), institución eclesiástica que realiza reportes periódicos sobre violencia contra sacerdotes, dio a conocer en su último informe, de octubre pasado, que México, por sexto año consecutivo, continúa ocupando el primer lugar en asesinatos y desapariciones de sacerdotes en toda América Latina.
Y dentro de México, es precisamente el Estado de Guerrero donde se da el índice más alto de asesinatos, secuestros y extorsiones contra sacerdotes. La Entidad tiene tasas más altas incluso que Michoacán y Tamaulipas, otros Estados peligrosos para el sacerdocio, según el CCM.
Así, el caso del padre Gregorio López es solo el más reciente crimen contra un sacerdote en Guerrero. Crímenes que, por cierto, siempre han quedado en la impunidad. (APRO)