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En escasos cien días, durante los cuales la recesión ha mostrado sus peores efectos, los precios del petróleo en los mercados internacionales han crecido espectacularmente. El WTI se cotiza hoy en el mercado spot a $71.70 dólares el barril; apenas el 20 de febrero pasado se vendía en $39.60 dólares el barril. ¡81 por ciento de aumento!...Ni el escenario más optimista de la recuperación de la demanda mundial en el corto plazo justifica un crecimiento de esa magnitud.
Preocupante, porque tendremos presiones inflacionarias en la economía mundial cuando aún estamos lejos de haber recuperado la dinámica de crecimiento. ¿No que no había riesgos de inflación?, ¿qué tanto de esta espectacular alza de los precios del petróleo ha sido alimentada por las políticas fiscales expansionistas?
Y para México esto parece siniestro: Los nuevos legisladores, es de temerse, se van a engolosinar con el espejismo de que otra vez nos salvó la Virgen de Guadalupe dándonos precios altos del petróleo... ¡Compadre, una buena y una mala!, ¡la buena es que nos sacamos la lotería!, ¡la mala es que vamos a seguir sin dar golpe en la vida!
Es muy probable que, conforme se incrementen las señales de una recuperación gradual de la actividad económica, crezca la percepción de que buena parte del mundo, en especial Estados Unidos y otras economías desarrolladas, ha quedado atrapado en una terrible crisis fiscal, en su afán de salir lo antes posible de la recesión.
El domingo 29 de marzo indiqué aquí que "un día después de la crisis empezará otra"; se trata, desde luego, de una figura retórica porque esa otra crisis, la fiscal, ya ha empezado en el mundo y se encuentra superpuesta, por decirlo así, a la propia recesión.
La receta tradicional para enfrentar la recesión - estimular la demanda mediante políticas fiscales expansivas, que incrementan el déficit fiscal, ayudadas por políticas monetarias de "dinero fácil" que supuestamente también alentarán la demanda y harán menos difícil la escasez de crédito a causa de la pérdida de confianza - tiene un gran atractivo político porque permite ofrecer a los electores, así sea temporalmente, "el mejor de los mundos posibles", aquel en el que se pueden incrementar los beneficios derivados del gasto público sin el costo de aumentar los impuestos o crear nuevos gravámenes.
El problema es que tal "mejor mundo" entre los posibles es absolutamente ilusorio. Por una parte, ya lo hemos vivido desde que la Reserva Federal disminuyese la tasa de interés de referencia prácticamente a cero, caemos en una trampa de liquidez: La tasa se vuelve indiferente para estimular la demanda, pero en cambio castiga severamente el ahorro. Por la otra, cada estímulo fiscal, cada rescate con cargo a los recursos públicos, penaliza la formación de capital presente y futura.
La coartada para la aplicación despreocupada de esta medicina contraproducente (el equivalente a una práctica médica iatrogénica) es la persuasión de que la magnitud de la caída de la demanda es tal que no hay, en el horizonte inmediato, ninguna amenaza de inflación, sino por el contrario de más caídas de los precios. Grave error: De hecho, desde este momento ya empezaron, aunque aún no se registren en los índices de precios, dos de los efectos más destructivos de la inflación: 1. El desquiciamiento de los precios relativos, que propicia una mala asignación de recursos y 2. El brutal acortamiento del horizonte temporal para el ahorro y para la inversión, lo que tiende a generar un febril impulso hacia el consumo inmediato, a la vista del acelerado proceso de pérdida del poder adquisitivo del ahorro.
El inevitable desplazamiento de recursos que de otra forma se habrían destinado a inversión privada productiva, acaba por disminuir el potencial de crecimiento de la economía global; de ahí que veremos, como epílogos no deseados de la recesión global, bajas tasas de formación de capital y, por ende, el proceso de recuperación del crecimiento se hará desesperadamente lento, si es que no se frustra ante la magnitud del desastre fiscal.
En el contexto de México resulta sorprendente y lamentable la miopía de diversos dirigentes empresariales que exigen, con fervor digno de mejor causa, incentivos y estímulos fiscales y monetarios de todo tipo sin percibir que en la misma medida en la que logren su propósito de corto plazo estarán minando severamente el potencial de crecimiento futuro de la economía.
La crisis después de la crisis, el desajuste fiscal que viven ya las economías de Estados Unidos y de la Gran Bretaña, entre otras, no es un mero escollo del que pueda salirse con voluntarismo político (como parece decirnos Barack Obama con sus promesas de que muy pronto empezarán a corregir el déficit fiscal) toda vez que la misma mecánica de la toma de decisiones en una democracia hace casi imposible que los legisladores o el propio gobierno actúen como déspotas benévolos y sabios que a voluntad abren o cierran la llave del gasto público.