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Somalia (16 de marzo).- Deega Abukar está agotada. Dormita sobre su brazo derecho mientras a sus pies descansa su pequeña. La niña mueve lentamente las manitas, suelta un largo bostezo y comienza a llorar. Deega entorna los ojos. Está desorientada. Los lloros de la pequeña se hacen más fuertes y la muchacha (tiene solo 18 años) la toma en brazos y la ofrece el pecho para calmar su sed.
Deega dio a luz en el Hospital Banadir —el más importante de todo Mogadiscio— hace unas horas. Fue un parto lento, agónico y muy doloroso. La doctora Lul Mohamud Mohamed tuvo que hacerla varias incisiones para ayudar a dar a luz ya que debido a la circuncisión faraónica la vagina estaba completamente cerrada imposibilitando el parto. Cuando se le pregunta a la doctora por la situación de la madre después de la cirugía se encoje de hombros resignada y ladea la cabeza. “Lo he hecho tantas y tantas veces que es algo habitual. Lo normal es que las tengamos que ‘rajar’ con el bisturí para poder abrir la vagina porque de otra forma los bebés no podrían nacer y la madre moriría de agotamiento y dolor”, confiesa esta mujer que lleva prácticamente toda su vida ayudando a las madres a dar a luz.
La Circuncisión Faraónica, la más brutal de las ablaciones. “Es la forma más agresiva de Mutilación Genital Femenina (MGF) y consiste en la extirpación de los labios mayores y menores y del clítoris. Después se cose ambos lados de la vulva hasta que está prácticamente cerrada dejando un único orificio. Es una práctica inhumana y brutal que causa cientos de muertos al año en Somalia”, denuncia Sagal Sheid Ali, trabajadora social en Somali Women Development Center (SWDC).
Entre 100 y 130 millones de mujeres han sufrido algún tipo de MGF. Es un ‘tradición’ que pasa de generación en generación y que está presente en 28 países de África, pero que también ha comenzado a desembarcar en Europa, Oriente Medio y Europa. El 95 por ciento de las somalíes están circuncidadas —es el país donde más se realiza esta práctica, según un informe de Save the Children. “No es una cuestión religiosa porque va en contra del Islam. Es algo cultural y que pasa de generación en generación y se ha convertido en algo habitual entre las mujeres de Somalia. Es una tradición”, denuncia Sagal.
En un país donde las tradiciones son tan respetadas por la sociedad, las mujeres que no están circuncidadas son mal vistas e incluso llegan a ser repudiadas. Se les considera insalubres (según la creencia popular la MGF ayuda a mejorar la higiene de las mujeres) y no pueden manipular ningún tipo de alimento para no contagiar al resto de la comunidad con sus pérfidas manos. Existe la creencia que el contacto del bebé con el clítoris materno puede llegar a ser mortal para el recién nacido.
Los primeros pasos para erradicar esta técnica fueron dados por el gobierno de Somalia que prohibió, en la nueva Constitución, la Mutilación Genital Femenina, donde se considera está práctica como una “tortura” para las mujeres. “La circuncisión de las niñas es una práctica tradicional cruel y degradante, y equivale a la tortura. La circuncisión de las niñas está prohibida”, señala el artículo 15 (4) de la Constitución del país africano. Pero la realidad es que no hay ninguna ley específica y la práctica se mantiene tanto en áreas rurales como urbanas de Somalia.
En este hospital se hacen grandes esfuerzos para que las mujeres comprendan los riegos a los que someten a sus hijas realizando la MGF. Las niñas pueden padecer graves problemas psicológicos, fuertes dolores, hemorragias, infecciones y transmisión de enfermedades, ya que las ablaciones se producen en grupo y con un instrumental que no ha sido esterilizado previamente entre intervención e intervención. “Incluso puede provocar fístulas en la mujer dado que durante las relaciones sexuales el hombre hace fuerza para penetrar a la mujer”, puntualiza la doctora.
La doctora Lul se acerca hasta la cama donde Deega continúa dando el pecho a su hija. La mira y la pregunta como está. La muchacha sonríe. Deega fue circuncidada cuando tenía 14 años. Recuerda que trató de escapar cuando vio lo que le estaban haciendo a las otras niñas, pero entre varias mujeres la lograron retener. “Me hicieron muchísimo daño. Fue algo horrible que jamás podré olvidar en toda mi vida”, se sincera. Pero, a pesar de la experiencia a la que fue sometida, la joven tiene claro que el peso de la tradición puede más que el sentido común. “Mi abuela, mi madre, mis hermanas, mis primas y yo estamos todas circuncidadas. Mi hija será circuncidada porque es una tradición familiar”, afirma sin dudar un instante. “Es nuestra cultura. Es lo que somos y lo que debemos transmitir a nuestros hijos para que ellos hagan lo mismo con los suyos”, confiesa.
La respuesta no sorprende a la doctora Lul. “La circuncisión no tiene nada que ver con la religión, es tradición. Debemos educar a nuestra sociedad para que dejen de realizar estas prácticas brutales”, reconoce la pediatra.
CREAR CONCIENCIA
Los habitantes del campo de desplazados de Maslah se van acercando en torno a una mujer que cubre su cabello con un largo velo rosa. Los hombres a un lado y las mujeres a otro. Algunos se sientan sobre la arena caliente, otros se resguardan bajo la sombra de unos endebles árboles y el resto aguanta con estoicismo bajo el intenso calor que castiga Mogadiscio. La mujer habla con pausa. El silencio es absoluto. Todos la miran y la escuchan con respeto. “No debéis someter a vuestras hijas a la circuncisión porque esto la acarreará graves problemas en el futuro, afectará a su salud…”, la mujer alza la voz para que todos la puedan escuchar.
Los trabajadores de la Organización No Gubernamental Somali Women Development Center (SWDC) acuden, una vez al mes, a este campo para tratar de crear conciencia entre sus habitantes de que dejen de circuncidar a sus hijas. “Es complicado hacerles ver que esta práctica que para ellos es algo tradicional es algo que afecta negativamente la vida de sus hijas. Ha pasado de madres a hijas desde hace siglos y cambiar esa mentalidad no es tarea sencilla pero cuando les ponemos delante ejemplos de lo que puede ocurrirles a sus hijas entonces es cuando comprenden la situación y muchas comienzan a renegar de estas prácticas. Pero es un proceso largo y difícil”, Sagal Sheid Ali.
“La circuncisión va contra el Islam y contra las mujeres. No debemos someter a nuestras hijas a esta práctica inmoral y antirreligiosa”, clama una mujer entre los asistentes. Todos se giran para mirarla. Algunos cuchichean entre ellos. “En nuestros tiempos, donde no teníamos educación, la circuncisión era una práctica normal entre las mujeres. Pero ahora, los tiempos han cambiado. Nuestros hijos tienen más educación y más conocimiento que nosotros así que no debemos someterlos a prácticas ancestrales”, afirma con firmeza Maryah Habeeb Haydar.
Esta oronda mujer que cubre su cabeza con un larguísimo velo blanco salpicado de motivos verdes es la esposa de uno de los líderes religiosos más importantes del campo de desplazados. A sus 58 años es madre y abuela y lucha con fiereza contra la MGF. “Las mujeres somalíes nos encontramos indefensas y en una situación terrible. Somos nosotras las que imponemos tradiciones sin sentido a nuestras hijas sin recordar lo que sufrimos”, denuncia. Maryah hace memoria y se traslada 44 años atrás cuando fue sometida a la circuncisión faraónica. “Fue terrible. Recuerdo que en mi primera menstruación sufrí fuertes dolores, al igual que la primera vez que tuve relaciones sexuales con mi marido o cuando di a luz y tuvieron que intervenirme quirúrgicamente para que mi bebé pudiera salir”.
Maryah es consciente de su autoridad entre las mujeres del campo y la utiliza para tratar de cambiar conciencias y evitar que más niñas continúen sufriendo de manera innecesaria. Son actitudes como la de esta mujer la que están consiguiendo que el número de ablaciones disminuya en Mogadiscio. “Hemos registrado un descenso en las niñas que han sido circuncidadas, pero solo es un espejismo porque en las áreas rurales donde no podemos llegar está práctica sigue siendo habitual”, se lamenta Sagal Sheid Ali.- (Milenio)