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Mérida, Yucatán, México, abril 12 de 2017
Ignominia total la detención de particulares que ofrecen sus servicios para viajes privados a otros particulares: usar tecnologías para dar mejor servicio jamás puede o debe ser considerado delito.
En nuestra opinión, la humanidad tiene que encontrar formas de adaptarse a lo que ella misma va logrando. Los avances tecnológicos son logros que deben traducirse en beneficio de más personas, jamás en perjuicio.
Uber es un servicio que consiste en unir a dos personas: una que tiene tiempo libre y un vehículo con gasolina y en buen estado, y otra que necesita ir de un lugar a otro para lo cual necesita un vehículo.
La telepatía aún no está perfeccionada; por lo tanto Uber elabora un sistema de acuerdo al cual el que tiene tiempo libre y un carro puede saber en dónde está el que necesita ir de un lado a otro y no tiene un carro en ese momento.
Entonces, usando tecnología de comunicación bastante eficiente, el que necesita carro abre una aplicación en su teléfono celular y toca el botón mágico. Este “toque” hace que quien está cerca y tiene tiempo libre y carro listo, acepte acudir al llamado del otro. Se trata de 2 particulares; 1 particular ofrece su tiempo libre y su carro; el otro particular, trata de encontrar una persona que pueda hacerle el favor-servicio.
Al encontrarse o puede ser incluso antes de encontrarse, la aplicación ya preguntó al que solicita el servicio a dónde se dirige; el cálculo arroja un estimado; el interesado lo acepta.
Se da el servicio y el asunto ha terminado.
Antes de que existiera esa tecnología, las personas podían hablar por teléfono a un lugar; en ese lugar había una persona que recibía la llamada. Por radio, llamaba a los que estaban afiliados al radio y les decía por dónde alguien requería servicio. O lo aceptaban o no. El precio jamás se sabía de antemano: se acordaría cuando ya el servicio se estaba dando.
Un acuerdo Uber puede tardar de 2 a 5 minutos entre que se solicita y que el carro está frente a quien lo necesita; el sistema del teléfono y el radio llegaba a tomar de 5 minutos a más de media hora; a veces hasta 1 hora.
No existe competencia desleal o leal. La competencia es eso: competencia. Unos ofrecen el servicio en una forma y cobran por unidad de servicio dado una cantidad determinada. Otros ofrecen las cosas en otra forma.
Finalmente, quien decide es el que paga por el servicio. Cuando una forma de hacer las cosas deja de ser atractiva o eficiente comparada con otras, es obvio que competir y ganar va a ser difícil para quien no aplica lo que tiene que aplicarse para que pueda hacer los servicios con la eficiencia que lo pueden hacer los que sí cuentan con otra tecnología.
La competencia podría decirse que es desleal, si el acceso a la tecnología como la que usa Uber estuviese limitado a algo inalcanzable como precios muy altos, pertenencia a algún credo religioso, a algún partido político o a alguna facción racial.
Por ejemplo, durante décadas fue desleal lo que se ofreció para dar el servicio de transporte privado (taxi): las placas son o eran muy caras, tenías que tener buenas relaciones con gente del sindicato y luego, deberías participar en actividades políticas a favor de un partido específico, sin opción alterna.
Hoy, esos que odian la eficiencia de Uber y que disfrutan ver cómo sufre la gente que solicita de sus servicios de taxi regular, amenazan con acciones violentas, agresivas, destructivas y hostiles a los que participan en el sistema Uber de comunicación entre particulares.
Es obvio que ellos jamás han buscado ser un servicio ejemplar para la comunidad. Eso jamás les ha interesado. Su único interés ha sido, siempre, demostrar su poder, su control, con arrogancia dar el servicio de mal humor, con disgusto y maltratando a quienes los contratan.
No podrán jamás tener el apoyo de la sociedad. La sociedad prefiere los servicios tipo Uber, sencillamente porque en todos sentidos son mejores: cuestan menos, toman menos tiempo, las unidades están en buen estado, los que conducen se sienten bien y están de buen humor.
Los que pretenden ocuparse en trabajar en algún tipo de servicio de comunicación entre particulares, prefieren también los sistemas de trabajo tipo Uber y similares, porque son más fáciles de acceder a ellos, no están obligados a rendirle pleitecía a político alguno o a hacer campaña a favor de algún partido, no hay cuotas sindicales de por medio ni intento de control de sus posturas políticas en las elecciones.
¿Cómo se puede comparar una forma con la otra?
Es ese personaje, el gobernador, y la gente que lo rodea, el grupo obligado a ayudar a sus allegados partidistas, como los del grupo de taxistas molestos contra las tecnologías como Uber; ese grupo de encumbrados en el poder, está obligado en forma muy especial, a encontrar formas de hacer que los taxistas tradicionales cambien a tecnologías para servicios entre particulares, dejando de pagar las cuotas horribles que aportan quién sabe a beneficio de quién o por qué.
Los 350 o más vehículos que les han detenido a conductores por sospechar que usan el sistema de comunicación entre particulares para ofrecer servicios de transporte privado, deben ser devueltos de inmediato, sin miramientos, sin pretextos de clase alguna —a menos que, efectivamente, se trate de vehículos con problema legales intrínsecos a la falta de cumplimiento de lo que todos los propietarios de vehículos deben cumplir.
Detener a un conductor que está en un viaje privado de acuerdo con otro particular, es un delito de carácter global, internacional. Si el gobernador ha promovido o permitido que ese tipo de delitos se cometa, el mismo gobernador debe ser juzgado y sentenciado por ello.
Es inaceptable vivir en un estado de falta total de derecho.