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México (14 de diciembre).-
Betsy Pecanins era como el ave fénix. Supo reinventarse cuando su voz, esa voz que descubrió para el blues, empezó a sufrir por una afección neurológica.
La cantante falleció este martes, en su casa, en los Edificios Condesa, de manera inesperada a los 63 años. La noticia fue confirmada por su hija Ana Teresa Álvarez Taylor.
“Se me murió un pedazo”, se dolió ayer Guillermo Briseño, con quien grabó el disco Nada que perder, en Nueva York, en 1994, con el dinero que ganaron en un concierto en el Cooper-Hewitt Museum. Venía escuchándola en el auto cuando recibió el telefonazo con la noticia.
Fueron mancuerna artística. Briseño le escribió canciones y barrieron el País juntos. Hasta que vino el proyecto de La Reina de la Noche, la película de Arturo Ripstein sobre Lucha Reyes, donde colaboró en la banda sonora. Pero mantuvieron el vínculo.
“Para un cantante, perder la voz es como perder la vida”, contó Pecanins. Su voz era su identidad, su fuerza, su verdad.
Pero supo reinventarse. Empezó a explorar el rap. Se volcó en la composición, con letras propias y de amigos, como el propio Briseño y Antonio Rodríguez “Frino”. No era la primera vez que vencía. Ganó la batalla a un cáncer a los cuatro meses de edad. Se crió en Phoenix, Arizona, hasta que su madre y su marido diplomático decidieron establecerse en México.
“Fui salvada por la música y el blues, por Dylan, B. B. King y José Alfredo. En México renazco, aquí me quedo”, escribió en Ave Phoenix, su autobiografía hecha canción.
“Tenía un color de voz, una manera de decir el blues”, dice la cantante Ella Laboriel, su amiga.
Hija de la pintora catalana Ana María Pecanins, la bluesera debutó en uno de los lugares míticos de la Nueva Canción catalana, La Cova del Drac, en Barcelona. Tenía solo 18 años. Conservó ese arrojo adolescente a lo largo de su vida. Grabó 14 discos.
“Para mí seguirá siendo la Reina de Blues”, dice José Cruz, líder de Real de Catorce, que dedica sus conciertos del fin de semana a Pecanins.
Preparaba un par de álbumes: Ave Phoenix y Betsy Pecanins 2.0, con la beca del Sistema Nacional de Creadores. Giraban alrededor de dos preocupaciones de la bluesera: reinventarse y el cuerpo como algo finito, explica Frino, quien le escribió Todo por servir, un juego con el pregón tan popular: “Se cooompran colchones, tambores, refrigeradores, estufas o algo de fierro viejo que venda”.
Pecanins grababa maquetas en su casa. Tenía que prepararse con inyecciones de bótox para controlar los espasmos de sus cuerdas vocales, recuerda Tania Libertad, otra amiga cercana.
Pero no le alcanzó el tiempo para terminar.
“Partió en el momento de mayor madurez, no con su mejor voz, pero sí nos demostró que hay otra forma de cantar. La voz no es sólo el timbre y registro vocal, sino lo que digo y cómo lo digo”, dice Frino, quien colaboró con ella, de naturaleza más tímida, para dar forma a sus letras.
El Secretario de Cultura de la CDMX, Eduardo Vázquez Martín, anunció ayer la intención de reunir en el Teatro de la Ciudad a los amigos de Pecanins para rendirle tributo.
“Tenía la sensibilidad para escoger sus músicas, que iban del blues al bolero, de la canción mexicana a los Beatles. No creo que sólo fuera una cantante de blues. Quizá la palabra jazz abarca más posibilidades”, dijo el funcionario.
Pecanins nunca se amilanó. Supo resurgir. Lo corrobora así Eugenia León: “una vida ejemplar, con muchos retos desde que nació, un cerebro y sentido musical privilegiado”.
Renació con toda su gloria, dirá Ely Guerra: “Como el ave fénix que construía”.
O como la propia Betsy lo expresó: “He llegado hasta al fondo y más abajo, y, aunque a veces me doble, no me rajo”.