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México (8 de abril).- Con un grito y señas les pidieron detener la camioneta y apagar las luces que hasta ese momento iluminaban el rostro de una anciana empuñando una ametralladora mientras un grupo de hombres con pasamontañas se acercaban al vehículo.
La terracería por la que transitaban con destino a Uruapan, Michoacán, hizo que una noche de diciembre de 2013, el kayakista mexicano Rafael Ortiz y sus compañeros de viaje, experimentaran un nerviosismo diferente al que normalmente palpitan cada vez que se internan a un río o se tiran de una cascada. Esa noche la descarga la adrenalina de la aventura fue remplazada por la tensión.
“Estábamos justo en el lugar donde sabíamos no queríamos estar. Justo a mitad de la noche. Veníamos de recorrer el Río Hoyo de aire y el Río Cajones, pero teníamos ganas de explorar uno más al sur de Michoacán por los Chorros de Varal, pero con las imágenes satelitales pudimos ver que había una zona peligrosa con unas pistas de aterrizaje para avionetas, y nos dijimos de seguro hay narcos. Teníamos nervio”.
“Regresando a Uruapan a la mitad de la noche a medio Michoacán, fue cuando nos pidieron que nos detuviéramos. Obviamente fue mucha tensión, pero corrimos con suerte, ya que no se trataba de narcos sino de un grupo de autodefensas que al identificarnos como turistas, no dejaron ir”, relató Rafa Ortiz, un capitalino de 25 años que está habituado a los riesgos…. Pero a los que regala la naturaleza y no el ser humano.
Rafael Ortiz es para el kayak de expedición, lo que Greg Long es para el surf o Tony Hawk para el skate. Él ha conquistado diversos ríos y cascadas de México y el mundo, y es el único en tener las dos cascadas más grandes del mundo: la Big Banana en Veracruz en 2010 con una altura de 42 metros y en 2012 aterrizó las cataratas de Palouse de 57 metros, que se encuentran en Washington.
“Empaté el récord porque no fui el primero en conquistar las cataratas de Palouse, lo que sí es que soy el único que han conquistado las dos más altas”, señaló Ortiz.
El kayakista explica su contacto con el deporte.
“Mi papá quería que conviviéramos con la naturaleza, que estuviéramos al aire libre y conociéramos los animales. El rancho es muy cerca del Río Filobobos que es muy bueno para el rafting. Cuando iba a cumplir 14 años, mi papá fue con mi hermana a una tienda deportiva a comprar un traje de baño, pero al ver un par de kayaks los compró”.
Rafa, ingeniero por la Universidad Iberoamericana, ha hecho de la aventura su trabajo y forma de vida.- (El Universal)